La camisa del hombre feliz
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La felicidad llega por sí sola al hombre, no tiene que buscarla, muchas de las veces está en las cosas más sencillas, donde no hay lujos
Leon Tolstoi (1828-1910) - héroe de guerra, educador, reformador, visionario, e indudablemente uno de los escritores rusos más destacados de la literatura universal, quien también escribió innumerables cuentos, entre ellos el siguiente cuyo nombre he tomado prestado para esta entrega:
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Consternado el monarca apenas acertó a preguntarle a voz en grito, cuando el viejo sabio iba ya a salir de la enorme sala. “¿Dónde está ese hombre? ¿Cómo puedo encontrarle?” “No tenéis más que enviar emisarios a buscarlo”, respondió el Sufí desde el pasillo.
El rey actuó de inmediato y envió a todos sus emires a recorrer el país. Los altos dignatarios fueron preguntando a todo ciudadano si era el hombre feliz, y cuando el interrogado respondía negativamente seguían buscando. Pasaron los años. Por fin el emir más diestro, fuerte y paciente regresó a palacio, exhausto, desfallecido y con el semblante ciertamente turbado.
El rey inquirió: “¿Has encontrado por fin al hombre feliz?” “Sí, majestad”, respondió el buen servidor, “en efecto lo he encontrado; vive en los confines de vuestro reino, en lo alto de las montañas más altas”.“¿Le habéis, pues, colmado de tesoros a cambio de su camisa?”“Majestad:”, el canciller se tomó su tiempo en responder, lanzó un largo suspiro y concluyó, “el hombre feliz es tan pobre que no tiene ni camisa”. >>
RECORRIENDO EL REMEDIO
Sin duda, la tarea de encontrar la camisa de la persona feliz, aunque infructuosa, no fue tarea fácil, los encomendados se encontraron en el camino a gobernantes y funcionarios de muchos reinos, todos ellos con mucho dinero pero, a pesar de que pensaron que la persona más feliz es la que tiene poder y dinero descubrieron que, en el fondo, todos ellos eran infelices porque estaban preocupados por conquistar otros reinos, o debido a que sabían que el origen de sus riquezas era producto de la corrupción; o intuían que, a pesar de tanto poder, carecían de auténticos amigos, pues era el interés de las personas lo que las mantenía a su lado y acertadamente presentían que, una vez dejado el poder, aún con todo el dinero, estarían en la peor de las soledades, esa que se gesta por mutuo propio desde la mismísima miseria del corazón, esa que previamente se construyó, paradójicamente, cuando se encontraban rodeadas de acarreadas multitudes.
CIUDADANO KANE
Me refiero a esa soledad similar a la del ciudadano Kane de Orson Welles, quien después de tanto afanar, tanto dinero y poder, estaba solo y desdichado, tal como lo dice Savater: “todas sus riquezas y todo el poder acumulado sobre los otros no habían podido comprarle nada mejor que aquel recuerdo infantil. Ese trineo, símbolo de dulces relaciones humanas, era en verdad lo que Kane quería, la buena vida que había sacrificado para conseguir millones de cosas que en realidad no le servían para nada. Y que sin embargo la mayoría le envidiaba”.
INFRUCTUOSA BÚSQUEDA
Encontraron también agricultores, banqueros y comerciantes que tenían harto dinero y bien habido, pero para desgracia de algunos de ellos la salud los había abandonado, otros carecían de amor, otros sus hijos los deshonraban o los habían abandonado, otros tantos eran desdichados debido a que sus esposas siempre se quejaban.
También localizaron personas inmensamente ricas, pero infelices porque estaban preocupadas por atesorar más bienes, o bien por el temor de ser robadas, o ser engañadas por su gente de confianza; o bien, eran desdichadas, pues aún cuando “no habían perdido nada ya eran pobres porque se preocupaban del temor de ser pobres”.
