¡Oye, AMLO!
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Y resultó que Trump, el inefable Donald J. Trump, cuadragésimo quinto Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica y encarnación de los más sublimes valores gringos, sí cumplió una de sus principales promesas/amenazas de campaña.
No hizo a “América” (así le llaman los muy insufribles a su país) “grande de nuevo”, como rezaba su eslogan de campaña, pero sí se salió con la suya en lo referente a levantar un muro fronterizo que detuviera el flujo migratorio, mismo que habría de ser pagado por México.
De especial atractivo para los votantes de Trump resultaba este detalle de que México pagaría dicha obra, pues si algo le chifla al pueblo norteamericano, además de la realización de sus más racistas y húmedos sueños, es que alguien más pague por la realización de sus más racistas y húmedos sueños.
“No way!”, exclamaron los güeros incrédulos, con frenesí casi sexual.
“¡No, güey!, dijimos nosotros. “¡Ni de churro!”, pues no veíamos manera de que, por muy potencia que sean, nos pudieran obligar a tal indignidad.
Gobernaba a México en aquel entonces el más hermoso ejemplar que nos pudo regalar el apareamiento entre el PRI y Televisa, Enrique “el Bello” Peña Nieto, Príncipe de Atlacomulco.
Y pegamos en el cielo un grito, cual Tito Capotito, cuando su gobierno recibió al entonces candidato republicano a la Casa Blanca, con todas las consideraciones y deferencias de un jefe de estado, no obstante sólo vino a orinarse en los tapetes y a decirnos que los mexicanos “suck”.
Imperdonable afrenta que nos condujo a pensar que la diplomacia mexicana y el decoro nacional no podían caer ya más bajo. Permítame espetar ahora una estentórea carcajada (“¡Ja-ja-ja!”) tras la cual me permito recordarle que el triunfo del señor Trump fue, si no avasallador, sí lo suficientemente apabullante como para desmoralizarnos.
Con su discurso de odio, racismo y xenofobia por toda plataforma política, la victoria de Trump en la contienda presidencial USA-2016 nos hizo patente que una amplia mayoría de norteamericanos nos mira a los mexicanos en efecto como bad-hombres: amenazas para su trabajo, economía, seguridad y modo de vida.
Pero en medio de toda aquella oscuridad brillaba una luz, la resplandeciente llama moral de un paladín de los oprimidos, de un justiciero social, de un redentor del pueblo: La fulgurante efigie de Andrés Manuel López Obrador, eterno candidato de la oposición y líder de todas las corrientes de izquierda en México.
No bien se tiñó de rojo republicano el mapa electoral en los Estados Unidos, López Obrador envió un mensaje al pueblo de México, instándolo a mantener la calma pese al inminente triunfo del xenófobo anaranjado; criticó duramente la actitud sumisa de “la mafia del poder”, por ese entreguismo hacia el nuevo “líder del ‘mundo libre’” y recordó que ante todo estaba nuestra soberanía nacional, misma que estaba dispuesto a defender con su vida de ser necesario, si los mexicanos le depositaban la confianza haciéndolo presidente, dos años más tarde, en la siguiente elección
Tan, pero tan preocupado estaba AMLO por el fenómeno migratorio y por las relaciones bilaterales, que se dio el lujo y el tiempo de “escribir” un ensayo sobre los retos que representaba la administración Trump para México y los mexicanos al otro lado de la frontera, mismo que fue editado como un libro bajo el llamativo y retador título de “¡Oye, Trump!”.
Lo que estaba haciendo López Obrador era, supuestamente, fijar la que sería su postura como futuro Presidente de México frente a un mandatario eminentemente racista y xenófobo en el país vecino, recordándole la propia importancia del fenómeno migratorio dentro de la economía estadounidense y algunos principios elementales de buena vecindad internacional. Un pronunciamiento respetuoso, pero firme y esperanzador, luego de la ignominia a la que nos sometió Enrique Peña Nieto y su servilismo.
Incluso, algunos análisis apuntan a que dicha posición antagónica contra Trump fue un factor decisivo en el aplastante triunfo de Andrés Manuel López en 2018: (“¡Por fin, alguien que venga a restaurar lo que nos queda de dignidad nacional!”).
Hasta era preocupación de la clase empresarial y de la gente que se va de shopping los fines de semana, el que la relación entre ambos presidentes resultara tan ríspida que pusiera en riesgo el comercio, las inversiones o las vueltas a McAllen.
Nada de eso, a la hora de la hora, los mandatarios parecían tener sólo elogios y cumplidos el uno para el otro. No hubo reproches, ni recriminaciones de AMLO hacia Trump, muy al contrario, el presidente de México agradeció a su homólogo “por ser cada vez más respetuoso con nuestros paisanos mexicanos”.
“Usted no ha pretendido tratarnos como colonia sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente” y “Estoy aquí para expresar al pueblo de los Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto, nos ha tratado como lo que somos un país y un pueblo libre, digno, democrático y soberano”.
Por todo, todo lo anterior, es que resultan tan interesantes las declaraciones del ex mandatario estadounidense quien básicamente afirma que la relación jamás fue igualitaria (cosa que de ninguna manera nos extraña), sino que con todo lujo de extorsión política logró doblegar esa soberanía nacional con la que tanto le gusta llenarse la boca a López Obrador.
De acuerdo con Trump, su hábil negociación consiguió que el Gobierno de AMLO militarizara la frontera sur de nuestro país con 28 mil efectivos para controlar el flujo migratorio de Centro y Sudamérica hacia los Estados Unidos, un “muro” de contención mucho más efectivo que el que Trump prometió a sus simpatizantes en campaña y, efectivamente, pagado por México y los mexicanos.
Aunque faltaría corroborar la versión de Trump, la pura insinuación de que sojuzgó cual dominatriz al Presidente, al Canciller y a todo el Gobierno, pone en entredicho la soberanía y nos presenta ante el mundo como un Estado más que débil, pusilánime, arrastrado.
Y no deja de ser extraño que un Presidente como AMLO, tan reactivo e intolerante a la menor discrepancia, que todo se lo toma personal y que no tiene empacho en utilizar el tiempo oficial en refutar hasta la más pequeña crítica del más insignificante comentarista de YouTube, e incluso los reclamos de la sociedad civil, es muy raro (repito) que no se ponga en guardia cuando su ex-camarada mandatario virtualmente se limpia el trasero con esa relación equitativa y respetuosa que López Obrador aseguró haber logrado para bien de ambas naciones. Y es muy raro que no responda (dada su manía por antagonizar hasta con el pronóstico del clima) con un político que lo acusa de ser lo bastante sumiso e indigno como para haberse doblado sin apenas oponer resistencia.
Es sospechoso que ante la afrenta internacional que esto representa, AMLO calle y conteste de manera timorata que Trump le cae bien, que “así es él” y que no piensa polemizar sobre el asunto.
Se le acusa de debilidad, de falta de carácter y de falta de capacidad para la negociación y su silencio sólo lo exhibe, nuevamente, doblegado (doblado) ante el megalómano que una vez juró que habría de poner en su lugar bajo la consigna de “¡Oye, Trump!”.