Definitivamente hablar de temas escabrosos y complicados en campañas electorales no resulta ser una muy buena estrategia. No sólo porque lo que más impacta en las emociones del público son las promesas de un nuevo camino, una mejor calidad de vida o una sociedad más justa y próspera, sino también porque existen temas, que, para atajarlos y darles solución, requieren por definición afectar a grupos de interés que se han visto beneficiados durante mucho tiempo.
El asunto de Pemex ya es insostenible por sí mismo y no sólo se trata de ser el elefante en la sala, sino el elefante que está dañando y debilitando la estructura de toda la casa. Con el anuncio del pasado viernes de la agencia Moody’s de rebajar dos escalones la calificación crediticia de Pemex y ubicarla en B3 con perspectiva negativa −desde el B1 previo−, se encienden las alarmas sobre una potencial crisis en las finanzas públicas.
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Si bien desde antes de esta medida la nota crediticia de la petrolera ya se encontraba en terreno “especulativo”, con este movimiento la calificación ya se ubica en la zona “altamente especulativa” y si consideramos la perspectiva asignada, ya está prácticamente a nada de considerar sus emisiones de deuda como un “riesgo sustancial de incumplimiento”.
Más allá de los más de 100 mil millones de dólares de deuda a la que se enfrenta Pemex, la cual la sitúa entre las empresas petroleras más endeudadas del mundo, los señalamientos de Moody’s se enfocan sobre sus vencimientos de deuda a corto plazo y mayores necesidades de flujo de efectivo, en un entorno de caída en picada en sus niveles de producción.
Sobra decir que la reversión −si bien no en términos legales, pero sí de facto− en la reforma energética, la cual vendría a darle un respiro a Pemex al permitir mayor participación privada en áreas estratégicas, ha deteriorado aún más su capacidad operativa y financiera.
Incluso Moody’s fue más lejos en las razones de su decisión y señala una mayor probabilidad de deterioro en las condiciones fiscales del Gobierno, que eventualmente afectarían la viabilidad financiera de Pemex. Con este argumento, parecería inminente que en los próximos días pueda venir una modificación ya sea en la calificación o bien, en la perspectiva de la nota soberana.
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Con estas cartas puestas sobre la mesa, el mejor de los escenarios sería que la bomba de Pemex en las finanzas públicas no reviente en esta administración, pero sería cuestión de tiempo para que estalle en el próximo sexenio.
Sea quien sea la que asuma como presidenta, tendrá que lidiar con este problema. Es de extrañar y de preocupar que no sea un tema que esté presente en la agenda política. Esperemos al inicio formal de las campañas para ver si de manera seria, rigurosa e integral se aborde la bomba de tiempo que representa Pemex.