Preguntaron a mujeres bellísimas, pero eran infelices porque a todas algo les faltaba, no faltaron personas inteligentes en el camino que se quejaban por no tener la fortuna de otros.
En esa pesquisa dieron con seres humanos que tenían plenitud de salud, pero que estaban tristes por falta de comodidades; otros que tenían salud y comodidades, pero carentes de reconocimiento social, lo que provocaba en ellos desilusión.
En la encomienda, indudablemente encontraron personas famosas, pero descubrieron que por dentro estaban cansadas, hartas y vacías; dieron cuenta que, por cuidar tanto su físico, eran infelices, ya que habían dejado de disfrutar los pequeños placeres de la vida.
Así, los emisarios en el caminar, atestiguaron que las camisas de los que poseían dinero, poder, belleza, inteligencia o fama no podían ser llevadas al rey. Entonces todos regresaron, excepto uno.
EN MEDIO DE NADA
Cosa curiosa, de regreso ya cansado y desmoralizado, el último emisario, el más paciente, en medio de la nada escuchó la voz de un pobre hombre que cantaba en su propia miseria, el dignatario habló con él para descubrir la razón de su alegría entre tanta soledad y pobreza, a lo que el hombre contestó: porque “simplemente soy un hombre feliz”.
Imagino que el representante de rey contó su misión, ofreció al indigente toda clase de riqueza y honores a cambio de su camisa pero, para su sorpresa, el ermitaño le dijo “yo le daría con gusto mi camisa, pero no tengo, porque no la necesito”. Entonces el emisario descubrió que el pobre hombre era feliz porque no buscaba la felicidad, porque sencillamente había ganado su lotería por el hecho de haber nacido, por sus ganas de vivir, por cantar, por lo que tenía y no tenía, por agradecer a Dios el don de la existencia.
Supongo que el rey jamás encontró la preciada camisa y entonces murió desdichado.
ES EL CAMINO
Comenta Martín Descalzo: “no hay recetas para la felicidad, porque, en primer lugar, no hay una sola, sino muchas felicidades y cada hombre debe construir la suya, que puede ser muy diferente de la de sus vecinos. Y porque, en segundo lugar, una de las claves para ser felices está en descubrir «qué» clase de felicidad es la mía propia”.
Adicional a este comentario creo que si ignoramos templar para bien nuestra propia naturaleza, aparece el desasosiego. Pienso que la felicidad no es un fin en sí mismo, es un camino, por tanto no puede buscarse, sino más bien ella inesperadamente nos encuentra, brotando en todo cuando precisamente dejamos de perseguirla.
La felicidad germina cuando se actúa amorosa y misericordiosamente: con uno mismo, con los ideales y proyectos que se han de emprender, con las demás personas, sobre todo con las que requieren de nuestra mirada y atención, con el mundo entero, con la naturaleza y los demás seres que nos habitan. Cuando vivimos abiertos al prójimo, a los otros.
Quizá la felicidad se encuentra en leer a Dios en cada amanecer, en la mirada de la gente que nos puebla, en la música que nos entusiasma, en las letras de esos autores que nos acompañan a lo largo de la vida, en el ocaso del sol, en las estrellas luminosas, en los pequeños placeres. Tal vez, la felicidad nos atrapa al hacer lo que se ama o amar lo que se hace.
Concuerdo con el papa Francisco, uno se tropieza con la paz cuando vivimos y dejamos vivir, cuando nos damos a los demás, cuando andamos remansadamente, cuando creamos activamente la paz.
Ciertamente la felicidad no se encuentra en las almas con las que se toparon los emisarios del Rey; más bien, la plenitud se descubre, parafraseando a Sábato, en los corazones que saben cantar en la miseria, porque ante esto nada puede el mundo, y esa camisa la tienen los seres humanos que saben “que a la vida le resta el espacio de una grieta para renacer, porque de los obstáculos saben hacer nuevos caminos”.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor ITESM Campus Saltillo