¿Examen aprobado?

Politicón
/ 25 julio 2019
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Imagine usted, querido lector, que es estudiante en un internado, al que llega un prefecto gruñón, exigente al grado de ser injusto, y al que para colmo de males le cae usted mal. No un poquito mal, sino MUY mal: lo ve a usted como el reflejo de todo lo que está mal en el sistema educativo nacional o hasta mundial. Si ya visualizó tan horrenda situación, ahora figúrese que durará para siempre. Que prácticamente no hay nada que pueda usted hacer (ni el prefecto tampoco) que pueda cambiar las cosas. Está usted atrapado para siempre, por los siglos de los siglos: sus antepasados lo estuvieron, sus descendientes lo estarán.

Bueno, pues así es la vecindad entre países. En un extraordinario libro, Prisoners of Geography (en español: Prisioneros de la geografía) Tim Marshall describe muy bien lo que la circunstancia geográfica le hace a los pueblos, a las naciones. Pero, para ser justos, los mexicanos no necesitábamos de ese libro para saber lo que significa ser vecino de una, de LA, superpotencia global.

Pierre Trudeau lo describía como “dormir junto al elefante”, aunque nosotros los mexicanos difícilmente conciliamos el sueño, no vaya a ser que se dé la vuelta y nos aplaste a media noche. Alan Riding hablaba de los Vecinos Distantes, pero no hay distancia posible con tres mil kilómetros lineales de frontera y más de un millón de cruces fronterizos legales diarios. Jeffrey Davidow se refería al Oso y el Puercoespín, pero no hay zoología capaz de entender la enorme variedad y complejidad de nuestros cotidianos encuentros y desencuentros.

Estamos condenados a ser vecinos, nos guste o no, nos convenga o no. Por lo general las cosas marchan bien, pero a veces se aparece el prefecto gruñón al que aludí al inicio de este texto y es cuando se complican. Porque si la idea del internado vitalicio (o a perpetuidad, mejor dicho) puede resultar abrumadora, cuando entra en escena un personaje disruptivo, las cosas solo pueden dar un giro para mal.

Acaba de estar en nuestro país el ayudante, el delegado, de dicho prefecto. Vino a revisar nuestros avances, el nivel de cumplimiento de una serie de acuerdos acerca de los cuales no tuvimos mayor opción ni margen de maniobra. Gracias a que somos estudiantes empeñosos y aplicados salimos relativamente bien librados: no sé si con estrellita en la frente, pero cuando menos una palomita en la hoja de la tarea, suficiente para evitar mayores consecuencias. La lógica escolar/estudiantil indica que vamos por el camino correcto, que debemos seguir así. ¿Será?

La explosión migratoria proveniente de Centroamérica ha puesto en relieve una vez más nuestra condición de territorio de paso (o de trampolín, como ya lo fuimos cuando por aquí pasaba la droga sin detenerse, haciendo que algunos pensaran que el problema era exclusivo de los dueños de la alberca). Pero también nos debe recordar que la interdependencia entre México y EU hace imposible que los actos o las omisiones de alguno de los dos pasen desapercibidos para el otro.

El descuido histórico de México para con su frontera sur nos iba a cobrar la cuenta, tarde o temprano, no solo en lo que a la relación con Guatemala y el resto de Centroamérica se refiere, ni en cuanto a migración y los múltiples males y vicios que la acompañan. Y no se trata solo de Trump y su animadversión hacia México, cuyas causas profundas tal vez alguien logre un día descifrar, sino al hecho de que nuestras omisiones, de por sí imperdonables en términos de seguridad nacional e incluso de soberanía, terminarían —como lo hicieron— por repercutir allá al norte de nuestra frontera.

Aprobamos este examen, el de los 45 días. Viene uno más, en igual periodo de tiempo que tal vez también libremos. Pero de nada servirá mientras no nos demos cuenta de que el verdadero examen, la verdadera tarea, es hacia adentro: nunca estaremos bien en la escuela, en el internado de nuestra vecindad, mientras no pongamos nuestra propia casa en orden.

@gabrielguerrac

 

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