¿Para qué requerimos mantenernos humanos?

Opinión
/ 22 mayo 2023

El papa Francisco ha dicho: “Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y estructuras económicas injustas que originan las grandes desigualdades” realidad que, por desgracia, describe al México de hoy.

La realidad es contundente: en México más de la mitad de las niñas, niños y adolescentes, quienes son menores de 18 años, vive en situación de pobreza con altos índices de carencias, como el acceso a la seguridad social, muestra el Informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social 2022 que realiza el Coneval cada dos años.

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En 2020, había en México 55.7 millones de pobres (3.8 millones más que en 2018), que equivale a casi 44 por ciento de la población total del país; de hecho, la población en situación de pobreza extrema fue la que más creció, al pasar de 8.7 millones a 10.8 millones de personas en esta condición, lo que significa que más de la mitad de la población en México es pobre.

CON EL CORAZÓN

Para percibir la indigencia solamente se necesita abrir la mirada en las esquinas de nuestra propia ciudad. Mirar la cotidianeidad, y ahí fácilmente descubriremos la pobreza que se mimetiza con lo urbano, como es el caso de esa pequeña de escasos 5 años que junto a su madre pide limosna en una esquina del centro de nuestra ciudad, y en cuya mirada ya habita el desaliento, tal vez por ello sus ojos negros y redondos no dejan de mirar, preguntar e implorar.

La pequeña no sabe de escuela, no sabe de tres comidas al día, no sabe de justicia, no sabe de vida, simplemente el hambre contrae sus mejillas y rellena su pancita de puras ilusiones. Su llanto hincha esa esquina en donde su madre diariamente mendiga manos generosas, pero, generalmente, sólo recibe miradas frías. Soberbias. Glaciales.

Pasamos regularmente frente a la realidad de estas personas. Caminamos ante su penuria, indiferentes, ajenos, mudos, cobardemente acostumbrados, como queriendo hacer realidad eso que la madre Teresa decía: “Hoy todos hablamos de los pobres, pero nadie quiere hablar con ellos”. Y cierto es, también, que muchos miramos a esas dos mexicanas, pero pocos las ven con los ojos del corazón.

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El rostro de esas dos mujeres representa sólo una pequeñísima muestra de los millones de semblantes que el “progreso” de México ha empujado hacia la periferia, al olvido, a la muerte lenta, gradual, despiadada.

Esas manos tendidas para pedir limosna y esa carita abandonada habitan en los campos de concentración de la miseria que los mexicanos nos hemos inventado, esos que hemos construido con las murallas de la exclusión social y cerrado con los candados del abandono y la frialdad de la conciencia.

DESIGUALDAD

Lo más grave es descubrir que la realidad de esa equina ha existido desde que México es México y que, al paso del tiempo, se ha ido agravando. Hoy, la clase media se ha pulverizado y cada día menos personas tienen más y la mayoría se tiene que conformar con menos, con migajas. Hoy millones de mexicanos sufren, pero no saben el porqué y menos para qué. En sus vidas no hay sentido. Imposible haberlo.

Pareciera que la indigencia de muchos es necesaria para que pocos vivan en una opulencia insultante. Pareciera que la miseria se requiere para que algunos pocos puedan permanecer en el poder, e inclusive para poder gobernar. Pareciera que la conciencia, que debería estar muy viva entre nosotros para evitar engañarnos, la utilizamos para justificar nuestras propias desventuras. En fin, pareciera que en México hemos sido incapaces de transformar la realidad de esa esquina, tal vez por la indolencia ante la miseria del prójimo.

PREGUNTAS

Me pregunto si habrá un mejor futuro para México, habiendo hoy millones de madres que se sienten impotentes ante la mirada suplicante de sus hijos. Me cuestiono si existen ganas de aprender, estudiar y crecer en las almas que se encuentran hambrientas de consideración, respeto y amor. Me pregunto si en verdad nuestro sistema económico no padece de sordera y ceguera.

