Que en alguien quepa la prudencia
Los griegos en Atenas educaban para formar ciudadanos virtuosos, interesados en la polis, en la ciudad. En Atenas se educaba para la guerra. La mesura y la templanza, por tanto, eran la columna vertebral de la educación griega. Decir, pensar y actuar aseguraban el justo medio. Incluso, en la mitología griega, la diosa Sophrosyne era quien personificaba la moderación, la discreción y el autocontrol. En ese sentido, la virtud más importante que poseía un ciudadano era la prudencia.
La clave para saber si un ciudadano es prudente nos la comparte Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”, Libro VI, capítulo IV. El estagirita decía que la prudencia era posesión del hombre −por estos tiempos tendríamos que decir: y de la mujer− que es capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente sobre las cosas que pueden ser buenas o útiles para él/ella, no bajo criterios particulares.
Deliberar y juzgar de una manera conveniente, qué complicado, sobre todo si agregamos la parte final de “no bajo criterios particulares”, es decir, atendiendo única y exclusivamente intereses particulares. Que, como decía el gran mimo mexicano Mario Moreno “Cantinflas”, “ahí está el detalle”.
Y si deliberar es racionalizar, reflexionar, argumentar o sopesar el impacto de nuestras acciones, ya nos metimos en un problemón porque eso entre nuestros honorables políticos no ocurre.
Si la prudencia tiene que ver con decir, mirar, pensar y actuar adecuadamente en tiempo, en modo y en circunstancia, entonces se contrapone a la visceralidad, el romanticismo, lo sentimental, lo emocional y lo estomacal, que son las formas como ordinariamente se actúa y que rayan inevitablemente en la terrible imprudencia que complica y compromete el orden y el equilibrio. Ahí mismo en la “Ética a Nicómaco”, en el Libro III “De la deliberación”, en el capítulo IV, se determina que tiene capacidad de deliberar la persona que está en plenitud de sus facultades mentales. Por eso los dislates de nuestra clase política. Por favor, no lo circunscriba a ningún partido, pues por todas partes se cuecen habas.
Vea las declaraciones, un día sí y otro también, del Presidente de la República, pero también vea y lea las declaraciones de quienes ideológicamente están en su contra –intelectuales, políticos, empresarios, periodistas–. Probablemente el tema de la deliberación no se les da. Los discursos de ambos lados son incendiarios y en medio de una sociedad igual de visceral la vida se complica. Está claro, ni en unos ni en otros cabe la prudencia.
Es imprudente el que no reflexiona, el que no racionaliza y sopesa las decisiones que va a tomar. El inmediatista, el poco virtuoso, el que no tiene valores, el que no tiene dominio de sí mismo, el que no se deja aconsejar, el necio, el que no cumple sus promesas, el que miente por quedar bien, el incoherente, el desleal, el que tiene un saber de ficción, el soberbio, el injusto, el desmemoriado, el que no es objetivo, el alucinado, el inseguro, el astuto, el que no está atento a la dignidad de los otros, el que no sabe que no sabe, el que no respeta absolutamente a nadie y particularmente el que sólo vela por sus intereses y, si quiere, los de su grupo de referencia.
Las consecuencias de los discursos imprudentes que las facciones en pugna, a las que miles de mexicanos se suman, sean oficialistas o contestatarias y que se dan por razones de imposición o de defensa de visiones o cosmovisiones sociales, nos han llevado inevitablemente a la polarización que nos enfrenta y nos confronta. Para que haya un incendio se requiere de una chispa y gasolina. Es decir, siempre se necesita de una parte y de una contraparte. De un lado y de otro no hay culpables, los culpables son los otros.
La solución no es la confrontación, es la resistencia. Como usted sabe, el discurso violento sólo produce violencia y es a lo que se han sumado muchos actores que presumen de prudencia y de compromiso. Aquí se trata de ver las cosas desde el contrasentido, es decir, si la Presidencia de la República implementa discursos violentos, la ciudadanía o los actores políticos no tienen que hacer lo mismo. Insisto, vean los dimes y diretes en los que andamos, verbigracia, el tema de la desaparición del INE y otros tantos más.
La violencia en los discursos, invariablemente tarde o temprano, nos llevará a otro tipo de violencia. Es decir, si tanto nos importa el País, busquemos en toda esta dinámica conexión, unidad y fuerza. La paz se construye con justicia, se trata de reconocer el carácter performativo de aquello con lo que no estamos de acuerdo. Se trata de ser creativos y de, quien lo considere, volverse fuerte a partir de la innovación y la creatividad para hacerle frente a la violencia. Capitalicemos creativamente la violencia. ¿Que no nos caracterizamos por la ocurrencia?
Lo común, lo social, lo colectivo se construye desde la resistencia porque ésta es empatía y base para la solución de conflictos. Si no hay prudencia, no hay posibilidad de que haya virtud. Y si no hay virtud, no habrá autorrealización. Se trata, por tanto, de que en alguien quepa la prudencia. Ojalá y no nos arrepintamos, unos y otros, de nuestra personalidad imprudente, beligerante y confrontativa. Como los griegos, pidamos a la diosa Sophrosyne, que en el escenario político quepa la virtud de la mesura, la razonabilidad, la moderación, la templanza, el autocontrol y la prudencia. Así las cosas.
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