¡Qué difícil ser priista en estos tiempos!
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A lo largo de su historia, el PRI ha cumplido una función sustantiva para el desarrollo del país: implementó un aparato burocrático autoritario con fachada democrática, que generó una estabilidad económica -salpicada de “la devaluación de la moneda en 1976, la crisis de la deuda externa en 1982 y la crisis bancaria en 1994”.
Y un equilibrio político -condimentado de asesinatos y represiones a candidatos opositores al PRI y a integrantes de movimientos sociales de corte ferrocarrilero, electricista, magisterial, campesino, médico, sindical y estudiantil.
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El PRI -guste o no- es el mecanismo que permitió edificar el Estado mexicano contemporáneo -sin abandonar sus tendencias caudillistas y, por ende, presidencialistas. Justo es reconocerlo, el PRI-Estado construyó las bases del desarrollo institucional -en salud, educación, infraestructura carretera e industrial del país de 1929 a 2000.
Durante ese período, el PRI nutrió de burócratas, no solo al gobierno federal, sino también al estatal y al municipal de cada una de las 32 entidades de México. Y se constituyó en un mercado de trabajo para millones de mexicanos por generaciones.
¿Qué sentirán esos priistas que de manera disciplinada -porque así lo mandataban los usos y costumbres- tuvieron que soportar los excesos de corrupción e impunidad de Enrique Peña Nieto (2012-2018)?, ¿cómo sentirán esos mismos priistas el saber que el mismo Peña Nieto -para salvarse a sí mismo y a su gente más cercana- facilitó la llegada de AMLO al poder presidencial?
¿Qué sentirán esos priistas al mirar un Morena, que comparte su mismo ADN político, llegar al poder con 30 millones de votos?
¿Cómo sentirán esos priistas de a pie, cuando en los últimos 6 años, el dirigente actual, Alejandro Moreno, perdió 11 de 12 gubernaturas tricolores; el PRI redujo su militancia acreditada en un 31.6 por ciento y sus dirigentes no tuvieron la capacidad autocrítica para reinventar su narrativa -más allá del ataque furibundo- ante el poder presidencial?
¿Qué sentirán esos priistas de a pie, cuando observan que Alejandro Moreno y su grupo político controlan el partido, definen durante los últimos seis años, los nombramientos a las diputaciones federales y senadurías y, peor aún, mediante triquiñuelas, Moreno amplia su mandato que tenía como plazo agosto 2023 hasta después de la inminente elección de este año?
¿Cómo sentirán los priistas de a pie, al conocer que de 2015 a la fecha la tasa de rechazo al PRI -entre los mexicanos- fluctúa entre el 34 y el 54 por ciento?
¿Qué sentirán los priistas de los 22 estados y de los 514 (de 2 mil 740) municipios gobernados por Morena al mirar desde la derrota la erosión acelerada del ejército clientelar priista?
¿Cómo sentirán los priistas de a pie de mismos estados y municipios, por haber sido despedidos de su trabajo como burócratas estatales o municipales, al mirar el comportamiento de su máxima dirigencia encabezada por Alejandro Moreno y su grupo político?
¿Qué sentirán los priistas de a pie, cuando contemplan que entregaron sus vidas -quizá, hasta por generaciones- a un PRI que les dio trabajo estable, sustento económico y propósito de vida -para verlo en un acelerado proceso de descomposición y con escasas o nulas posiblidades de revivirlo?
¿Cómo sentirán los priistas de México, al saber que sólo existe un estado tricolor -sólido y ejemplar- en Coahuila, porque Durango es un remedo “dinosáurico” del PRI de los años 50 ‘s y, por ende, más cercano a Morena?
¿Qué sentirán los priistas de México, al imaginar que el PRI Coahuila -a pesar de ser un embrión de futuro para modelar el PRI del Siglo XXI-, podría no ser suficiente para catapultar una resurrección tricolor en las 32 entidades del país?
Ya profetizó Mario Delgado, dirigente nacional de Morena, en 2021: “Nos va a tocar desaparecer al PRI del mapa”. Y -poco a poco- lo están consiguiendo.
Qué difícil ser priista en estos tiempos de una agonía que pareciera no tener fin.