Quitar los obstáculos que entorpecen: ‘Las flores son rojas’
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Sin libertad no emerge la creatividad ni florece la innovación
Matt Ridley en su nuevo libro “How Innovation Works” propone que la innovación florece en la libertad y en un ámbito de competencia y es sofocada por la burocracia; por los sistemas económicos centralistas; por las regulaciones; por las barreras de propiedad intelectual y los grupos de presión que causan lentitud en el proceso de innovación, al tiempo que desalientan a los emprendedores.
Si se desea impulsar la innovación y el progreso es necesario quitar los obstáculos que la entorpecen mismos que, a mi parecer, se originan desde que las personas empezamos la escuela elemental. Veamos.
MECANIZACIÓN
Ken Robinson sostiene que, en general, el sistema educativo mundial está errado debido a que se enfoca en desarrollar habilidades excesivamente académicas para satisfacer requerimientos de la industrialización; según este influyente pensador, los sistemas educativos “militan en contra de las fuerzas creativas de la curiosidad, la imaginación y la intuición”.
Partiendo de este principio las curriculas escolares se desarrollan bajo la premisa de impartir materias “útiles” para la producción y el trabajo, para la mecanización, alejando a los educandos de las artes, obviando que la creatividad debe ser considerada al mismo nivel que la mismísima alfabetización.
Esta orientación, erróneamente, también ha definido el concepto de “inteligencia” perjudicando a muchas personas que son verdaderamente talentosas, creativas y brillantes, a las cuales se les subestima y estigmatiza al no ser valoradas sus cualidades; de hecho, la manera en que, en infinidad de ocasiones, se evalúa a los estudiantes es anacrónico y absurdo, pues limita el potencial de los muchachos.
Robinson afirma que las escuelas matan la creatividad, la innovación y los talentos artísticos de los niños y jóvenes, precisamente porque intentan producir en masa (https://www.youtube.com/watch?v=nPB-41q97zg).
Es cierto, en muchas escuelas se infunde el temor a la equivocación y a la improvisación, lo que luego se transforma en la mayor barrera para atreverse a hacer cosas diferentes, para proponer ideas originales; bien lo decía Picasso “todos los niños nacen siendo artistas; el problema es poder seguir siendo artistas cuando crecemos”.
Lo paradójico es que luego, ya en el ámbito profesional, se exige a los jóvenes la creatividad y su ímpetu innovador y emprendedor, se les demandan propuestas originales, que sepan trabajar colaborativamente, petición sumamente contradictora debido a que, entre otras cosas, el sistema educativo en el cual fueron formados evalúa y premia la excelencia individual, no las actitudes colectivas. Colaborativas.
ROJAS…
Es necesario repensar los principios fundamentales que sustentan la educación, porque existe en las aulas cierta sutileza, claro sin intención, para erosionar y subyugar las mentes y espíritus de los educandos.
Las ideas de Robinson irrumpieron en mi mente justo cuando escuchaba una canción de Harry Chapin llamada “The Flowers are Red” (Las flores son rojas), que me inspiró a adecuar su lirica para abordar el tema de la creatividad bajo una óptica distinta.
La historia es la siguiente:
Había una vez un vivaz chiquitín que asistió por primera ocasión a la escuela. Como él era muy pequeño la escuela le pareció muy grande. Sin embargo, con el paso del tiempo el pequeñito empezó a tener amiguitos y entonces la escuela ya no le pareció tan inmensa.
Un día su maestra habló.
—Es tiempo de pintar así que ahora todos haremos una bonita obra de arte.
—¡Qué bien! —pensó el pequeño.
A él le gustaba dibujar y pintar y sabía que podía hacer toda clase de figuras: leones, tigres, gallinas, vacas, trenes y hasta grandes barcos. Así, entusiasmando, sacó de su mochila coloridas crayolas para emprender esa divertida aventura, pero justo cuando iniciaba se escuchó la voz de la maestra.
—¡Un momento! Aún no es tiempo de empezar.
El pequeño obedientemente esperó hasta que, de nuevo, la maestra sentenció.
—Ahora todos juntos dibujarán unas lindas flores.
—¡Qué bien! —Pensó el niño.
A él le gustaba mucho pintar flores de vivos colores. Así como los del arcoíris. Al empezar a esbozar unas grandes flores, se volvió a escuchar la voz de la maestra.
—¡Esperen! Yo les enseñaré la manera en que se pintan las flores.
