Pemex: el gran pozo sin fondo de México
En 1986, el reconocido escritor Francisco Martín Moreno publicó una de sus obras de mayor éxito: México negro. Haciendo uso de su extraordinaria prosa y bajo el formato de novela histórica, el autor plantea una atrevida hipótesis sobre el origen de los recursos para financiar la revolución mexicana, lo que permite al lector explorar los avatares respecto a la explotación del petróleo durante los primeros cuarenta años del siglo 20; lo mismo se refiere al porfiriato que al cardenismo, pasando por la lucha antirreeleccionista de Madero, la irrupción en la escena del usurpador Huerta y la revolución constitucionalista de Carranza, hasta llegar –por supuesto– a la expropiación del bien llamado oro negro.
La historia contemporánea de nuestra nación no puede disociarse de la del petróleo. Así, hacia 1921, produciendo 193 millones de barriles, este país brillaba como el segundo productor de crudo en el mundo. La debacle vino después, mientras que la situación negativa se ha recrudecido en los últimos años. Es innegable, nuestra dependencia de los ingresos petroleros ha marcado los derroteros que siguen las administraciones federales, mismas que han visto cómo la industria de marras se ha venido convirtiendo en el gran pozo sin fondo de México.
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A finales del mes de junio pasado, Pemex publicó su reporte financiero trimestral; en él se observa que, durante los primeros tres meses del 2023, la compañía sufrió una estrepitosa caída de utilidades del 66 por ciento respecto al mismo periodo del año anterior, al tiempo que sus ingresos totales disminuyeron en el orden del 32.7 por ciento. Más grave aún, la empresa productiva del Estado registró un terrible aumento en el saldo de su deuda, misma que ya suma 110 mil millones de dólares, lo que representa más del 6 por ciento del PIB nacional. Se comenta poco, pero es verdaderamente alarmante: Pemex es hoy por hoy la petrolera más endeudada del mundo. No sólo eso, de acuerdo con un reciente estudio de la organización México Evalúa, el patrimonio de Pemex ha decrecido 0.6 por ciento (10.8 mil millones de pesos), lo que la vuelve una empresa más pequeña y con menor capacidad productiva; además, según su propia cuenta pública, al cierre de 2022 sus activos totales fueron 10.5 por ciento menores a los registrados en 2018, lo que significa una tendencia de caída en este rubro equivalente al 2.7 por ciento por año.
Como cereza en el pastel, las calificadoras Moody’s y Fitch degradaron la calificación crediticia de la paraestatal con perspectiva negativa; ello al considerar que su modelo de negocios es insostenible. ¿Y qué se ha hecho al respecto?, cuestionará mi amable y única lectora. Lejos de proponer y desarrollar una estrategia que permita la recuperación de la empresa petrolera mediante el incremento de inversiones de capital y el mejoramiento de su desempeño, el Gobierno de la República ha inyectado fuertes sumas de dinero únicamente para atender los pasivos inmediatos; incluso el presupuesto de 2024 prevé una nueva transferencia para cumplir con amortizaciones de deuda por casi 11 mil millones de dólares. Es decir, la solución implementada equivale a ofrecer un mejoral para tratar de curar el cáncer. La mala noticia (por si nos faltara una) es que de acuerdo con lo afirmado por el analista financiero Mario Maldonado, para 2027 Pemex deberá liquidar casi la mitad de su deuda; es decir, 50 mil millones de dólares; luego, la pregunta obligada será ¿con qué ojos, divino tuerto?
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Aquí en confianza, la narrativa en la que se nos insiste diariamente que vamos “requetebién” constituye una densa cortina de humo que no permite dimensionar en términos reales el problema por el que atraviesa la industria petrolera mexicana. En las manos equivocadas, la enorme riqueza de un país tiende a desperdiciarse de manera incomprensible. El reto será para quien asuma la titularidad del ejecutivo a partir de 2024; primero, el o la presidenta tendrá que reconocer en toda su magnitud la catástrofe financiera en la que se encuentra la empresa petrolera y sólo después podrán ponerse en práctica las soluciones que se estimen viables, de no hacerlo, el colapso del gigante Pemex se antoja inminente.
Fue precisamente en 1921, durante el auge de la explotación del preciado hidrocarburo en nuestro país, cuando el zacatecano universal, Ramón López Velarde, escribió con afinado tino en el segundo párrafo del primer acto del maravilloso poema “La Suave Patria”: “El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros de petróleo el diablo”. Ahí se los dejo para la reflexión.
Nota. Lo antes expuesto representa la opinión personal del autor