Hermosas cosas

Politicón
/ 20 marzo 2016
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Cortazar es una linda ciudad de Guanajuato. Muy bello es el paisaje que circunda a esa población. Le ponen marco la Sierra de Codornices, con su precioso Cerrito Colorado; el río de La Laja y las barrancas de Paila y Salitrera, en cuyo fondo crecen helecho con hojas más altas que un hombre alto.

Por ahí están las cuevas de Los Portales. Situadas a uno y otro lado del profundo barranco esas grutas servían de sitio para una bella tradición que tuvo su mayor apogeo en los primeros años del pasado siglo. Cuando había luna llena se organizaban lunadas a las que asistía la más florida juventud del pueblo. Las cuevas de un lado de la barranca eran ocupadas por las muchachas; las del otro por sus jóvenes galanes. Ahí pasarían la velada; ahí dormirían. A la llegada de la noche se encendían fogatas. Esa era la señal para el comienzo de un concierto que, seguro estoy,  sólo se ha conocido en Cortazar. Con acompañamiento de guitarras empezaban a cantar los muchachos desde su lado del barranco. Desde el suyo les respondían las muchachas con otra canción. Toda la noche duraba ese diálogo de canciones, entonadas a veces por solistas -ella y ‘el- que se cambiaban mensajes del corazón en el lenguaje que sólo entienden los enamorados.

¡Qué hermosas deben haber sido aquellas noches de cantos amorosos! ¡Cómo se han ido perdiendo esas románticas costumbres de un ayer que con nostalgia rememoramos hoy!
      
Los yaquis de Sonora llaman “shipi” a un ave de rapiña de hermoso plumaje pardo y pecho blanco. Una extraña, infalible manera de cazar tienen estos predadores. En forma contraria a la de casi todos sus congéneres, los shipis cazan, digamos, en equipo. Cuando uno de ellos atisba a una presa -una liebre, una ardilla, un ratón- busca el concurso de otro u otros dos compañeros. Ya formado el grupo de cazadores los shipis empiezan a volar a baja altura en torno de su víctima, pero sin atacarla. Sólo proyectan su sombra alrededor de ella, de modo que el pobre animalillo no acierta a huir, confundido por aquel cerco de sombras que le salen al paso sea cual fuere el rumbo por donde busca escapar. Exhausta y aturdida se rinde al fin la presa, y entonces caen sobre ella aquellos certeros pájaros letales.
       
El árbol llamado “flamboyán” o “framboyán” fue conocido en Oaxaca, durante mucho tiempo, con el nombre humorístico de “Tuxtepec”. Al llamar así a ese árbol se hacía alusión burlona a don Porfirio Díaz, a quien muchos de sus paisanos no querían bien, y lo comparaban con ese árbol, que primero da muchas flores -como al principio hacía gratas promesas don Porfirio- y luego se vuelve puras vainas. “Vainas” son mentiras, engaños o promesas incumplidas.

La hierba damiana tiene un estrepitoso y sugestivo nombre científico: se llama “Turnera Aphrodisiaca”. Se le atribuyen virtudes capaces de reanimar al más desanimado. Ahora se vende en forma de licor, muy procurado por caballeros entrados en años que quieren que se les baje el deseo sexual: lo tienen en la cabeza y anhelan tenerlo más abajo.
A la hueva de liza se le atribuyen similares cualidades erotógenas. En Coahuila tuvimos un gobernante de curioso nombre: se llamaba Paz Faz Riza. Era general este señor, y llegó al poder cuando ya el peso de los años le había mermado facultades. La popular dicacidad, traviesa, le asestó cuatro versillos picarescos:
        
Ni con la hierba damiana,
ni con la hueva de liza,
puede echar una mangana
el general Paz Faz Riza.

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