El campanario

Politicón
/ 11 agosto 2019

Después de muchos afanes y sacrificios, el padre Arsilio consiguió por fin terminar las obras de construcción de su iglesia

“¡Adúltera!” –le gritó a su esposa don Cornulio en paroxismo de iracundia cuando la sorprendió en el lecho conyugal con un sujeto–. “Lo soy –reconoció ella sin turbarse–. Pero vamos a ver: tú eres vanidoso, ambicioso, codicioso, envidioso, perezoso, avaricioso, rencoroso, baboso, desidioso, fastidioso, mentiroso, celoso, flatoso y amargoso. Y a mí ¿qué otro defecto me encuentras?”… Después de muchos afanes y sacrificios, el padre Arsilio consiguió por fin terminar las obras de construcción de su iglesia. Se consternó, entonces, cuando el sacristán le dijo: “Señor cura: tendremos que hacer más alto el campanario”. “¿Por qué?” –se apuró el buen sacerdote–. Explicó el sacristán: “Sobró mecate de la campana”… Un académico de altos méritos que tenía ya licenciatura y maestría terminó de cursar el doctorado en una prestigiosa institución. Buscó algún trabajo que correspondiera a su categoría, pero no pudo hallar ninguno. Buscó en la sección de empleos de la página de avisos económicos del periódico local y vio uno que le llamó la atención. Acudió al domicilio que en el anuncio se indicaba y grande fue su sorpresa al descubrir que se trataba de una mancebía, casa de trato, ramería, congal, manflota, burdel o lupanar. La dueña le informó: “Su trabajo consistirá en poner sábanas limpias en las camas y retirarlas después de cada ocupación”. “¡Señora mía! –se ofendió el académico–. ¡Soy Doctor en Altos Estudios!”. “No importa –respondió la madama–. Le daremos capacitación”… La canguro hembra, madre de dos crías, le comentó a su amiga: “Odio estos días de lluvia cuando los niños se quedan a jugar en la casa”… “Con todo respeto, señorita…” –le dijo el tipo a la guapa mujer que tenía al lado en la barra del lobby bar–. De inmediato ella se puso a la defensiva, pues en estos tiempos a la expresión: “Con todo respeto” generalmente sigue un ataque o agresión. Se tranquilizó, sin embargo, cuando el individuo completó la frase: “Tiene usted unas hermosas piernas”. “Gracias –replicó la bella dama–. Y las cuido mucho. Mis piernas y yo somos las mejores amigas”. Aventuró el tipo: “Pero supongo que no será inseparables”… Con el primer rayo de sol del nuevo día acabó la noche nupcial. Los recién casados se dispusieron a gozar el dulce sueño que sigue al amor bien cumplido. Antes, sin embargo, la novia le dijo a su flamante maridito: “Mi mamá me contó una mentira”. Preguntó él: “¿Qué mentira te contó?”. Relató ella: “Me dijo que esta noche me sucederían cosas que nunca antes me habían pasado, y no me pasó nada que antes no me hubiera sucedido ya”… En la habitación 210 del popular Motel Kamawa el galán le dijo a su dulcinea: “Sé que tu papá me quiere, que tu mamá me adora, que tus hermanos me ven ya como cuñado, que tus abuelitos me miran con cariño y tus tíos y tías me tienen gran afecto. El único problema es tu marido”… El anticuario le hizo saber a la señorita Himenia: “Eso en que está usted sentada tiene más de 100 años”. “Se equivoca usted, señor mío –protestó ella con enojo–. Apenas acabo de cumplir los 39”… El automóvil del viajero se descompuso, y éste le pidió a un granjero que le permitiera pasar la noche en su casa. “No hay problema –le dijo el hospitalario campesino–. Dormirá usted en la cama con la nenita”. El viajero recordó aquello de las mojaduras y dijo: “Gracias. Preferiría dormir en el granero”. Al día siguiente el viajero vio frente a la casa a una hermosa muchacha de esculturales formas. “¿Quién eres?” –le preguntó maravillado–. Respondió la curvilínea chica: “Soy la Nenita, la hija del granjero. Y tú ¿quiénes eres?”. Respondió el tipo, mohíno: “Soy el grandísimo pendejo que durmió en el granero”… FIN.

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