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¿Habrá libertad si millones viven asfixiados, encarcelados en su indigencia, aislados, alejados de toda posibilidad de auténtico desarrollo personal? ¿Qué alegría podrá haber detrás del sudor para esos millones de mexicanos? ¿Tendrán confianza en el mañana cuando por siempre han vivido en la oscuridad, la injusticia y la mentira? Creo que no.

¿SOLIDARIDAD?

También me cuestiono si en verdad en México existe la solidaridad y descubro que solamente la tenemos por breves paréntesis −brevísimos paréntesis− casi siempre de esos que surgen ante las tragedias naturales. Pero en lo cotidiano hay ausencia de solidaridad, pues su existencia reclama primero justicia. Y en México sencillamente no la tenemos.

Esta es una de las razones por las cuales, en el fondo, los mexicanos vivimos distanciados, desenfrenados, disimulados, con el espíritu dormido. Esta es una de las causas por las cuales la mentira es el eje que mueve la política del país y que las apariencias son el aderezo que utilizamos para convivir.

¿Qué hacer ante esta espantosa radiografía socioeconómica que sobrepasa nuestras posibilidades individuales? No lo sé, pero sospecho que un buen inicio sería dejar de pensar en las grandes cruzadas en favor de la justicia, la verdad, la democracia y en lugar de esto empezar individualmente a desplegar el alma a favor del más próximo a nosotros.

COMPROMISO

Somos huéspedes de un país que pide algo sencillo: dejarlo mejor que cuando llegamos. De ahí que, personalmente, debamos empezar por arar nuestro propio jardín: mejorando las actitudes personales; viendo por el cercano; ayudando al que suplica un pan; armándose de paciencia en la chamba; dejando de desperdiciar; arremangando nuestra soberbia y prejuicios para ponernos en el corazón del pobre; pagando bien al trabajador; haciendo algo, los que podamos, por esa niña que habita en la esquina de la indigencia.

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El compromiso es emprender una personalísima cruzada en contra de la miseria, empezando por nuestro propio hogar, colonia, trabajo, escuela y comunidad. En ese medio ambiente inmediato por donde caminamos todos los días. ¡Eso si lo podemos hacer!

Si al ver un rostro pobre, en lugar de pasarnos de largo emprendemos algo para mejorar su calidad de vida, aunque sea en un gramo, eso nos quitaría una tonelada de la vergüenza que llevamos a cuestas por el olvido en que tenemos a los desamparados en nuestra propia comunidad.

PREGUNTA

También podíamos seguir el consejo de Gandhi: “recuerda la cara del hombre más pobre y débil que hayas visto y pregúntate si la medida que piensas adoptar va a tener alguna utilidad para él. ¿Le va a servir de algo? ¿Le devolverá el control sobre su vida y su destino? En otras palabras, ¿servirá para que los millones de hambrientos y espiritualmente empobrecidos consigan la confianza en sí mismos? Descubrirás entonces que tus dudas y hasta tu propio yo desaparecen”.

Una vez escuche esta historia: “un hombre, al ver la indigencia de una niña, dirigió su mirada al cielo para preguntarle a Dios: ‘¿señor, por qué no has hecho nada para evitar esta terrible indigencia?’. Y entonces Dios le contestó: ‘tú que me cuestionas por qué no he hecho nada para evitar la pobreza de esa niña, pregúntate ¿para qué te he hecho a ti?’”.

Ahí están esos rostros preguntando por nuestra presencia, esperando nuestra personal aportación.

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En este contexto, es necesario mantener una actitud de empatía y respeto hacia las personas en situación de vulnerabilidad. Esto implica tratar a todos con dignidad, escuchar sus historias y necesidades, y evitar juicios o estigmatizaciones. Es necesario promover la empatía y la compasión en nuestras relaciones diarias.

Indudablemente, cada pequeña acción puede marcar la diferencia en la vida de las personas. Lo fundamental es hacer lo que esté a nuestro alcance y actuar de manera constante y comprometida. Cada contribución, por pequeña que sea, suma en el esfuerzo por aminorar el sufrimiento de quienes menos tienen en México.

Es cierto: “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”, para ello requerimos mantenernos humanos.

cgutierrez@tec.mx

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