¡Oxxigénate!
COMPARTIR
El letrero neón le sacó de su asombro. La misión del equipo era colonizar una de las 79 lunas de Júpiter, pero el brillo de las luces amarilla, roja y blanca demostró que la franquicia había incursionado en ella primero que nadie. Europa era el satélite natural con mayor potencial para albergar vida por su blanca superficie congelada. Allí se descubrió agua con los datos de la nave Galileo e imágenes del telescopio Hubble. Aun así, por más optimistas que fueran los pronósticos, nadie esperaba un Oxxo a la mitad del gélido valle jupiterino.
Aturdido todavía por la sorpresa, por el viento glacial de la superficie o por la intrincada decisión de elegir entre Empuje y Jale, el capitán tardó un rato en abrir la puerta sellada y adornada con un pintoresco aviso: Más vale que su traje de astronauta tenga bolsillos.
TE PUEDE INTERESAR: La Macuca y su último error
La tripulación escapó del tóxico apocalipsis en su planeta natal con la esperanza de instalar un hábitat de aire limpio y encabezar el éxodo de la Tierra. El grupo salió de la cámara para eliminar parásitos y entró al ambiente presurizado del comercio. Enseguida todos soltaron la carcajada. Vivieron una odisea aeroespacial para encontrar abastecimiento de aire y aquí había una oferta de 2x1: ¡Oxxigénate una vez y llévate la otra gratis!
La industria Femsa había expandido tanto su imperio de tiendas que incluso tenía sucursal en predios del último astro alcanzado por el hombre. Claro, por el hombre burocrático, ya que, por más ciencia y genios a su disposición, la NASA financia el avance de sus investigaciones con los impuestos de los contribuyentes. En cambio, la iniciativa privada goza de mayores recursos y desarrolla más rápido sus métodos, como Elon Mosk con su SpaceX tras comercializar el turismo en las estrellas. Por eso no resulta extraño que la carrera espacial no fuera ganada por China, Rusia ni Estados Unidos, sino por la cadena regiomontana. Antes encontrabas una tienda en cada rincón de México, ahora aparecían a lo largo y ancho del sistema solar. Incluso había una versión itinerante del negocio, fincada sobre el cometa Halley. Los tres turnos cambian a su personal cada 76 años.
El capitán hizo a un lado su casco y pudo aspirar el aliento del indigente refugiado en la entrada. El fétido vaho le hizo recordar la atmósfera repulsiva de la Tierra. Sentado sobre un par de cartones y rodeado por bichos raros, el marginado tenía la mano extendida y el rostro cubierto de trapos. Ni siquiera se molestaba en explicar su situación o en alzar la mirada para pedir ayuda. Nadie le dio un centavo y siguieron por el pasillo central hasta el mostrador. Podrá evolucionar la especie, inventar nueva tecnología o aceptar la clonación humana, pero los refrigeradores siempre irán a los costados, repletos de licores y gaseosas; a su vez, las fritangas, panes y sopas instantáneas, en medio de todo. Como se supo luego, las leyes del marketing chicharronero han sido más inmutables que las de Newton. Cerca de la cafetera y detrás del área de abarrotes, ahí estaban los tanques de oxígeno.
El capitán sacó su tarjeta de crédito y la pasó por la terminal intergaláctica para recargar los depósitos de sus subordinados. Un marciano salió de la trastienda y le dijo:
—Le cobran en la otra caja.
El astronauta en jefe hizo una mueca de fastidio, caminó dos pasos más y pagó el suministro.
