Otto y el diario de Ana Frank
Un 11 de junio de 1942, en los días de la infame ocupación alemana en Ámsterdam, Otto Frank caminaba por los numerosos puentes que se utilizan para salvar sus canales en la búsqueda del regalo perfecto para el cumpleaños de su hija Ana: Un diario personal. Al día siguiente, justo en su aniversario, el 12 de junio, le entregó el diario a su hija y ella no perdió su tiempo y escribió su primera nota:
“Espero poder confiártelo todo, de un modo como no he podido hacerlo hasta ahora con nadie, y espero que seas un gran apoyo para mí”. El diario significaba el modo perfecto para expresar sus días y sus horas, para retratar la personalidad de una niña judía cuyo carácter ayudó un poco a paliar su soledad.
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En su diario, al que ella nombraba como “Kitty”, se encuentran cartas, pensamientos y aparecen como con cualquier adolescente, menciones de romances, discusiones familiares y la vida “cotidiana” en Ámsterdam, ciudad que observaba a través de una pequeña ventana cubierta con una cortina que dejaba ver, a esta niña de escasos 13 años, los rostros de una localidad que sucumbía ante el nazismo.
Y es que apenas unas semanas después de recibir el diario, los nazis empezaron a deportar a todos los judíos en Ámsterdam, pero su familia alcanzó a esconderse justo atrás de una sección vacía del edificio propiedad de su padre, ubicado en la calle Prinsengracht 263. Yo conocí hace años la casa y en especial el sitio en donde estuvieron escondidos entre 1942 a 1944 y que no es más grande que un cuarto normal.
Tampoco pude dejar de estremecerme con su relato y de experimentar la angustia, la asfixia y de llenarme con los recuerdos de una niña, una jovencita que, en su diario, expresaba los efectos de largo encierro cuando escribió: “Lo que pienso y siento, al menos puede apuntarlo, si no, me asfixiaría completamente”.
Refugiada en la escritura, Ana describe sus experiencias, penurias, pasajes de la guerra y opiniones incluso políticas en donde expresa su falta de comprensión al momento oscuro que vivía la humanidad, un reclamo al mundo de los adultos que, incapaces y cobardes, jamás hicieron nada para detener a tiempo a Adolfo Hitler, un personaje a quien muchos se siguen preguntando por qué no se le detuvo cuando las señales de su discurso del odio se presentaban.
Pero a pesar de su corta edad, en el “Diario de Ana” se observa a una niña que acepta y reconoce sus defectos y que intenta aprovechar sus virtudes. Con una madurez notable, en uno de sus últimos relatos, Ana Frank escribe: “Asombra que yo no haya abandonado aún todas mis esperanzas, puesto que parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, me aferro a ellas, a pesar de todo, porque sigo creyendo en la bondad innata del hombre. Me es absolutamente imposible construirlo todo sobre una base de muerte, miseria y confusión”.
Finalmente, en lo último que alcanzó a escribir en su diario, denotaba ya la desesperación del cautiverio, así como las contradicciones de una adolescente que observaba pasar la vida entre cuatro paredes mientras el mundo entero se derrumbaba: “Querida Kitty: Ya no puedo soportarlo, sigo buscando la manera de llegar a ser la que tanto quería ser, lo que yo sería capaz de ser, si... no hubiera otras personas en el mundo. Tuya, Ana”.
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Una delación acaba por descubrir el escondite de la familia Frank y la Gestapo irrumpe en la casa el 4 de agosto de 1944. Su destino fue Auschwitz, en donde Ana, su madre y su hermana fallecen. Al momento de su muerte, Ana tenía apenas 15 años de edad. El único sobreviviente al infierno polaco fue Otto. Su padre, quien regresa a Ámsterdam, rescata el diario y lo publica con el nombre de “La Casa de Atrás”, el título que Ana soñaba darle al libro cuando terminara la guerra.
Muy rápido, la voz popular le da el nombre de “El diario de Ana Frank”, el conmovedor relato de una niña que, como testigo principal, da testimonio del delirio a que llegó el mundo por los nazis. Eso debió y deberá ser siempre una alerta para todos. ¿Usted ha visto esas señales? Yo sí, y he intentado hacerlas saber y siempre he fallado. Pero la corta vida de Ana Frank quizás sea posible resumirla en una de sus propias frases: “Podrán intentar callarnos, pero no pueden impedir que tengamos nuestras propias opiniones”.