El regreso a clases y la ‘huella de la pandemia’
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Es necesario que los alumnos que volverán a clases presenciales en agosto próximo puedan contar con acompañamiento psicológico para procesar de forma adecuada este episodio en sus vidas
Uno de los impactos relevantes generados por la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2 es el relativo a la afectación que sobre la salud emocional de las personas –de todas las edades– ha provocado, fundamentalmente por efecto del confinamiento y el aislamiento social.
Es un lugar común decir a estas alturas que la pandemia “nos cambió la vida”, pero sin duda se trata de un acotamiento certero incluso si no somos del todo conscientes de lo que ello ha significado en nuestro entorno inmediato.
Y es que la modificación de nuestros hábitos –todos– ha representando una transformación violenta de la forma en la cual concebíamos la vida en sociedad hasta hace poco más de un año. Y a las consecuencias que ello implica, nadie escapa.
La afirmación anterior es igualmente cierta para los adultos mayores y para los niños, particularmente para aquellos que se encuentran en edad escolar y que se han visto obligados a renunciar durante todo este tiempo a la socialización que es consecuencia natural de asistir cotidianamente a clases.
Es cierto que hemos recurrido a “otras formas” de socialización mediante el uso de la tecnología, pero no lo es menos que la interacción a través de dispositivos electrónicos no puede sustituir un apretón de manos, un abrazo o una charla cara a cara.
Los adultos podemos racionalizar esta circunstancia e interiorizarla como un imperativo de la realidad, pero lo menores de edad no pueden ser exigidos en la misma forma y eso implica que nos hagamos cargo de la deficiencia que en su desarrollo ha representado este largo período de convivencia restringida.
El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, relativo a la necesidad, expresada por las autoridades educativas, de que los alumnos que volverán a clases presenciales en agosto próximo puedan contar con acompañamiento psicológico para procesar de forma adecuada este episodio en sus vidas.
En apariencia, la “vuelta a la normalidad” tendría que ser un tránsito normal para todos, pero en la realidad es necesario hacernos cargo de que los niños requieren de apoyos especiales para asimilar de forma adecuada los efectos que este período ha tenido para ellos.
Hacernos cargo de este hecho, por cierto, tiene que ver con entender que el apoyo psicológico a los menores implica invertir recursos para garantizar que todas las escuelas cuenten con esta herramienta, algo que se encuentran lejos de ser una realidad en este momento.
Por ello, es de esperarse que, tanto el Gobierno Federal como el Estatal, conjunten esfuerzos para que, al arrancar el próximo ciclo escolar, estemos en posibilidad de garantizar que nuestros hijos reanuden sus actividades escolares en las mejores condiciones posibles.