El cajero le mostró su sonrisa cuando descubrió que eran humanos y denotó un atisbo de burla. Nadie se lo tomó personal ni como una afrenta. Desde hace décadas los simios erguidos de la Tierra cargan con ese estigma entre las razas de la Vía Láctea. El hombre no sólo supuso que ellos eran la única vida inteligente del espacio exterior, sino asumió que todas las formas de vida en el universo se parecían en imagen y semejanza a las de su mundo. Semejante ego les costó su enorme roca azul y verde. Cuando entendieron que la imaginación estuvo más cerca que la ciencia de revelar el misterio, fue demasiado tarde. Todos creyeron que las primeras amenazas vendrían de una galaxia muy, muy lejana y tendrían apariencia de Alf, ET o Alien; sin embargo, los astrobiólogos miraron demasiado tiempo hacia arriba y se olvidaron de estudiar en el suelo casos más terrenales, como los ecosistemas microbianos bajo el hielo de la Antártida. Las criaturas invasoras no llegaron en OVNIS ni fueron amenaza por su tecnología de punta, sino que vinieron del acuífero profundo de Cuatro Ciénegas. Las bacterias milenarias, aisladas en el fondo del océano fósil, tenían un arma bioquímica letal en su ADN.
TE PUEDE INTERESAR: Espectros de escuela
La tripulación se dispersó por la tienda, observando la variedad del inventario. En sus versiones con azúcar o sin ella, el refresco dominante era Coca Cola todavía. La empresa había colocado su fórmula entre los favoritos del público y algunos reinos le tomaban con apego religioso o como bebida oficial de su nación.
Pese a la interferencia, el capitán recibió un mensaje encriptado a través de su circuito cerrado y era del segundo oficial, ubicado a pocos metros de distancia. Intrigado, el astronauta en jefe abrió la comunicación y escuchó su llamado:
—Señor, venga al pasillo 2, estante H. Actúe sin alarma.
Sólo en las más escabrosas pesadillas del ser humano, su capitalismo llegaría a venderles el aire. No obstante, el apetito voraz del mercado hizo realidad su más grande miedo. Lo único bueno fue que, a causa del alto valor del oxígeno, Sabritas por fin presentó el 100% de su producto. Sin embargo, ése no era el motivo de asombro y precaución para el segundo oficial. Pronto el capitán descubrió la razón de tanta secrecía. En el anaquel acordado había una hilera de cabezas humanas con el cerebro de fuera. La materia gris sobresalía como la espuma de un tarro de cerveza, a la cual le escurrían mechones de cabello y sangre coagulada. Le abrumó tanto la peste a putrefacción que le dieron náuseas.
Los cerebros estaban enteros y al capitán le recordaron a los estromatolitos, estructuras laminadas y calcáreas similares en forma y función a los arrecifes de coral, pero que están compuestos por comunidades bacterianas donde prevalecen las fotosintéticas. Estos microorganismos son muy diferentes entre sí en la Tierra y fueron llamados “los ingenieros de la vida”; todos permanecían en Cuatro Ciénegas, cuyo hábitat sería laboratorio natural para el estudio de la evolución y diversidad con especies únicas en el planeta. Por desgracia, debido a la intervención de estos organismos en exhibición, el valle también fue epicentro de una pandemia mortífera.
El abuso del agua agotó las reservas del mar antiguo. Los científicos de la UNAM siempre advirtieron del peligro de acabarse este recurso, ya que terminaría extinguiendo las bacterias marinas de millones de años que todavía no habían sido clasificadas. Presumían que en ellas se podría encontrar la cura contra el cáncer; pero nunca propusieron que también se podía hallar allí el microorganismo responsable de acelerar alguna enfermedad letal y extinguir a los seres humanos. Esa advertencia sí hubiera captado el interés. La perforación de múltiples pozos profundos drenó a tal magnitud el acuífero que el océano fósil bajo tierra liberó una plaga más mortífera que cualquier otra bíblica. El agente microscópico ascendió a través de los conductos subterráneos y su andar fue idéntico al de las comunidades de cianobacterias en el Precámbrico. El bicho llegó de incógnito, escondido a simple vista y se adaptó a la superficie; sin embargo, tuvo un desarrollo a la inversa y envenenó el medio ambiente y su oxígeno para acabar con todo.
—¿Por qué los decapitados no están en refrigeración? —preguntó el capitán a su segundo oficial.
