Guerras inocentes; ‘mirar al cielo’
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Existen realidades que, al quedar al descubierto, manifiestan las más profundas de las desgracias y decepciones humanas
Recuerdo cuando, a principios de 2015, Glyzelle Palomar, una niña filipina de 12 años rescatada de la calle, entre lágrimas le dijo al Papa Francisco: “Hay muchos niños abandonados por sus propios padres, muchas víctimas de muchas cosas terribles como las drogas o la prostitución. ¿Por qué Dios permite estas cosas, aunque no es culpa de los niños? y ¿Por qué tan poca gente nos viene a ayudar?”
El Papa comentó: “Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta y no le alcanzaron las palabras y tuvo que decirlas con lágrimas” (…) “Cuando nos hagan la pregunta de por qué sufren los niños (...) que nuestra respuesta sea o el silencio o las palabras que nacen de las lágrimas”.
Posteriormente, el Pontífice diría: “La pregunta sobre los niños que sufren es la más difícil porque no hay respuesta. Sólo podemos mirar al cielo y esperar respuestas que no se encuentran”. (https://guerrero.quadratin.com.mx/La-pregunta-de-una-nina-filipina-que-el-Papa-no-pudo-responder/)
A PESAR…
Este año fue proclamado por las Naciones Unidas como “El Año Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil” debido a que se estima que el mundo existen 152 millones de niños son obligados a trabajar y, expertos en la materia, consideran que la pandemia de COVID-19 ha empeorado considerablemente esta realidad gracias a los cierres de escuelas que han agravado esta situación, provocando que millones de niños ahora estén trabajando para contribuir a los ingresos familiares, siendo ellos los más vulnerables a la explotación.
De acuerdo con el Inegi, en México hay 3.2 millones de niños y niñas entre 5 y 17 años que trabajan y representan el 11.4% de la niñez de México y los menores empleados en ocupaciones peligrosas suman 1.1 millones.
A pesar de esta realidad, el presupuesto de egresos de la federación de este año únicamente destina 4 millones de pesos a los programas que atienden a las niñas, niños y adolescentes que realizan trabajo infantil; esto es 1 peso con 25 centavos por cada uno.
NIÑO SOLDADO
En este contexto existen realidades que, al quedar al descubierto, manifiestan las más profundas de las desgracias y decepciones humanas, representan historias que estremecen el alma, como la que describen las guerras en las cuales las más inocentes y frágiles personas se ven involucradas sin que nada puedan hacer.
En 2007, una de estas historias estremeció al mundo, al ser divulgada en el libro “Un largo camino” (“A Long Way Gone: Memoirs of a Boy Soldier”), que relata el infierno que padeció su autor y que todavía hoy en día sufren miles de infantes en el mundo al ser forzados a ser niños soldados o niñas “para ejercer labores como cocineras y/o concubinas.
El libro referido fue escrito con tal crudeza que amedrenta su lectura, pareciera que lo escribió un autor hollywoodense especializado en argumentos de terror extremo, pero desgraciadamente, es la autobiografía - una cartografía de oscuridad - del drama padecido por Ishmael Beah, un “niño soldado” de Sierra Leona, al que sorprendió la guerra cuando apenas tenía doce años y fue secuestrado, reclutado y obligado a luchar en la confrontación civil, experiencia que le robó de tajo su infantil inocencia y le quitó a toda su familia.
Esta fatídica guerra fue librada entre el ejército gubernamental y rebeldes denominados “Frente Unido Revolucionario”, que fue conformado principalmente por niños soldados y auspiciado por el contrabando y la esclavitud infantil relacionados con los llamados “diamantes de sangre”. Se estima que en el tiempo que duró la guerra se reclutaron a más de 11 mil niños.
LA OPCIÓN
El libro narra la forma en que Ishmael y sus compañeros lograron huir de los rebeles, caminando por meses hasta llegar en busca de ayuda a un campamento establecido por el ejército gubernamental, pero que éste, en lugar de protegerlos y enviarlos a un lugar seguro, los alistó convirtiéndolos también en carne de cañón, en “niños soldados”, según lo cuenta el propio autor: “Cuando llegamos a la base militar pensamos que nos íbamos a sentir seguros, pero resultó ser falso, se convirtió en una pesadilla. Tras un período de adiestramiento de sólo una semana empezamos a participar activamente en la guerra. La única opción que teníamos era entrar en el ejército y combatir o dejar que nos persiguieran y mataran”.
