El buen fin… de la ignorancia

Politicón
/ 22 noviembre 2019

Para no caer en las garras de El buen fin, –armada hasta los dientes– me atrincheré en mi cueva del viernes 15 al lunes 18 de noviembre. Los días transcurrieron sin novedad al frente gracias a series y películas de Netflix, mucha comida, snacks saludables y una gran frazada (consumismo a final de cuentas). Y, aunque las horas críticas quedaron atrás, ahora tengo unas ganas locas de correr a comprar lo que se me atraviese.

¿Por qué, aunque sé que adquiero –como  todos– bienes y servicios para llenar vacíos emocionales y/o para aminorar o eliminar miedos, terminó comprando a veces hasta lo que no necesito? Sencillo: la mercadotecnia y la publicidad se toman su tiempo para ganar la batalla –como ocurre cada año con el magno evento de la desbilletización–. Las marcas y sus estrategias de ventas se posicionaron en mi mente antes de El buen fin y, aunque no adquirí nada durante esos días, hoy siento que me perdí de algo.

Los maestros de la mercadotecnia y la publicidad hacen perfectamente su trabajo: que no es vender, sino posicionar marcas, bienes o servicios en la mente del consumidor, para cuando en este surja la necesidad –real o creada– de adquirirlos. Al ser conscientes de que el consumidor no siempre tiene necesidad, deseo, poder adquisitivo o tiempo para la compra; la consigna es sembrar la semilla del consumo, regarla, cuidarla y aguardar pacientemente a que germine.   

¿Recuerdan los efectos que produce en secuencia un mensaje publicitario (AIDA: Atención, Interés, Deseo y Acción), y que son escalones que el cliente debe subir, ordenada y progresivamente, para tomar la decisión de compra? Pues esto es lo que le hace a nuestra mente el binomio mercadotecnia-publicidad; pero, además, se ocupa de hacerlo con el tiempo adecuado de exposición, para que nuestro intelecto lo procese.

Seas vendedor o consumidor, al entender cómo funciona nuestro cerebro se abren posibilidades de mejora. Tanto aquellos que quieren incrementar sus ventas, como quienes desean dejar de comprar compulsivamente, han de ser conocedores de cómo opera nuestro tricerebro: reptiliano (subconsciente), límbico (inconsciente) y neocórtex (consciente); en qué circunstancias se impone cada uno, qué le encanta comprar y cuáles necesidades cubrimos con cada adquisición.

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