Cuernavaca, un caso para observar
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Lo que ocurre en Cuernavaca con el arribo de Cuauhtémoc Blanco al gobierno municipal es un caso digno de estudio. Es un ejemplo de lo que puede ocurrir cuando el derrumbe de las opciones políticas tradicionales abre la brecha por la que un grupo de aventureros encuentra la vía de acceso al poder, explotando a una figura popular, pero sin preparación ni ideas sobre la política.
Apenas cumple una semana en el encargo y ya colisionó con el gobernador Graco Ramírez. Están trenzados en una agria disputa por los recursos del municipio y por el control de la policía, entre severos señalamientos del mandatario morelense al alcalde por su ignorancia supina sobre el problema de la seguridad, además de graves acusaciones sobre su probable complicidad con grupos del crimen organizado.
Estas son muy malas noticias para los habitantes de la ciudad de la eterna primavera. No parece que el trienio que comienza vaya a responder a las expectativas de quienes, desilusionados de la clase política y de los tres partidos más fuertes que se habían alternado en el gobierno, decidieron probar con algo novedoso, supuestamente libre de los defectos y lacras de los políticos profesionales.
Hay que ver cómo evoluciona todo esto e ir sacando conclusiones. Por el bien de Cuernavaca y de sus ciudadanos es de desearse que al final no descubran que hay algo peor que los políticos que rechazaron.
Una de las grandes novedades en el escenario político mexicano en 2015 fue la participación exitosa de los candidatos sin partido, los independientes. Con la relevante victoria de “El Bronco” en la contienda por la gubernatura de Nuevo León, el contundente triunfo de Manuel Clouthier Carrillo en un distrito de Culiacán, el logro de la presidencia municipal de Morelia por Alfonso Martínez y la conquista de la diputación local en Jalisco por Pedro Kumamoto, se inició una nueva etapa en la historia de la competencia electoral.
Para bien, y para mal de nuestra estragada democracia, sobre todo si volteamos a ver lo que pasa en Cuernavaca, el 7 de junio se produjo un verdadero parteaguas en esta materia. Si bien es cierto que el ex futbolista fue candidato de un partido local, y por lo mismo distinto a los arriba mencionados —cada uno de ellos fue un modelo de independentismo diferente, el único “puro”, sin contaminación de antecedentes partidistas es Kumamoto— el triunfo de Blanco formó parte del rechazo social a las camarillas y oligarquías partidocráticas. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro.
El entusiasmo por el independentismo crece en todos los rincones del país. De cara a la presidencial de 2018 ya existen diversos proyectos, los conciliábulos al efecto se multiplican. Para las contiendas estatales de este año, en las que estarán en juego media docena de gubernaturas y varios cientos de alcaldías y curules locales, los mismos ánimos suben como espuma. Enhorabuena.
Esos movimientos cívicos son una fuerte llamada de atención a los partidos, para que abran sus puertas a los ciudadanos y dejen de ser capillas de unos cuantos en las que se reparten puestos, rebabas plurinominales y negocios.
Los líderes cívicos desafectos a los políticos partidistas deben tener cuidado. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. No conviene confundir indignación con desesperación. La primera puede ser fermento de cambios necesarios y urgentes. La segunda puede llevar a apoyar experimentos contraproducentes. Observar Cuernavaca. No olvidar, lo que fortalece a un país son sus instituciones sanas y limpias, no los caudillos o los personalismos milagrosos. Apoyar una candidatura independiente puede ser una solución de coyuntura, pero no una apuesta sólida al futuro.
Twitter: @L_FBravoMena