Nómadas digitales: Volver a casa, entre maletas y sentimientos encontrados

Opinión
/ 20 diciembre 2024

La espera nunca es igual para quienes se van y para quienes se quedan. Los primeros están inmersos en su aventura, lo que les distrae de lo que dejaron atrás

A pesar de los cambios de ciudad y de cama, que implica la vida de un nómada digital, siempre hay un lugar que se considera “casa”, al que se regresa de vez en cuando. Lo que convierte a ese sitio en un “hogar” varía de persona a persona. Para algunos, es un espacio físico propio donde guardan sus pertenencias. Para otros, como en mi caso, “casa” es esa ciudad donde viven los seres más queridos, lo que significa que volver pueda incluir la decisión de hospedarse en una habitación temporal, manteniendo así la sensación de estar aún de viaje.

La preparación para el regreso a casa está, como tantas cosas en la vida, llena de sentimientos encontrados. Por supuesto, uno ansía abrazar a la familia y a los amigos, sentir su calor y compañía. Pero al mismo tiempo, uno desea prolongar la experiencia de descubrimiento que supone estar lejos, sobre todo cuando el lugar en el que se encuentra empieza a sentirse acogedor y familiar.

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El tiempo, implacable como siempre, trae consigo la fecha programada para el retorno. Así, entre la resignación y la alegría, las maletas deben prepararse para enfrentar el viaje de regreso. La espera nunca es igual para quienes se van y para quienes se quedan. Los primeros están inmersos en su aventura, lo que les distrae de lo que dejaron atrás. Los que se quedan, en cambio, tienen más tiempo para extrañar al ausente o, al menos, eso quiero suponer por la euforia con la que suelen recibirnos.

A esa algarabía se suma la paciencia admirable con la que escuchan las historias de viaje que uno trae para compartir. Es como si en casa no hubiera ocurrido nada relevante y sólo al que regresa le hubieran sucedido cosas dignas de ser contadas, una y otra vez. Esa dinámica cambia cuando la novedad se disipa y las vivencias de quienes permanecieron comienzan a salir a la luz, a menos, claro, que haya ocurrido algo grave durante la ausencia, en cuyo caso, eso será lo primero en compartirse.

Ya en casa, las comparaciones son inevitables. Me entristece, por ejemplo, el estado de las calles: pavimentos maltratados y basura esparcida por doquier. Me pregunto en qué momento dejamos de importarles a nuestras ciudades o nosotros a ellas. ¿Cuándo nos resignamos a vivir en espacios tan descuidados? Tal vez podríamos empezar con algo tan sencillo como tirar menos basura al suelo. Y si quienes tienen la responsabilidad de mantener las calles transitables pusieran más empeño, utilizando materiales de calidad, ¿no se podría cambiar esta realidad?

Echo de menos caminar por calles bien cuidadas, que cuentan con buena infraestructura para los peatones, incluso, si tengo que esquivar a los maleducados motociclistas. Al final, creo que es mejor hacer eso que andar en medio de tanto descuido, que me lleva a cuestionarme si de verdad tenemos algún bonito sentimiento por nuestro terruño.

Volver es reencontrarse con las sensaciones que se añoran desde la distancia: esos sabores, esos olores que hacen de la casa la casa. Pero también es enfrentarse a esa realidad de la que uno quiso tomar distancia. Por eso, los sentimientos encontrados nos acompañan durante la estadía en el hogar: el deseo de que esos abrazos de los seres queridos permanezcan con uno para siempre y, al mismo tiempo, la cuenta regresiva hacia el momento de partir de nuevo, de retomar el rumbo del descubrimiento que se vive como nómada digital.

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