Noche de bodas y desencuentros
En la noche de bodas el musculoso galán que practicaba el fisicoculturismo se presentó por primera vez al natural, o sea sin ropa, ante su desposada. Le mostró el bíceps del brazo derecho y le dijo con orgullo: “Una pulgada más aquí y podría ser Mister Universo”. Acotó ella con tono desabrido: “Y una pulgada menos allá y podrías ser Miss Universo”. (Groucho Marx no asistió al estreno del film “Sansón y Dalila” [1949, dirección de Cecil B. DeMille, con la esbelta Hedy Lamarr y el atlético Victor Mature]. Declaró: “No me interesa ver una película en la cual el actor tiene más busto que la actriz”)... El secretario del tribunal le preguntó a la madura dama que iba a servir de testigo: “¿Cuántos años tiene usted?”. Respondió ella: “37 y medio”. Precisó el secretario: “Le pregunté su edad, no su temperatura”... Lord Feebledick se vio en apuros económicos, pues sus acciones se desplomaron por razón de la huelga de los mineros del carbón en Gales. Le dijo a su esposa, lady Loosebloomers: “Si aprendieras a manejar podríamos prescindir del chofer”. Ripostó milady: “Y si tú aprendieras a follar podríamos prescindir del mayordomo, del valet, del jardinero, del caballerango, del montero y del encargado de la cría de faisanes”. (No incluyó a sir Highrump, el propietario vecino, al vicario de Fakeabbey, al comerciante en vinos y al repartidor del London Times, pues todos ellos eran proveedores independientes)... Sonó el teléfono en la Funeraria “Las Golondrinas” y contestó el encargado. Le preguntó una voz de hombre: “¿Es usted el señor de las pompas fúnebres?”. Respondió el otro: “Así es”. Volvió a preguntar el que llamaba: “¿Me permite que se las alegre?”. (A propósito de bromas, don Andrés Henestrosa me contó una vez que estando él y otros amigos suyos en una esquina cerca de la Nacional Preparatoria pasó por ahí el músico Carlos Chávez, de rostro adusto y melena alborotada. “Miren –señaló uno–. Se parece a Beethoven”. El director de la Sinfónica Nacional tomó eso a burla y preguntó, irritado: “¿Es por mí?”. Respondió el otro. “Sí, señor”. Entonces Chávez la emprendió a puntapiés y mojicones contra los esquineros, hasta el punto en que un gendarme tuvo que intervenir. “¡Uta! –comentó Henestrosa–. Si Chávez se puso así porque le dijimos que se parecía a Beethoven, imaginen cómo se habría puesto Beethoven si le hubiéramos dicho que se parecía a Chávez”)... Babalucas se veía desolado. Abatido, cogitabundo, cabizbajo, bebía su copa solitario y silencioso en la barra de la cantina llamada “El Seguro”, nombre que evitaba a los maridos la pena de mentir a sus esposas. Les avisaban: “Voy al Seguro, vieja”, y decían la verdad. El cantinero le preguntó a Babalucas por qué estaba tan triste. Relató el badulaque: “Conocí a una linda chica que me dijo: ‘Ven a mi casa el sábado a las 9 de la noche. No habrá nadie’. Fui. Y en efecto, no había nadie”. (Estuvo llamando a la puerta desesperadamente y nadie le abrió, como le sucedió a Montgomery Clift en “La Heredera”, obra maestra de la cinematografía, también de 1949, con Olivia de Havilland, ganadora del Oscar por su actuación en esa película dirigida por William Wyler)... Don Algón, ejecutivo de empresa, tenía a su servicio dos vendedores. No merecían ese nombre, pues no vendían nada, y los productos se iban acumulando en la bodega. Los llamó entonces y les dijo: “Haré un concurso entre ustedes dos. El que venda más el próximo mes ganará el primer premio, consistente en disfrutar una gran noche de sexo”. Preguntó uno: “¿Y el que venda menos?”. Contestó don Algón: “Ése es el que se prestará para que su compañero disfrute la gran noche de sexo”... FIN.
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