Óscar Romero

Politicón
/ 13 octubre 2018

En 1990 fue asesinado por los esbirros de D’Aubuisson mientras celebraba la Santa Misa.

Su sangre derramada regó el altar de su fe, y dio testimonio de una entrega radical al pueblo de los pobres: la Iglesia de San Salvador, de la cual era arzobispo. En nuestro mundo, tan obsesionado por la riqueza material, es incomprensible que haya personajes como monseñor Óscar Romero que valoren tanto a los pobres –explotados e ignorantes– que entreguen su vida por ellos. 

Se necesita tener la fe y la tradición cristiana dos veces milenaria para aceptar esta “locura” del martirio como una gracia y un trofeo del pueblo de Dios. Un testimonio victorioso del Espíritu.

Monseñor Óscar Romero, antes de ser arzobispo, no mostraba una inclinación ni hacia la radicalidad ni hacia un compromiso total con los pobres. 

Él era un jesuita modesto, introvertido, académico y dedicado a la enseñanza. Era inofensivo al régimen de extrema derecha que explotaba y empobrecía a El Salvador, y lo dominaba mediante una criminal fuerza de seguridad y la complicidad de una clase codiciosa, cuyo dios era el dinero.

El inofensivo arzobispo se fue transformando. El ejercicio pastoral y el contacto con los pobres, con quienes empezó a vivir, fueron convirtiendo su corazón. Se fue contagiando de su verdad, de su injusticia inmerecida, de su explotación. 

Se fue convirtiendo en pobre. Las semillas del mundo espiritual de Jesús transformaron las propuestas, las parábolas, y las bienaventuranzas su corazón: dejaron de ser poesía y literatura, y se convirtieron en demandas y caminos para construir el reino de los pobres.

Y empezó a explicar el evangelio de la realidad opresora, y a denunciar cada semana los crímenes y abusos de los poderosos. Y su voz era escuchada todos los domingos a las 11:00 a.m. en los hogares de los pobres, que eran todos en ese país. Su voz no violenta fue despertando la conciencia cristiana de la dignidad humana, desconocida para ellos. 

Y aunque como dice San Pablo: “la verdad os hará libres”, la libertad ciudadana es una amenaza para los tiranos.

Falta un ingrediente en esta narración de monseñor Óscar Romero. La evolución desde la modestia inofensiva a la fortaleza del compromiso con la realidad y el pueblo, se origina en el encuentro del pastor que cuida a sus ovejas.

Lo asesinaron porque el testimonio de su palabra y de su vida era una justa denuncia tan peligrosa que derrumbaría a los tiranos.

Pero, ¿cuál fue la motivación que generó que un corazón tímido y humilde se convirtiera en un volcán de verdades tan incandescentes como incendiarias?

Mi respuesta es muy obvia, aunque muy poco valorada porque la hemos convertido en un “lugar común”. El amor. Solamente el amor a Cristo y a su pueblo, a sus hermanos los pobres, fue capaz de hacerlo crecer en su compromiso, hasta hacerlo radical, intolerable, ilimitado e irrefrenable. 

Mucho antes de que lo asesinaran y regaran el altar con su sangre, monseñor Romero ya había convertido su vida en un volcán en erupción, ya había dado su vida por su pueblo.

El próximo domingo, el Papa Francisco va a canonizar a monseñor Óscar Romero en la Plaza de San Pedro. 

Ese día va a reconocer la nueva erupción del volcán cristiano: “Una Iglesia de pobres para los pobres”.

TEMAS

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM