¿Por qué decidí votar? Por un México democrático más digno

Opinión
/ 2 junio 2025

A pesar de que estemos en desacuerdo con la reforma al Poder Judicial, ésta ya es un hecho y nada la hará retroceder en el corto plazo. No ir a votar implica dejar en manos de otros −principalmente al partido en el poder y sus intereses− las decisiones políticas.

Decidí votar ayer, a pesar de que estimo que la reforma para elegir personas juzgadoras pone en entredicho la independencia del actuar del Poder Judicial y que se trata de un esfuerzo, por parte del oficialismo, de cooptar al más débil de las ramas gubernamentales (como le llamó Hamilton al Judicial), acaparando exitosamente los tres Poderes de la Unión. Aunque Morena ya cuente con un Ejecutivo apabullantemente aprobado y una mayoría cuasi calificada en el Congreso de la Unión, la ambición es insaciable.

Asimismo, considero que votar por quienes resuelven polémicas judiciales —una actividad de orden técnico jurídico— es un ejercicio democrático absurdo dentro de nuestro paradigma constitucional con división de poderes, ya que amenaza directamente a su independencia, toda vez que existe una relación simbiótica entre representante y representado. Someter a las personas juzgadoras a esta relación por medio del voto las obliga ya no solamente a aplicar la ley, sino también las compromete con sus representados.

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Entre los principales motivos que exponen para no ir a votar quienes rechazan la reforma judicial, destaco los siguientes: no existen las condiciones para ejercer el voto informado, acudir a las urnas legitimará al oficialismo y, finalmente, votar es baladí, ya que la maquinaria oficialista operará para imponer a sus candidatos. Me parecen muy respetables e incluso coincido con estas razones hasta cierto punto. Y, sin embargo... decidí votar.

Las motivaciones detrás de mi voto son de dos géneros: los primeros, de carácter pragmático, mientras que el segundo es de índole filosófica-política.

Desde una perspectiva práctica, considero que, a pesar de que estemos en desacuerdo con la reforma al Poder Judicial, ésta ya es un hecho y nada la hará retroceder en el corto plazo. No ir a votar implica dejar en manos de otros —principalmente al partido en el poder y sus intereses— las decisiones políticas.

De igual manera, es falso que no hubiera candidaturas con capacidad técnica y experiencia, ni alternativas a personas afines al oficialismo. En los distintos cargos que se eligieron ayer —desde las ministras y ministros de la Suprema Corte hasta Juzgados de Distrito y locales— había opciones que pudieron ser investigados y promovidos por la ciudadanía que no desea un Poder Judicial partidista. Era posible construir oposición desde el voto y buscar la independencia Judicial.

Desde una perspectiva filosófica-política, el sufragio universal, en sus entrañas, es el instrumento jurídico que ha desarrollado la humanidad que mejor materializa a la dignidad, la cual tiene por fundamento nuestra razón y capacidad volitiva. Gracias al voto, todos los ciudadanos de un Estado —independientemente de nuestro género, color de piel, condición social, grado educativo, preferencias sexuales, opiniones o religión— podemos participar en los asuntos públicos eligiendo a los representantes populares que cada quien considere más aptos para conducir el rumbo de nuestro país.

Pero la dignidad humana no sólo se materializa mediante la igualdad y el voto como derecho (y como conquista social); el que seamos seres dotados de razón y voluntad también tiene sus exigencias morales. La principal de ellas la expresó Immanuel Kant por medio del imperativo categórico: tratar a cada persona como un fin en sí mismo y nunca como medio, lo cual a su vez implica actuar siempre conforme a una máxima con pretensión universal (por ejemplo: no mentir, no matar, no robar).

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Y me preguntarán, ¿y qué tiene que ver toda esta perorata con el voto? La respuesta: yo ejerzo mi voluntad y razón —y, por lo tanto, mi dignidad— al votar por lo que considero que es mejor para el país, asumiendo que el resto de mis conciudadanos hará lo mismo desde su propio y particular punto de vista, y que esto resultará en funcionarios públicos que representen mejor a la totalidad de la ciudadanía. Suceda lo anterior o no en la práctica, es indiferente. Debo partir de este supuesto ideal si genuinamente quiero un mejor México desde un horizonte democrático.

Considero que votar en una democracia, nos gusten o no las reglas que nos rigen, es un imperativo que nos dignifica como personas y como sociedad.

X: @areopago480

Correo electrónico: areopago480@gmail.com

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