Acciones individuales hacia una cultura de paz
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Basta con abrir un periódico o cualquier sitio de noticias en las redes sociales para encontrarnos de frente con la violencia, sus múltiples manifestaciones y sus efectos. Presenciamos expresiones de violencia con tanta frecuencia que parece que fueran normales, una manifestación de la naturaleza humana, pero no lo son. La violencia como forma de relación es aprendida y normalizada mediante procesos que pueden ser conscientes o inconscientes, estamos tan acostumbrados a hacerlo que ni nos damos cuenta.
Este proceso de normalizar la violencia es complejo y multifactorial, es lo que Johan Galtung, sociólogo noruego, denomina violencia cultural. ¿En qué consiste? Son tradiciones, costumbres, creencias, pensamientos, actitudes y conductas que tienen como objetivo justificar, minimizar y normalizar las manifestaciones de violencia en las relaciones intra e interpersonales. En todas las culturas existen costumbres, prácticas habituales individuales y/o colectivas que se han establecido por medio de la repetición. Se siguen y se reiteran una y otra vez sin cuestionarse o modificarse. Algunas de estas costumbres, tradiciones o creencias pueden limitar las libertades o derechos de las personas.
Las frases populares tienen un poder en la normalización de la violencia, como por ejemplo el dicho “el que no tranza no avanza”, que es un justificante cultural del robo y la corrupción. Así mismo, expresiones como “la ocasión hace al ladrón” tienen la función de minimizar la responsabilidad de la persona que comete el acto delictivo, dando por entendido que la víctima provocó de alguna forma el robo. Responsabilizar a la víctima es una costumbre en México. Es tangible en los casos de violencia sexual, donde se le interroga a la víctima sobre su forma de vestir y el por qué se encontraba en el momento y lugar del crimen. Esas actitudes y conductas hacia las víctimas son una manifestación de la violencia cultural; minimizan, justifican y normalizan la violencia ejercida, además de generar la impunidad para los responsables y la revictimización de las víctimas.
Vale la pena reflexionar con tranquilidad y conciencia en los mensajes ocultos detrás de estas frases y de muchas costumbres que tienen como objetivo el no asumir la responsabilidad de las acciones. El hecho de que muchas personas sigan una creencia, no la convierte en correcta o benéfica, es necesaria una reflexión profunda y cuestionar si está basada en el respeto.
¿Cómo ocurre este proceso de normalización de la violencia? Por lo regular no cuestionamos las costumbres, las seguimos. Tampoco cuestionamos las creencias que se nos han enseñado, la mayoría las adoptamos como propias sin pensar en su validez, veracidad o su utilidad para nuestra vida. A veces es complicado observar y analizar las costumbres y tradiciones, mucho más lo es cuestionar las creencias, es normal que se genere resistencia a hacerlo, pero es un esfuerzo que vale la pena, ya que podemos descubrir trasfondos sorprendentes.
Así como la violencia puede ser aprendida, de la misma forma la paz puede enseñarse y aprenderse como forma de relacionarse con uno mismo y con los demás. Como lo establece la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en 1999, en la Declaración y Programa de Acción para una Cultura de paz: “[…] puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. En este documento, la Unesco da a conocer el concepto de cultura de paz como un conjunto de valores, tradiciones, comportamientos y estilos de vida basados en el respeto como pilar y fundamento, respeto a la vida, a la soberanía, a los derechos humanos y libertades fundamentales, y a la igualdad de derechos.
Para practicar el respeto como fundamento de la paz es necesario tener clara su definición e iniciar con uno mismo. El respeto a uno mismo implica observar la propia realidad y aceptarla cual es, la propia identidad y dignidad, con una actitud abierta, de aceptación y tolerante hacia las propias creencias y formas de expresión, sin rechazarla o declararla la única con validez, no es ni un extremo ni el otro. El balance en el autorespeto se manifiesta en la capacidad de aceptación y validación que se tiene de las experiencias de otras personas. Quien no se respeta a sí mismo no manifestará respeto hacia los demás, partiendo desde el principio de que no se puede dar lo que no se tiene.
Una acción que todos podemos realizar para dirigirnos a una cultura de paz es reconocer la violencia en nuestras relaciones, primero con uno mismo y después con los demás. Este proceso puede ser doloroso, sobre todo cuando ha sido la forma en la aprendimos a tratarnos y a tratar a los demás, pero es necesario para redirigir nuestras acciones y contribuir a la paz. El cambio es posible, aprender a tratarnos con respeto requiere esfuerzo pero tiene muchas recompensas. Podemos iniciar por reconocer cuáles son las costumbres y creencias que moldean nuestra conducta. ¿Qué es lo que seguimos sin siquiera cuestionar? Es necesario reconocerlo, tomar un tiempo y reflexionar qué es lo que conscientemente quiero seguir. ¿Qué creencia va a guiar mi conducta?
Encaminarnos en el respeto, desde uno mismo y hacia los demás, es el primer paso para el cambio de cultura, transitar desde la violencia hacia la paz. Tenemos un compromiso para el cambio social, modificar la cultura desde adentro, desde casa, y tomar acciones hasta llegar al objetivo, como lo dijo Estela Hernández: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”.
La autora es investigadora del Centro de Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales
de la Academia IDH
Este texto es parte
del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA
y la Academia IDH