Locura de amor
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“... Fue víctima de un hechizo que la consumió interiormente poco a poco hasta afectarle el cerebro...”.
Tal fue el origen de la locura de la emperatriz Carlota según el doctor Federico Pedrera y Negroe, uno de los primeros médicos homeópatas que hubo en Yucatán, y además famoso espiritista. Esa declaración -añadía el destacado facultativo yucateco- no era una hipótesis o teoría: era un descubrimiento basado en datos que le fueron proporcionados por los espíritus de destacados personajes de la antigüedad en cuya palabra no cabía dudar, pues todos eran espíritus muy serios.
Desde luego el doctor Pedrero no fue el único que intentó explicar la locura de la desventurada esposa de Maximiliano. Sor Liberata del Niño Jesús, monja del Convento de las Concepcionistas, sostuvo que el mal le vino a Carlota por la misma causa que al emperador le llegó el fusilamiento: fue tremendo castigo de Dios, disgustado porque Maximiliano mantuvo sin cambio las leyes dictadas por los liberales -las Leyes de Reforma-, y jamás movió un dedo, a pesar de ser príncipe cristiano, para devolver a la Iglesia los bienes que Juárez le había arrebatado.
-No me crean a mí -decía Sor Liberata-. Créanle a Dios, que personalmente me reveló eso en un sueño que tuve la otra noche.
Hay otras teorías. La revista “Sport”, de Boston, opinó que Carlota se volvió loca por la mala costumbre que tenía de andar en el sol con la corona puesta. Recomendaba esa revista a sus lectores que jamás se expusieran a los ardientes rigores del astro rey llevando algo de metal en la cabeza. Por su parte don Regino Manzanilla, cura párroco de Abalá, sostuvo que la enajenación de la emperatriz le vino como resultado de haberse bañado en el cenote de Mucuiché, cuyas aguas contienen gérmenes malignos.
Los franceses, ya se sabe, son gente de razón. Las explicaciones francesas sobre la locura de Carlota se basaron en elementos más positivos que los aportados por la Madre Liberata, el doctor Pedrera y el señor cura don Regino. El periódico Le Jour de Marseille, en un artículo publicado en 1879, hizo esta aportación:
“... Desoyendo los consejos de sus médicos, la emperatriz de Méjico se deleitaba en comer ciertos jamones y butifarras que le mandaban sus súbditos de Perote. Estos alimentos llevaban colonias de alimañas que viajaban a través de la sangre hasta anidar en las profundidades del cerebro. El archiduque también gustaba de consumir estas y otras especialidades, tales como los poco recomendables chiles de la cocina mexicana. Se estima que de no haber muerto fusilado probablemente hubiera sufrido los mismos trastornos mentales de su esposa...”.
Dicho de otra manera, Juárez evitó piadosamente los sufrimientos que tarde o temprano el chile habría causado a Su Majestad Imperial.
Todos pensamos en Carlota como en un personaje muy de ayer. Sin embargo vivió hasta bien entrado el siglo XX. Hasta hace poco tiempo vivían aún muchas personas que fueron contemporáneas suyas. Carlota murió en 1927.
Hubo en Saltillo una tosca construcción de adobe que conocíamos con el nombre de Fortín de Carlota. Estaba al sureste, sobre el lomerío que domina la ciudad. De niños íbamos ahí con la esperanza de hallar algún cañón de grueso calibre olvidado por las fuerzas francesas, para llevarlo a casa y jugar con él a las guerritas. Jamás encontramos ningún cañón. Al menos yo.