—Sólo se conservan a temperatura ambiente. Es tal la demanda que no duran mucho en el aparador —respondí desde mi escondite.
El líder de la expedición volvió la mirada a un costado y el mostrador no tenía a nadie detrás. Enseguida una persiana enorme tapó la salida del comercio.
TE PUEDE INTERESAR: Apesta a marciano
—Lo que te voy a explicar no es por cortesía —dije por el circuito cerrado del equipo—. Nos encantan las mentes complejas. Por eso pretendo sazonar este bocado con revelaciones que para nosotros son de cultura general, que se nos dan en la primera educación, pero que para ustedes representan una explosión de sensaciones en su sistema nervioso y para nosotros son un dulce manjar.
El capitán buscó a la tripulación, pero nadie respondió a su llamado por el intercomunicador. En la puerta no había nadie. Yo había dejado mi sitio para acorralar a la presa. Estaba harto de la dieta basada en sesos secos, deshidratados.
—Escucha —dije cerca del plato fuerte—. ¿Alguna vez te preguntaste el motivo de las abducciones? Mientras ustedes elaboraban teorías sobre estudios anatómicos, nosotros sólo revisábamos la calidad del producto. Desde el comienzo de su mundo, plantamos la semilla microscópica para detonar la creación del hombre. Y eso sólo se puede dar, como sabes, a través del oxígeno, la evolución y la superioridad de una sola especie a través del intelecto... Ansío saber qué tal le sienta este condimento a tu sabor.
El astronauta en jefe corrió por los pasillos buscando una salida sin encontrarla. El siguiente mensaje fue definitivo:
—¿Acaso ustedes no tenían una hipótesis que sugería que el aire era un veneno que demoraba en quitarles la vida entre setenta y cien años? Bueno, no estaban tan perdidos. A lo largo de la historia, nuestro alimento fue madurando; su cabeza se volvió cada vez más complicada por los pensamientos agudos y exquisita por los siglos para el paladar más exigente. Hasta que la sobrepoblación acabó con uno de sus recursos y liberó a la bacteria que también incluimos para provocar su salida programada al mercado. Tus neuronas deben estar en su punto, ¿cierto? Caray, ¿cuál es la frase para expresar su apetito? Eso, se me hizo agua la boca...
El capitán no encontró a nadie ni otro remedio, pero tampoco quería perecer a manos de engendros como nosotros. Por eso sacó su revólver y se voló la cabeza.
—Perfecto —tomé una pala pequeña y abrí un frasco esterilizado para depositar los grumos de materia gris—. Nueva presentación. Mermelada de sesos.
Mensaje póstumo del capitán de expedición, enviado en un archivo de audio antes de perder los signos vitales: “No mires a los ojos a ningún empleado del Oxxo ni digas (pienses) nada por su trato huraño. Los alienígenas son de sangre fía y leen la mente. No éramos esclavos de la Matrix, sino del Oxxo. Cada sucursal es una base para monitorear el criadero de personas. Y si no quieres ser alimento de reptilianos, huye cuanto antes si escuchas las palabras clave para cazar: “No hay sistema” o “Le cobran en la otra caja”. El siguiente aperitivo podrías ser tú”.
La cadena de tiendas pronto tendrá una sucursal más cerca de ti.
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA TORRES (Monclova, 1986). Licenciado en Letras españolas por la UAdeC (2009), docente de bachillerato, exreportero de deportes, narrador y tallerista desde 2015 con su club “Ficciones desde el desierto”. Es autor de Saltillo al ras de lona. Crónica detrás de las máscaras (Acequia Madre, 2016), Azulado en cuarentena (2023) y compilador/editor de La Tamalera, revista escolar del taller literario hasta su número siete, más la antología Ficciones desde el desierto (2022).Como becario del PECDA Coahuila en dos emisiones (2012-2013 y 2023), este relato forma parte de su proyecto de Cuento, “Al rescate del mundo perdido”, sobre la biodiversidad de Cuatro Ciénegas, Coahuila.