Afán de plenitud: encontrarnos a nosotros mismos para nacer de nuevo
COMPARTIR
TEMAS
Valga este inicio de año para descubrir la esencia de nuestra alma, para así vivir una existencia en paz, quieta, sosegada y sencilla
Ramiro Calle en su libro “Cincuenta Cuentos para Meditar y Regalar” recuperó de las culturas asiáticas extraordinarias narraciones populares y ancestrales como la siguiente historia: “Un anciano maestro estaba muriendo. Se había recostado sobre la hierba, bajo un frondoso árbol. Sus discípulos le rodeaban, compungidos, y algunos de ellos no lograban contener el llanto. —Que nadie se aflija por mí –musitó el maestro. —Lo que debe ser, será. Tras una pausa retomando el aliento, el moribundo dijo: —Una vida sencilla, una muerte sencilla. No hay otro secreto. Llega el placer y disfrutas, pero sin apego; llega el sufrimiento y sufres, pero sin resentimiento. Es necesario aprender a ser armónico en lo inarmónico y sosegado en el desasosiego. Una vida de hermosa simpleza, sin inútiles resistencias. Hay tempestad y calma, pero el equilibrio tiene que estar dentro de uno. Escuchadme bien, amados míos: una vida sencilla, una muerte sencilla. En ese momento se hizo un silencio perfecto y el maestro murió apaciblemente”.
REENCUENTRO
Por su parte, la adelantadísima polideportista, escritora y periodista española Lily Alvarez dijo sobre su reencuentro con la vida: “En estos días he empezado a estar más sosegada, sin duda por mi recuperada soledad. He vuelto a experimentar una vieja sensación: la de volver a ‘poseer’ mi vida. Esto es, de poseerme a mí misma. De ir poco a poco encajando mi ser ‘para Dios’, de hacerlo para él, o por lo menos, de ir enfocándolo, pieza a pieza, en ese sentido. Crear la propia existencia, perfilarla de aquí y de allá, pero ‘por dentro’ cóncavamente. Detalle a detalle, limando, raspando, entresacando en un determinado diseño –no añadiendo, no aumentando– trabajo de escultor más que de constructor. Como mi vida es más quieta, puedo ir descendiendo a sus profundidades”.
Efectivamente, cuando uno se sosiega surge la alquimia descubierta por Martín Descalzo: “Le damos la vuelta a los prismáticos para dimensionar lo sustancial de lo efímero, lo que realmente vale de aquello que es circunstancial. Entonces vemos que los problemas que nos atormentan, en mucho, son sólo fantasmas imaginarios que les hemos permitido apoderarse del timón de nuestra existencia a costa de la libertad y felicidad personal”.
¡PARAR!
Si tiramos una piedra a un estanque y luego queremos ver el fondo, es necesario esperar a que la turbulencia pase, a que las partículas se asienten. De la misma manera, si deseamos hacer un arqueo del trecho andado, de lo vivido, padecido, llorado y también de lo gozado, entonces es recomendable buscar espacios de reflexión, entonces es recomendable estacionarse por un momento al lado del camino de la vida. Y luego, sin el pesado equipaje, podríamos descender a las profundidades de nuestra alma, pero advierto: esta es una labor riesgosa, pues ahí mismo podríamos percatarnos de la tiranía del tiempo, de esos años que, sin aviso, se nos han escapado como si fueran estrellas fugaces, años que posiblemente no colmamos del todo.
SONÁMBULOS
Bajar a lo hondo del alma podría ser abrumador, pues ahí, en ese solitario silencio, se descubre lo mucho que se recibe y lo poco que a veces agradecemos; de la abundancia de luz que gratuitamente la vida obsequia y la ingrata sombra que, en ocasiones brindamos a los demás; lo mucho que se ha tenido y lo poco que se ha compartido; los silencios obviados y las palabras que, desgraciadamente, hemos pronunciado; los minutos no gozados, las sonrisas escatimadas, los rostros endurecidos, la ácida critica, la verdad guardada y la mentira otorgada.
