Me entero, por el bullicio que siempre arma el plebeyaje, que se celebró la final del torneo de su amada Liga MX de fuchibol.
Ya he platicado en más de una ocasión que yo me desvinculé por completo de las desventuras de la cancha el día que ingresé a la prepa y me di cuenta que mi verdadera vocación, a la que consagraría el resto de mi existencia, era descifrar ese enigma llamado mujer (no me pregunte qué tal me ha ido, por favor).
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Al día de hoy, uno de los mayores sinsentidos que el fucho y cualquier otro deporte de conjunto me representa, es la rotación de los jugadores. Me explico:
Entiendo que un hincha le tiene una devoción mística, casi religiosa, por sus colores, por su camiseta y de allí que perciba a los miembros de su escuadra como sus héroes y a los del equipo contrario como la horda enemiga.
¿Qué pasa entonces cuando, la siguiente temporada, aquel mediocampista que tanto aborrecíamos es contratado por nuestro equipo? ¿Y qué cuando el D.T. aquel al que le debemos un bicampeonato se marcha alegremente a dirigir a uno de los equipos rivales?
¿Cómo logran conciliar eso los aficionados? ¿Antes lo odiábamos, pero ahora lo amamos (y viceversa), nomás porque se mudaron de camiseta, sólo porque otra empresa le ofreció otro contrato con más dinero de por medio? ¿En serio?
A lo mejor estoy mirando un conflicto donde no se supone que debería haberlo. Pero no me puede negar que, entre todos los comportamientos absurdos en que incurre el ser humano, eso de echarle porras al que ayer abucheábamos nomás porque está obligado bajo contrato a prestar sus servicios a otra franquicia, es particularmente desconcertante.
Pero aún más irracional, si no es que francamente idiota, es aprobar o desaprobar a un político en función de su militancia, independientemente de su trayectoria.
Aunque esto se ve en todas las divisas políticas, admitámoslo, se ha hecho más patente en el nuevo partido oficial, el que se presume de Regeneración Nacional.
Ahora resulta que perfiles bien identificados por su trayectoria, lealtad y complicidad con el viejo partido tricolor y todas sus trapacerías, son la cara fresca de la Transformación.
Comenzando por el fundador, líder absoluto y razón de ser del movimiento, el Licenciado Tlatoani, Rey Lagarto y Camarada Supremo, Andrés Manuel López Obrador (y su acólito, Manuel “Imhotep” Bartlett) y hasta su más reciente contratación, la derrotada excandidata para el Edomex y hasta la semana pasada orgullosa Revolucionaria, Alejandra del Moral, es raro encontrar un miembro de Morena que no haya militado con el tricolor.
Sin embargo, fue mucho más evidente durante el presente sexenio, en pleno ejercicio hegemónico del poder político nacional de Morena, que incontables priistas y panistas renunciaron a sus principios y sin mayor pudor se colocaron el chaleco guinda.
Y desde luego no hablamos de cualquier infeliz hijo de vecino, sino de distinguidas trayectorias que un día, de repente y de manera espontánea, decidieron que López Obrador y su movimiento encarnaban todos los ideales que durante décadas venían persiguiendo.
Hablamos por ejemplo de un Manuel Espino, quien luego de enarbolar la bandera de los valores más radicalmente conservadores, rancios y derechosos, se hizo a los principios de la supuesta izquierda morenista; o del exgobernador de Chihuahua, el también expanista, Javier Corral.
Y no me hagan comenzar con los expriistas, si la mitad de los gobernadores de Morena estuvieron con el Revolucionario, algunos durante más de tres décadas. Y en la misma proporción, las candidaturas morenistas para el próximo domingo están dominadas por expatriados del llamado PRIAN.
Hablando del PRIAN y de las elecciones, precisamente, los comicios a celebrarse el próximo domingo tienen a la población debatiéndose entre dos tentadoras opciones: Votar por el viejo PRIAN, sabor clásico, fórmula tradicional; o votar por el nuevo PRIAN, cuatritransformado y converso a la fe amloísta.
¡Uta! ¡Qué ofertón!
Desde luego, sería ocioso de mi parte instar al voto en favor de un partido u otro. Las columnas ni sirven para eso ni tienen ese poder. Es obvio que la gente escogió a quien cruzar en la boleta hace mucho tiempo.
Algunos tomaron la decisión hace años, hace varios sexenios. Otros quizás consolidaron su preferencia o cambiaron de parecer a lo largo de la presente gestión federal. Los menos habrán tomado una determinación animados por las campañas, los debates o las postulaciones de cada uno de los partidos.
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Sólo quería traer a cuento lo absurdo que resulta creer que de verdad tenemos opciones, que hay una oferta política variada, siendo que cambian las camisetas, pero los actores, los jugadores, son los mismos y nosotros debemos suponer que, dada su nueva militancia, ahora sus ideales y principios son nuevos también. Incluso que su trayectoria se “resetea”, que sus antecedentes son lavados una vez que se bautizan en la Iglesia de la Cuarta Transformación.
Tampoco estoy diciendo con esto que sea una pérdida de tiempo acudir a votar. No en esta ocasión. Vaya y consolide, si usted gusta, el presente proyecto lopezobradorista o trate de darle un golpe de timón arrebatándole tantas posiciones de poder y representación como le sea posible.
Eso sí, considere el perfil, los antecedentes y la trayectoria de aquel, aquella o aquelle por quien considere votar. Sopese y evalúe a cada candidato en lo individual, porque está visto que los partidos, como tales, sólo nos están ofreciendo variaciones de la misma pantomima interpretadas con el mismo elenco.