“Por Una Cabeza” es a no dudar el tango más conocido del mundo, gracias en buena medida a la difusión que le ha dado el cine de Hollywood.
Lo bailó Pacino en “Perfume de Mujer”; lo bailó Schwarzenegger en “True Lies” (con Tía Carrere y luego con Jamie Lee “Mailob” Curtis) y lo escuchamos de fondo en la “Lista de Schindler” mientras el protagonista está haciendo relaciones públicas con los nazis.
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Alguna de esas imágenes espero le ayude a evocar la dulce melodía de sus estrofas que ya en el coro estalla en clave menor de forma melodramática.
Como a cualquier otro mortal, el tema me cautivó desde la primera vez que lo escuché, necesariamente en versión instrumental porque Hollywood sólo recurre a su melodía (nunca a la letra) para darle un exótico aire de sofisticación a alguna escena.
Antes de internet, uno tenía que quedarse hasta el final de los créditos de la película para averiguar cualquier detalle, como el nombre o intérprete de tal o cual pieza utilizada en el filme: “‘Por Una Cabeza’. C. Gardel y A. Le Pera”.
“¿Por una Cabeza? WTF!”, pensé. El título me pareció infame, pedestre y muy ajeno a la intrínseca belleza del tema. Pero basta averiguar un poco para enterarse que alude a esa expresión hípica con que se hace referencia a una carrera con un resultado muy reñido, en la que los equinos llegan a la meta con una diferencia de apenas unos palmos.
Luego la canción tiene que ver con la suerte y con el infortunio, con lo terriblemente azaroso que resulta el juego y −escarbando un poco más− también habla de la mujer que, en su condición de fémina fatal, también puede resultar una mala apuesta para esos hombres débiles de carácter, proclives a sus encantos, a los vicios y a los juegos de azar.
¡Gracias, che Gardel, por la excelsa música! Pero no estaría mal acercarnos a la poesía de Alfredo Le Pera, quien era el letrista en esta mancuerna de compositores.
Ya con el contexto, el título no me pareció tan horroroso. Y es que esa cabeza de equino significa la diferencia entre la bonanza o la miseria; entre vivir el sueño con la mujer codiciada o verla marcharse con algún otro sujeto más afortunado; entre probar las mieles de los placeres mundanos o terminar de arruinarse la vida por completo.
Supongo que durante la primera mitad del siglo pasado el hipódromo era un buen lugar a donde voltear para alguien en situación desesperada (ahora tenemos las estafas piramidales).
Me imagino a un porteño echando mano de todos sus conocimientos, experiencia e intuición para jugarse su futuro, el amor, la vida misma, en un caballo; y luego la descorazonadora experiencia de ver al cuaco llegar, en un final de fotografía, en segundo, apenas por una cabeza.
Esa es la desgraciada historia que nos cuentan los autores en su tango: cómo un pequeño tramo de distancia puede hacer semejante diferencia en la vida de los hombres. Cómo podemos perderlo o ganarlo todo, por una cabeza.
A falta de un país con problemas graves, con serios retos que afrontar o con algunas claras señales de alarma que nos convendría atender cuanto antes; el presidente de México, Andrés Manuel López Macaneador, se puso a contarnos sus hazañas beisboleras, ya sabe usted, desde la homilía matinal que le sirve como excusa para cobrar su quincena.
“Era buen fielder, bateaba y corría, pude haber llegado a jugar en Grandes Ligas”, aseguró. Pero por desgracia, un día se lesionó un dedo.
Aunque yo tengo la impresión de que el Presidente es uno de esos viejos ladinos que se adornan el pasado, sobre todo cuando ya nadie puede, o nadie va a tomarse la molestia de verificarlo, para que quienes los escuchan piensen que son “chingones pa’ todo”.
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Pero vamos a suponer que sí... ¡Ándele pues, papá AMLO! Vamos a decir que en efecto usted era la mera reata del juego de pelota; el Babe Ruth de la selva tabasqueña, el Héctor Espino de la Zona Sur que no pudo llegar a ser. Vamos a decir que su porcentaje estaba arriba de .300 y que cubría como jardinero central más terreno del que podría adueñarse Antorcha Campesina.
Y vamos a creerle que una infausta tarde, allá en Tepetitán, salió un aciago lineazo que usted −siempre pensando en la colectividad y en el bien común− tuvo a mal detener, temerario, pero compelido por la pasión del juego, exponiendo el físico, concretamente ese dedito que a veces responde cosas en La Mañanera, ese santo dedito que reparte huesos y designó a su sucesora, ese que no obstante el crónico dolor y la atrofia, distribuye champurrado como el youtuber más influyente de América Latina.
Vamos a creerle que en ese imprudente sacrificio, de manera por demás irónica, echó usted por el retrete su promisoria carrera en Grandes Ligas; todo por esa lesión, por dañar esas benditas falanges que no volvieron ya a ser las mismas
Necesitamos considerar ahora, por un instante, todo lo que nos perdimos con aquel dedo.
Una estrella de Ligas Mayores, cosechando triunfos para los Mets, para los Astros, para los Angelinos... ¡Qué sé yo! Quizás algunas Series Mundiales; Juegos de Estrellas, contratos multimillonarios, un probable lugar en el Baseball Hall of Fame, pero más que asegurado en el Salón de la Fama del Beisbol mexicano.
Un feliz y tranquilo retiro en Liga Mexicana, con algunas buenas temporadas en Sultanes, Saraperos y finalmente con sus amados Olmecas. Una despedida apoteósica, una nación orgullosa de su pelotero más notable desde “El Toro” Valenzuela. El sueño de su vida cumplido. ¡Y todo por un dedo!
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¿Puede haber mayor tragedia para el pueblo de México que esa?: ¿que por apenas un dedo nos hayamos privado del mejor pelotero de nuestro tiempo y a cambio nos hayamos hecho con una lacra populista, el peor gobernante de la historia reciente, un total embaucador y falso profeta de una falsa izquierda?
¿Me quiere decir que una anodina jugada de beisbol cambió para mal y para siempre el destino de esta nación y que en vez de un astro del diamante nos hicimos con el peor caudillo de la demagogia latinoamericana?
¿Y que junto con el mejor pelotero perdimos nuestras modestas conquistas civiles (ganadas con décadas y con sangre), recibiendo a cambio a un autócrata con botas de militarote?
Esta sería una tragedia sólo equiparable al día que rechazaron a Hitler de la escuela de artes.
¡Y todo por un dedito! La tragedia del tango palidece junto a la nuestra.