Acto seguido la profesora trazó en el pizarrón una flor, pintando sus pétalos de rojo y el tallo de verde intenso.
Muy pronto el pequeño aprendió a esperar las instrucciones y hacer su trabajo exactamente como le decía su profesora.
¡A PINTAR!
Pasó el tiempo y, al llegar el fin del curso, el pequeño —aun cuando obtuvo las mejores calificaciones del grupo— no se sentía muy feliz. Ya no disfrutaba pintar como antes, tampoco le gustaba jugar con la plastilina, ni emprender ideas inspiradas en sí mismo.
Para el siguiente ciclo escolar el pequeño se había mudado de ciudad, asintiendo a otra escuela que le parecía más grande que la anterior, dado que, para llegar a su salón, tenía que subir una escalera que le parecía interminable.
El primer día de clases su nueva maestra habló.
—¡Ahora todos pintaremos!, Así que todo mundo saque su material y manos a la obra.
Los niños empezaron a pintar cuantas ideas se les venían a sus mentes; pero el nuevo alumno no hacía nada; sencillamente aguardaba muy asombrado del alboroto que ya reinaba en el salón.
El niño esperó a que la maestra le dijera qué debía hacer. Pero, la profesora no daba instrucciones, solamente caminaba alrededor del salón.
ARCOÍRIS
Cuando llegó junto al pequeño le preguntó algo.
—¿Qué te sucede? ¿Acaso no quieres pintar?
—¡Claro que sí! —Sorprendido respondió el niño— ¿Qué es lo que pintaremos?
—¡Eso no lo sabré hasta que lo hayas hecho! —Puntualizó la maestra—.
—¿Puedo pintar flores?
—¡Claro que sí! ¡Adelante, puedes pintar flores y las puedes hacer de cualquier color!
—¿De cualquier color? —Preguntó el pequeño—.
—¡Hazlas como tú quieras! Imagínate, si todos hicieran el mismo dibujo y del mismo color, ¿cómo podría yo saber quién hizo qué?, ¿Cómo podríamos aprender los unos de los otros? ¿Cómo sabríamos lo que cada quien tiene en su corazón?” —aseguró la maestra.
—No lo sé —respondió pensativo el niño.
Entonces, el pequeño dejó volar su imaginación. Se concentró en la hoja qué permanecía blanca y empezó a pintar una flor. Una flor de pétalos rojos, con un tallo de color verde intenso. Tristemente, esos eran los únicos colores que tenía su arcoíris.
ELECCIÓN PERSONAL
Este cuento nos muestra lo fácil que es matar el espíritu creativo, invita a pensar que podríamos educar mejor si evitáramos decirles a los niños y jóvenes: debes ser esto o aquello, pintar de esta o aquella manera, estudiar tal o cual carrera.
Más bien, aprendamos a edificar los ambientes propicios en donde cada persona descubra, dentro de sí misma, su propia misión, los caminos y posibilidades que le permitan construir el proyecto de vida que la habrán de conducir al encuentro con su felicidad; generemos ambientes en donde cada ser humano —cada hijo, cada alumno— aprenda que el verdadero propósito de su vida será lo que cada cual elija hacer de ella y así asuman su responsabilidad individual de vivir.
CAMINO PROPIO
La vida surge de la diversidad, por consiguiente, las flores son bellas por sí mismas, aun cuando no se pinten de rojo o azul, pues en ellas, como en los corazones y la imaginación de los niños y jóvenes, siempre hay algo sagrado, misterioso. Místico.
Insisto: dejemos que los estudiantes inventen sus propias flores, que las pinten del color que prefieran, que tracen y recorran sus propias piruetas, que aprendan a vivir y sufrir, porque finalmente sus decisiones los harán conquistar sus propias montañas, no las de sus padres, no la de sus maestros, jamás las del sistema educativo o del gobierno que lo ampara.
Como maestro y padre un fantasma me persigue, me acosa y me pregunta “¿cuánta creatividad se aniquila todos los días en las aulas? ¿Cuánto espíritu creativo perece? ¿Cuántos genios, inventores, artistas e inspirados sucumben ante esta fatal ignorancia? ¿Qué consecuencias tiene devastar lo más amado?”
Indudablemente, sin libertad no emerge la creatividad, ni florece la innovación.
Programa Emprendedor Tec de Monterrey Campus Saltillo
cgutierrez@tec.mx