Lo que somos
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En medio de la pandemia, el encierro, las múltiples limitaciones que nos impone esta situación tan extraordinaria como extraña, estamos ante la oportunidad única e irrepetible de conocernos, queridos lectores. Conocernos de verdad, no como quien se mira al espejo por las mañanas antes de salir o quien de repente tiene un momento de introspección. No, esto es mucho más serio, más profundo, más de verdad.
Llevamos más o menos 90 días de guardarnos, al menos quienes sí lo hemos hecho, y también, es justo decirlo, quienes en México tenemos el privilegio de poderlo hacer. En esta noventena, por llamarle de alguna manera, nos hemos dado cuenta de muchas cosas, tal vez no con plena consciencia: de nuestra fuerza (o debilidad) de voluntad; de nuestra (in)capacidad para el orden y estructura mental; de nuestra (in)tolerancia, (in)disciplina, (in)disposición a la convivencia, curiosidad intelectual y emocional, gustos y disgustos, la lista es interminable…
Habrá quien diga que en realidad ha conocido más a su pareja, o a sus hijos o padres o compañeros de cuarentena, pero lo cierto es que es a través de ellos que nos damos cuenta de cómo somos nosotros, cada uno, en la más profunda intimidad: la del miedo, la incertidumbre, la desconfianza, la de la solidaridad y el compañerismo más profundos pero también en el enojo, el arrebato, la frustración, el arrepentimiento.
Cada uno de nosotros está viviendo y sobreviviendo esta circunstancia de manera diferente, pero eso no quiere decir que algunos la tengan necesariamente más fácil que otros. Claro, lo material pesa y mucho, sobre todo en dos aspectos, el del espacio disponible para el encierro y, el más importante, el de la capacidad de poder o no proveer (se) económicamente. Obviamente no voy a comparar a quien se encuentra en situaciones de urgencia con quienes tienen la parte material resuelta, pero en casi todos los demás aspectos los retos que nos ha planteado el COVID-19 son similares.
El miedo al contagio, lo invisible/inasible del bicho, el encierro, han hecho aflorar lo mejor y lo peor de cada uno no solo para con los demás, sino consigo mismo, y este es precisamente el proceso de descubrimiento, de reconocimiento, al que me refiero.
El aprender a conocernos y reconocernos no necesariamente implica que nos caigamos bien, que nos guste lo que vemos. Seguramente todos hemos descubierto facetas que no imaginábamos, proyectos familiares o individuales que ni siquiera teníamos en el radar. Y también buenos propósitos que, como los de año nuevo, no necesariamente se han cumplido. Y pues ya vendrán las culpas, las crudas morales, los arrepentimientos.
¿Sirven de algo? No, a menos que de ahí nos demos cuenta quiénes y cómo somos, qué clase de personas, de amigos, familiares, compañeros somos de verdad, cuando las circunstancias aprietan.
Falta todavía mucho para que esto acabe. Las tonalidades del semáforo, los discursos públicos, las conductas privadas podrán ser indicadores, pero a fin de cuentas lo cierto es que los riesgos de contagio siguen ahí, que aún no hay vacuna ni tratamiento efectivo, que el encierro tendrá que dará paso muy lenta y paulatinamente a un "regreso", si así lo podemos llamar, a algo que no me atrevería yo a llamar una nueva normalidad, porque de normal no tendrá nada.
Así que ahora, o en unas semanas, que se disponga usted a volver a la circulación, querido lector, piense no en lo que hizo mal o dejó de hacer durante estos meses, sino en lo que va a hacer y a dejar de hacer de ahora en adelante. Ya se habrá usted dado cuenta de si se cae bien o mal o regular, el chiste ahora será que en el futuro pueda usted seguir viviendo -y bien- consigo mismo.
Se dice fácil.