TE ACOSTUMBRAS
El ejército los entrenaba de manera terrorífica: “Había cinco prisioneros y muchos participantes ávidos. Así que el cabo tuvo que elegir a unos cuantos. Eligió a Kanei, a tres chicos más y a mí para la exhibición. Pusieron a los cinco hombres en fila frente a nosotros, en la zona de instrucción, con las manos atadas. Debíamos cortarles el cuello cuando el cabo lo ordenara. Aquel cuyo prisionero muriera más rápidamente ganaría el concurso”.
Ishmael en una entrevista comentó: “Al principio, cuando asesinas a alguien, “te sientes horrorizado”, aunque al final “te acabas acostumbrando. (…) En la guerra el alma se te cierra y no sientes emociones, es como un mecanismo de defensa, porque si no te morirías de ver tanto horror (…) El alma se te cierra y no eres capaz de sentir emociones humanas. Es la locura de la guerra”.
El niño soldado, después de casi tres años habituado a la violencia en donde su única familia la formaban los sanguinarios superiores y compañeros de armas, fue rescatado por la UNICEF y luego rehabilitado en un centro para niños soldados en Freetown, la capital de Sierra Leona.
EN MÉXICO
Desgraciadamente, nuestro propio país no se encuentra exento de las fatalidades derivadas de luchas armadas, pues aquí mismo se libra una guerra peculiar, una desalmada guerra entre el gobierno y los grupos criminales, en donde la población civil, de todas las edades y condiciones sociales, sufre cotidianamente las peores consecuencias. Guerra que, en esta administración federal, al mes de mayo ha cobrado la vida de 87,852 mexicanos (homicidios dolosos); de hecho, el mes de mayo pasado fue el peor desde hace 23 años.
Insisto, la violencia ha causado miles de muertos, desaparecidos y desplazados, y lo peor es que pareciera que nos hemos acostumbrado a esta brutal realidad.
Estudios rigurosos describen un ambiente mucho más negro derivado de esta beligerancia y que es poco comentado: el permanente involucramiento, infiltración y reclutamiento de menores en las organizaciones criminales los cuales cumplen tareas que comprometen su inocencia e integridad mental y espiritual, poniendo también en peligro sus
frágiles existencias.
Adicionalmente, como es de dominio público, han surgido en los estados de Guerrero y Michoacán niños soldados que son reclutados para defender a su comunidad ante los embates del crimen organizado.
En este contexto, aunque no se tienen cifras oficiales, la Red por los Derechos de la Infancia, estima que existen ¡entre treinta y cincuenta mil niños incorporados a la delincuencia organizada! que se “utilizan” como “niños señuelos”, gracias a la facilidad para condicionarlos a ejecutar órdenes.
La victimización de niños vulnerables en México es evidente y el escenario que tenemos relacionado con este cáncer es lamentable. La sociedad no aprecia ninguna luz esperanzadora, por lo que el futuro es para muchos desolador.
SIN RESPUESTA
La pregunta realizada por la pequeña Glyzelle continua vigente. Representa un cuestionamiento que a todos invita a la reflexión y convoca a la acción.
Erich Fromm comentó “ser capaz de prestarse atención a uno mismo es requisito previo para tener la capacidad de prestar atención a los demás”, pareciera que hemos perdido la capacidad de cuidar y velar por la seguridad de los más vulnerables, posiblemente porque nos “desimportamos” a nosotros mismos.
Una sociedad incapaz de custodiar a sus niños revela una realidad atroz: la pérdida de empatía, de responsabilidad y del compromiso emocional que nos distinguen como seres humanos.
¿Por qué tantos niños inocentes sufren y padecen en el mundo y en México a causa de perversos intereses y de guerras de adultos? Ante esto, sólo nos queda “mirar al cielo y esperar respuestas que no se encuentran”.
La pregunta de Glyzelle y de otros tantos niños, sigue sin respuesta y, ante lo incontestable, me aterra la declaración de Sartre: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Me aterra la culpa socialmente “inter generacional”: la histórica, pero fundamentalmente, la futura que evidentemente hoy nos involucra a todos los presentes.
Confieso: ante mi realidad, ante mi insistente llanto; ante mi impotencia y clara incomprensión, angustiosamente continúo mirando al cielo.
Inevitablemente, sigo siendo niño: tengo esperanza.