Aniversario en puerta
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Este año traerá un aniversario importante para nuestra ciudad: los 440 años de su fundación. Lo anterior nos lleva a repensar un deber ciudadano como saltillenses: una probable aportación para ampliar y apuntalar la historia local, ésa que algunos llamarían la historia parroquial por girar alrededor de la parroquia y del barrio, ésa en la que todos somos protagonistas: el vendedor de jamoncillos, la presidenta de la Vela Perpetua, el barrendero, el zapatero, el sastre, la costurera, el pordiosero, los “pobres vergonzantes”, el violinista que tocó “Las Mañanitas” frente a la casa elegante y el señor que habita en ella, el gerente de la fábrica, el obrero, el jugador de béisbol. En la historia del día a día, todos deben tener un lugar en virtud de una nueva apreciación, una revaloración de esa historia que compete no a los grandes héroes de piedra o de bronce, sino a las familias, las personas comunes, las instituciones, los comercios, las fábricas, todo lo que es parte de lo cotidiano y que tantas veces ni siquiera percibimos.
¿Qué podemos aportar los ciudadanos comunes y corrientes para ampliar y mantener la memoria de la ciudad? Es hora ya de creer en las instituciones que durante muchos años han demostrado su capacidad no sólo para resguardar, sino también para difundir un patrimonio hecho con documentos, papeles, fotografías y objetos cotidianos, de manera que muchas generaciones puedan conocerlo y disfrutarlo. Si ese patrimonio se queda al interior de las familias, lo más probable es que si una generación lo guardó, la siguiente lo perderá porque no le encuentra el valor que representa. Sería conveniente ir buscando desde ahora aquellos papeles viejos, aquellas fotografías antiguas en las que ni siquiera podemos identificar a las personas, y entregarlos en su momento, si no los originales, por lo menos una copia, a esas instituciones dedicadas a resguardar la memoria de la ciudad. Ésa sería la gran aportación de los saltillenses para Saltillo: sacar del seno de la familia las cosas que han dejado de tener utilidad, las cosas olvidadas, para insertarlas en la historia de la ciudad y ayudar a conservarla y difundirla.
Mediante los documentos oficiales y privados como escrituras, testamentos, actas, correspondencia particular, y fotografías, revistas y periódicos de las distintas épocas, se puede conocer desde lo más trivial hasta cuestiones esenciales de nuestra historia. Saber, por ejemplo, cómo se vivía en Saltillo hace 100 años, qué hacía la gente, de qué vivía, qué comía, cómo eran sus casas, cuáles eran los servicios que demandaban, qué oficios desempeñaban, cuántos habitantes había, cómo vestían y cómo se desplazaban de un lugar a otro.
También se puede conocer por qué y cómo se construyó la Alameda, quiénes podían ir a la escuela, qué escuelas había, quiénes eran los profesores, qué enseñaban. Saber hasta por qué se encarcelaba a las personas y cómo cumplían su condena, o de qué morían, cómo se combatían las enfermedades, si había hospitales o clínicas para atenderlos. Pueden adquirirse conocimientos sobre los negocios, el comercio y la política, o los grandes pleitos entre las familias, así como los asuntos delicados que a veces marcaban la vida de las personas, como la delincuencia, los adulterios, violaciones o asesinatos.
En los archivos de la ciudad se resguardan los documentos históricos oficiales concernientes a su formación, construcción, desarrollo y crecimiento, así como los de particulares que hablan de esos temas y de otros muchos relativos a las familias y a la vida en general en Saltillo. Los archivos y museos privados y oficiales pueden enseñar la historia y el desarrollo de la ciudad a través de sus documentos. Y si los enriquecemos, se enriquecerá a su vez la historia misma de Saltillo.
La aportación de algunos dará a otros la oportunidad para mirar hacia su propio pasado y asomarse a la vida en común. Las instituciones son un medio eficiente para preservar la información y los sucesos mucho más allá de los límites de la memoria.