El presidente López Obrador presentó un paquete de reformas cuando le quedan 8 meses en el poder. Es el reconocimiento tácito de que su tan prometida “transformación” en realidad no transformó nada.
Sin tiempo y sin los votos suficientes en el Congreso para aprobar cambios constitucionales, el anuncio de ayer −como es semana del Super Bowl− recuerda al “Ave María”, la jugada que suelen hacer los equipos de futbol americano cuando se les agota el reloj y van abajo en el marcador: el mariscal de campo lanza el balón lejos, lejos, a ver si de casualidad alguien de los suyos lo agarra.
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No hubo transformación. México no experimentó ningún cambio estructural que escalara su condición de país. Divido mi argumentación en varios grupos:
1. Los grandes problemas del país. López Obrador fracasó en hacer de México un país seguro. Ha sido el sexenio con más asesinatos de la historia. Incluso el Gobierno lo más que se atreve a defender hoy es que “modificó la tendencia” de los homicidios: siguen siendo muchísimos, pero ya no suben cada año. Es marginal. En corrupción, el “pañuelito blanco” termina manchado: los hijos, los hermanos, la prima, Segalmex, etcétera. México sigue siendo uno de los países más corruptos del mundo. En Educación estamos estancados en el sótano. Y en Salud estamos peor que nunca.
2. Los logros de AMLO. El presidente AMLO hizo algunas cosas buenas. Pero éstas tampoco cambian las condiciones del país. Hay 5 millones menos de pobres gracias a los programas sociales. En un país con 50 millones de pobres, 5 millones no implican una transformación. Menos aún si esto se debe a transferencias de dinero y no a que la gente salió de pobre porque ya tiene un empleo formal, acceso a la salud, a la educación, al crédito, etcétera. Lo mismo el aumento de los salarios mínimos. Es muy bueno, pero no es “transformador”. AMLO mantuvo la estabilidad económica. No hubo crisis, pues. Pero el crecimiento en el sexenio rondará el 1 por ciento. Ridículo. Logró la ratificación del T-MEC, que ya existía. Y la austeridad en el ejercicio del poder está alineada con las mejores prácticas, pero no es algo que mejore la calidad de vida de 130 millones de mexicanos.
3. Los que AMLO dice que son logros. Aún asumiendo que la refinería algún día refinará, una sola refinería no hace verano: no sacará a Pemex de la quiebra. Las condiciones aeroportuarias del país están peor que cuando llegó al gobierno, porque el AIFA fue una pésima idea. El Tren Maya −asumiendo que algún día funcionará al 100− no sacará al sureste de la pobreza. La megafarmacia no merece ni un renglón.
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4. Las oportunidades perdidas. López Obrador tuvo las condiciones para “transformar la vida pública del país”, como le gusta decir. Al arranque del sexenio, con el capital político que tenía, pudo emprender una reforma profunda. Pero se estancó en sus rencores, se dedicó a destilar sus odios y se rodeó de incapaces. En la recta final del sexenio, la vida le dio una segunda oportunidad de transformar el país: el nearshoring. No lo entendió. No lo aprovechó.
Así que ese paquete de reformas, que no va a pasar, sólo busca seguir haciendo lo único que López Obrador hizo a lo largo de todo su sexenio: campaña.