Nombres, nombres

Opinión
/ 18 noviembre 2023

Don Francisco Almada, historiador y político chihuahuense, le puso a su hija menor el nombre Negra. Así le decían por cariño a una madrina que don Francisco tuvo cuando niño, y en homenaje a ella le asestó dicho nombre a su hija, que ninguna culpa tuvo de ese madrinazgo. En ciertos momentos -los de la intimidad, pongo por caso- el nombre debe haber cuadrado bien: “¡Méngache mi Negra!”. Pero en lo general el nombrecito debe haber mortificado bastante a la muchacha. “¿De dónde es usted, Negra?”.

Yo digo que los hijos no tienen por qué cargar las culpas de sus padres en lo que se refiere a los nombres. En tiempos del comunismo muchos papás con ideas de izquierda les pusieron a sus hijos el nombre Lenin. En el lado contrario del espectro político, otros se entusiasmaron cuando llegó el hombre a la Luna, y entonces se puso de moda el nombre Neil, pues así se llamaba el astronauta que primero pisó el suelo lunar.

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Era frecuente que los masones le impusieran a uno de sus hijos el nombre Hiram. Quienes tenían ideas mexicanistas bautizaban a sus hijos con nombres indígenas. Aquí en Saltillo hubo un matrimonio que vivía por la calle de Los Baños, ahora de Murguía, cuyos hijos se llamaban Cuitláhuac, Cuahutémoc, Moctezuma y Xóchitl, en ese orden. Salían a jugar los cuatro a la calle -entonces todos los niños jugábamos en la calle-. y cuando llegaba la hora de la merienda su mamá salía a la puerta y les gritaba con aguda voz:

-¡Cuicui! ¡Cuacua! ¡Muma! ¡Chochi!

Aquello era para verse. Digo, para oírse.

Luego vino la moda de las telenovelas. ¡Cuántas Yesenias hubo, Dios del Cielo! Le presentaban al sacerdote una niña en la pila bautismal, y el ministro del Señor decía automáticamente:

-Yesenia ¿verdad?

Mi esposa y yo nos negamos terminantemente -cuestión de principios- a ser padrinos de bautizo de una niña a la que sus padres le iban a poner por nombre Yajaira Elisema. Así se llamaba la heroína de una telenovela venezolana. No quisimos pasarnos el resto de la vida con ese remordimiento, y declinamos cortésmente el honor del padrinazgo.

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Desde luego en todos los tiempos se cuecen habas en eso de los nombres. Nuestros antepasados les imponían a sus hijos e hijas el nombre del santo o de la santa del día en que venían al mundo. Entonces había Sidronios, Belarminos y Lindolfos, y había también Basilisas, Lugardas y Betulias. El hortelano de mi abuelo se llamaba Carmen, pues nació el 16 de julio. A una señora conocí en España -concretamente en Santander- que se llamaba doña Circuncisión, nacida el merito primero de enero, día de la Circuncisión del Señor. Le hubieran puesto Señor, o Del, pero no Circuncisión... Pobre. Para que no se oyera tan mal sus amigas le decían Cisita.

Propondré al Congreso -por estos días al Congreso todo se le puede proponer- que los mexicanos y mexicanas puedan cambiarse el nombre, si no les gusta el suyo, al llegar a la mayoría de edad, y que cada 5 años se lo puedan cambiar de nuevo si ya les cansó el otro. Porque resulta curioso que la gente pueda cambiar con facilidad de pareja, de religión, de partido, y aun de sexo, y que en cambio batalle mucho para cambiar de nombre. Un tipo llamado Pedro Kaka quiso cambiar el suyo. Le preguntó el juez: “¿Cómo quiere llamarse?” Respondió: “Juan Kaka”.

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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