El omnisciente Obispo

Politicón
/ 30 julio 2016
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Una de las más celebradas características del obispo de la Diócesis de Saltillo, Raúl Vera López, es su auto promovida omnisciencia: todo lo sabe, para todo tiene “la” respuesta, sus conocimientos y capacidad intelectual le alcanzan para opinar respecto de cualquier tema. De las complejidades teológicas a la ingeniería de minas, ningún tema es desconocido para el sabio de Acámbaro.

La característica es celebrada, por supuesto, sólo por su corte de acólitos, un variopinto conjunto de individuos maniqueos para quienes Vera López constituye la encarnación misma de la perfección, casi casi una extensión de la divinidad en quien el error, la equivocación y la falibilidad son impensables.

Por ello, porque le consideran incapaz del equívoco, no solamente celebran todas sus ocurrencias (lo he dicho antes en este espacio: Raúl Vera es un hombre de ocurrencias, no de ideas), también sienten la obligación de defenderlas, porque si el planteamiento ha sido parido por las neuronas del santo varón la probabilidad del equívoco es igual a cero.

Además, como él mismo se encarga de recordárnoslo de forma constante, se trata de un individuo de valor excepcional, de un émulo del bíblico David, permanentemente dispuesto a plantarle cara a los goliats de nuestros días, a los monstruos en quienes encarnan hoy las amenazas a la fe y a los bienes colectivos más preciados.

“Un pastor, si no arriesga su vida, no puede ser un pastor verdadero”, dijo (seguramente) con su acostumbrado tono pontifical, en enero de 2013, a los reporteros Isabel Echeverri y César Gaytán, en una entrevista concedida con motivo de la celebración de sus primero 25 años de vida episcopal. Los acólitos habrían querido pedir prestado el botafumeiro a las autoridades de la catedral de Santiago de Compostela para quemarle incienso a su santo patrono como él lo merece.

En esas agallas, sin duda, se ubica la fuerza motriz, el impulso merced al cual Raúl Vera no teme jamás saltar al vacío y por ello no tiene tema aborrecido.
Si se trata del colapso de una mina —Pasta de Conchos, digamos— el clérigo puede disertar largamente, sin pestañear, respecto de la mecánica de suelos, la topografía subterránea y la resistencia de materiales para explicar cómo sí —o cómo no— es posible ingresar a un agujero realizado en la tierra por el hombre, aún cuando en éste se haya registrado una explosión.

Si se trata de los ataques terroristas en París, Monseñor puede dictar cátedra respecto de cómo, durante sus viajes a Siria, él ha constatado personalmente la inexistencia de células extremistas en dicho territorio y, a partir de su opinión experta, ilustrarnos respecto de las razones por las cuales los deudos de las víctimas del terror no deben culpar a los terroristas, sino “a las potencias mundiales”, pues son éstas las “auténticas responsables” de las atrocidades cometidas en contra de individuos inocentes.

Si hablamos de derecho constitucional, nuestro omnisciente monje puede exponer —con sapiencia digna de los monstruos de la ciencia jurídica occidental— los contundentes argumentos con los cuales se justifica —desde su perspectiva, desde luego— la necesidad de una nueva Constitución Política para nuestro país.

Si alguien celebra el posicionamiento del papa Francisco respecto de un tema controversial de la agenda global —las uniones entre personas del mismo sexo, por ejemplo—, o del catálogo de preocupaciones domésticas, se puede apostar triple contra sencillo una cosa: fue el ubicuo dominico quien le susurró al oído a mister Bergoglio la necesidad de pronunciarse respecto del escabroso tema.

Porque él todo lo sabe, todo lo conoce, todo lo tenía definido y diagnosticado mucho antes de ser nosotros, simples y corrientes mortales, capaces de imaginar siquiera la controversia.

La más reciente perla extraída de la inagotable chistera de don Raúl fue publicada en la portada de VANGUARDIA el pasado jueves bajo el título “Iglesia calló masacre de Piedras Negras por temor”.

El texto, firmado por la reportera Karla Tinoco, contiene la más reciente revelación del obispo valiente: él supo, mucho antes de revelarse la información ahora conocida por todos, detalles precisos de cómo el penal de Piedras Negras fue utilizado para torturar y desaparecer personas por parte de grupos criminales.

“Para mi no ha sido ninguna sorpresa… Yo tenía mucha información sobre lo que estaba pasando…” ha dicho monseñor, imprimiendo a la expresión la contundencia característica de su valor a toda prueba.

Y, si tenía tanta información, ¿cuál fue la razón para no denunciar los hechos? Según el propio clérigo, no lo hizo porque en ese momento “estábamos en el desamparo total” (todos, incluido él, se entiende).

Dicho de otra forma: hablar metafóricamente de arriesgar la vida es una cosa… poner en práctica la receta implica dejar de alinear en el contingente de quienes han hecho de la hipocrecía y el oportunismo un estilo de vida.

¡Feliz fin de semana!

carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3
 

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