Ahí también yace una cruel verdad: en demasiadas ocasiones caminamos como sonámbulos sobre la cáscara de nuestras almas, viviendo la mayor parte del tiempo ciegos al amor, sin disfrutar el misterio de la vida, empalagados de nosotros mismos.
SI…
Si nos aventuráramos a ir mas allá de la cáscara que recubre nuestras almas, tal vez comprenderíamos que no se requiere tanto para vivir, que lo más hermoso de la vida es lo que no se puede comprar con oro: escuchar esa hermosa música de Mozart o de Bach, el hijo que crece sin que podamos penetrar siquiera en sus sueños, el sí eterno otorgado al ser amado, las gracias sinceras, esas vacaciones de mochila al hombro, el mail recibido de un viejo amigo, ese perdón obsequiado o recibido, la bocanada de aire que tomamos en ese amanecer, ese rojo atardecer, ese helado de chocolate, ese gozo de trabajar, esa pinta que nos hicimos de la escuela, ese día lluvioso o soleado, ese descubrirnos aveces adultos y en ocasiones niños, esas equivocaciones, o ese abrazo de nuestra pareja, padres o hijos.
Solamente cuando nos lanzamos hasta el fondo del alma es cuando sabemos que, paradójicamente, hay cosas buenas que provienen también del sufrimiento, de esas dosis frecuentes de pena y dolor.
GRATUIDAD
Abajo de esa cáscara veríamos que nadie es realmente pobre si sabe descubrir algunos tesoros que son invaluables; por ejemplo, el de la amistad –fortuna escasísima, dificilísima de encontrar–, ya que, en estos tiempos, por las prisas e indiferencia olvidamos cultivarla.
Insisto, más allá de esa envoltura de hierro se encuentran caudales de vida: paisajes por admirar, el canto de las aves, el olor a tierra mojada, el sabor de la comida, las ganas de regresar a casa luego de un viaje de trabajo, el perfume de las flores, el aire fresco, el animalito fiel que sin pedir nada nos acompaña, las sonrisas ajenas y los saludos de la gente, la salud, la cálida conversación, los recuerdos de la niñez y de los abuelos, que de paso sirven para estimular la jornada.
En ese descenso también apreciaríamos muchos bienes que son baratísimos: las buenas películas que nos hacen llorar, reír o pensar. La música que posee la magia de ensanchar hasta la más terca de las almas, el libro que impaciente espera en la noche que deseamos terminar para volverlo a comenzar. Y esos hermosos reencuentros que no requieren palabras para engrandecer el espíritu.
MÁS LEJOS
En las honduras del alma comprenderíamos que nacimos para inventar, practicar y gozar el oficio de vivir, aprenderíamos a querer este preciso instante, que es lo único que verdaderamente tenemos, entonces también abandonaríamos la loca terquedad de desperdiciarlo en tonterías, en pequeñeces, en juicios y prejuicios, en eso que precisamente nos ocupa tanto tiempo.
Yo sé que lo dicho arriba es muy difícil de lograr, que el corazón está hecho de carne y no de acero y por tanto es complicado vernos a nosotros mismos, además cedemos con mucha facilidad a lo superfluo, y realmente no estamos dispuestos a descender en nosotros mismos por los temores que nos asechan.
Siento pesar al saber que la mayor parte del tiempo solamente circulamos sobre la cáscara de nuestra alma, ignorando la auténtica experiencia de vivir; obviando lo que Lao Tzu sentenció: “Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estas viviendo el presente”.
En fin, para esculpir nuestro destino, para ser libres y plenos, es menester trascender la cáscara del alma, viajar hacia nuestro ser interior, descender a sus enormes profundidades, encontrarnos a nosotros mismos para nacer de nuevo, para comprender que siempre estamos arropados de la misericordia de Dios, para así andar por la existencia como recién estrenados.
Valga este inicio de año para descubrir la esencia de nuestra alma, para así vivir una existencia en paz, quieta, sosegada y sencilla. Con afán de plenitud.