Presidente asesino: las muertes de las políticas de Estado de AMLO
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Después de leer el título que encabeza mi colaboración de hoy quizás piense que estoy loco, que he caído en un tremendo exceso por llamar asesino a López Obrador, o que merecería pagar con la cárcel ante tal blasfemia. Sin embargo, tengo los argumentos suficientes para demostrar que, lejos de caer en difamación al honor del Presidente, no estoy haciendo otra cosa que decir la verdad.
Como presidente, López es responsable de los actos de sus más cercanos colaboradores. Por eso debió ser cuidadoso al escoger a los miembros de su gabinete, pues junto con ellos debía cumplir todas las promesas que pronunció en campaña. En repetidas ocasiones ha defendido a Claudia Sheinbaum, a López-Gatell, a Adán Augusto, a Marcelo Ebrard, a Mejía Berdeja, a Jorge Carlos Alcocer, a Luis Cresencio Sandoval y a Rosa Icela Rodríguez. Todos ellos, junto con el Presidente, han incurrido en algún crimen de Estado.
Luis Cresencio Sandoval, Rosa Icela Rodríguez y Ricardo Mejía Berdeja participaron juntos en la instrumentación de un plan criminal por parte de López Obrador: “Abrazos, no balazos”. A la fecha se aferran a decir que dicha política de Estado ha sido muy exitosa, pero la verdad es que nunca se había tenido el mismo número de ejecuciones en el país. En lo que va del sexenio obradorista, la política de omisión de la 4T ha provocado la muerte de más de 150 mil mexicanos. Eso, más que ser el resultado del enfrentamiento entre las bandas del narcotráfico, es un crimen llevado a cabo desde el poder por órdenes de López Obrador.
Otro genocidio fue instrumentado bajo las órdenes de López Obrador. Primero nos decía que el COVID-19 no era peligroso, que podríamos seguir abrazándonos y seguir comiendo en los restaurantes y fondas de nuestra ciudad. Luego, Hugo López-Gatell salió con eso de que el cubrebocas no servía para evitar más contagios. Pasaron los meses y después de muchos otros países del mundo, por fin compraron las vacunas. El proceso de vacunación en todo el país fue lento; cada vez morían más y las atenciones del gobierno federal eran mínimas. Miles de héroes sin rostro fueron apareciendo en todas las clínicas y hospitales. Pese a no contar con las medidas preventivas indispensables, miles de mujeres y hombres dedicados a la salud luchaban cada día por la recuperación de los demás sin importarles la salud propia. Mientras tanto, el Presidente se empecinaba en gastar lo mínimo indispensable para enfrentar la pandemia. El resultado todos lo conocemos: México se convirtió en uno de los países que peor manejó la crisis del COVID-19. Más de 800 mil mexicanos murieron; se estableció el récord mundial de muertes de personas dedicadas a la salud; miles de negocios cerraron sus puertas. El Presidente y el mayor de sus hijos se enfermaron gravemente durante la pandemia. Ambos recibieron medicamentos que les salvaron la vida, pero que estaban restringidos para sus compatriotas que murieron, o para quienes hoy ven mermada su salud por culpa de ese bicho.
Otras muertes ha habido por culpa de las políticas de Estado del Presidente. La pobreza franciscana promovida por AMLO ha traído graves consecuencias al país. Una de ellas es la falta de medicamentos para padecimientos generales y, lo que más duele, es la negativa del sistema de salud para otorgar tratamientos contra el cáncer infantil. Según la Asociación Mexicana de Ayuda a Niños con Cáncer (AMANC), en lo que va del presente sexenio han muerto alrededor de 6 mil niñas y niños debido al cáncer. La mayoría de estas muertes fue por culpa de la criminal falta de tratamientos en las clínicas federales. Pero en ello no puede escatimarse. Ningún tren maya, ninguna refinería o beca a jóvenes, puede ser más importante que la vida de miles de niñas y niños mexicanos. Este es el mayor crimen de Andrés Manuel López Obrador y quizás la ley terrenal lo perdone, pero miles de mexicanos jamás lo haremos.
Las políticas de austeridad provocaron también la falta de mantenimiento en el sistema del metro en la Ciudad de México. 26 personas muertas fue el saldo de dicho abandono que no tuvo responsables. Aunque sabemos el nombre de varios involucrados como Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard, debemos responsabilizar sólo a una persona: a Andrés Manuel López Obrador.
Ante ello, es difícil advertir la indolencia presidencial por tantas muertes. Los 39 migrantes calcinados por el fuego de la indiferencia y de la falta de respeto a su dignidad como seres humanos; las más de 150 mil víctimas de la política “Abrazos, no balazos”; los 800 mil mexicanos muertos durante la pandemia debido en gran parte al mal manejo del sector Salud; las 26 personas muertas por el colapso de la línea 12 del metro de la CDMX; más de 6 mil niñas y niños con cáncer muertos debido a la falta de medicamentos. Estas tragedias se resumen en un solo hecho: la presencia de un Presidente preocupado sólo en la acumulación de poder, pero que ha pecado de omisión ante el cuidado de la vida de las y los mexicanos.
aquientrenosvanguardia@gmail.com