El ciberbullying, la historia de una vieja y nociva costumbre que cobra vidas en la era del Internet
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El prefijo “cyber”, de origen griego, se utiliza para hacer referencia a todos aquellos servicios, conductas, relaciones, delitos, etcétera, que suceden en Internet; mientras que el “bullying”, palabra de origen anglosajón, evoca la superioridad física o emocional de la que un sujeto, conocido como “bully”, se aprovecha para intimidar a otro. Para comprender el concepto popularmente conocido como cyberbullying, es importante entender, que, en nuestro idioma, no es otra cosa que acoso y violencia, cuyas víctimas más frecuentes son los niños y adolescentes.
Por desgracia, el acoso, la violencia, el hostigamiento y la intimidación, todas estas conductas comprendidas en el hiperónimo cyberbullying, históricamente eran consideradas prácticas comunes en el ámbito escolar, aunque no es exclusivo de éste. La mayoría de los adultos tenemos historias de cuando alguna vez fuimos víctimas de esta lastimosa costumbre.
Hoy, el acoso, ha tomado dimensiones mucho mayores… ¿Será que los niños y adolescentes son más violentos, agresivos y crueles?, ¿será que los adultos no sabemos inculcarles valores fundamentales como el respeto y la prudencia?, o todo se resume a que la generación Z, que nació cuando las nuevas tecnologías ya eran parte de nuestro día a día, simplemente no comprenden y, por ende, no saben medir ese poder que eventualmente tienen en sus manos gracias a los dispositivos tecnológicos y de comunicación; un poder tan grande, que hoy en día cobra vidas a nivel mundial.
Ya hace más de diez años del primer caso de suicidio por cyberbullying del que se tuvo noticia en el mundo: Megan Taylor Meier Laherty. Tristemente, era sólo el primero de muchos casos que suceden día con día en nuestro País y en el mundo entero.
¿En qué estamos fallando como sociedad? Desde mi perspectiva es una mezcla de falta de comunicación y una mala orientación respecto del uso correcto y responsable de la tecnología. Si no educamos a nuestros niños a tener conciencia de las consecuencias de sus actos –aunque sean inocentes–, si no los formamos para tener un carácter tolerante a la frustración, si no los hacemos respetuosos de la dignidad de sus prójimos, si no les reforzamos su valía por el sólo hecho de ser humanos, el problema empeorará.
La única manera de frenar esta pandemia es establecer canales de comunicación eficaces con la juventud, no prohibirles el uso de la tecnología, enseñarles a usarla, a ponerse en el lugar del otro, enfrentarlos a las consecuencias de sobreexponerse, no para que tengan miedo, sino para que tengan plena conciencia de que sus acciones de hoy pueden afectar el resto de su vida, ya que por la naturaleza misma de las tecnologías de la información y de la comunicación, perdemos el control de cualquier cosa que publicamos o divulgamos.
Se educa con el ejemplo más que con las palabras, no podemos pedirles a nuestros jóvenes la prudencia que no mostramos como adultos. ¿Cuántas muertes más hacen falta como para salir de nuestra inercia?
@cynsol
Cyntha Solís Lex Informática
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