En las últimas semanas, tuve la oportunidad de reunirme con diferentes grupos de mujeres con motivo de algunas actividades encaminadas a identificar los desafíos que enfrentamos para participar activamente en la vida pública o en el desempeño profesional dentro del ámbito privado, así como en conexiones y relaciones dentro del ámbito profesional.
Estas acciones tuvieron, además, el objetivo de analizar el papel que los roles tradicionales y expectativas de género tienen sobre los retos señalados y proporcionar herramientas básicas para la construcción de redes que contribuyan al desarrollo profesional, la promoción de la representación equitativa en diversos sectores y la toma de decisiones que ayuden a la existencia de un equilibrio entre el trabajo y la vida personal.
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La experiencia fue enriquecedora y hubo tres puntos que me parece importante destacar y compartir.
La primera es que se identificó que, a pesar de los avances que se han logrado en México en materia de igualdad y de inclusión, siguen existiendo retos y obstáculos que dificultan la igualdad sustantiva, pues persisten las democracias basadas en privilegios que reproducen diferencias y desigualdades, además de mantener una visión androcéntrica en muchas áreas del desarrollo profesional, lo que trasciende porque si bien la paridad ha aumentado el número de mujeres en los cargos públicos, no ha sucedido lo mismo en el ámbito de la iniciativa privada.
Además, en segundo lugar, se evidenció que las mujeres estamos empoderadas, pero no representadas, lo que se debe a obstáculos en las reglas del juego, pues los diseños legales no garantizan de forma adecuada la igualdad o, si lo hacen, al tener un régimen electoral fuerte en materia de género, encuentran problemas en la implementación de las medidas adoptadas dentro de los propios partidos u organizaciones empresariales, aunado a la debilidad organizativa de la sociedad civil y otras actitudes generalizadas derivadas de la cultura y educación que permea en la sociedad.
En tercer lugar se destacó la importancia del trabajo conjunto a través de movimientos y redes de mujeres que impulsen acciones colectivas y organizadas para la expresión de demandas y necesidades que deben ser atendidos para remontar los sesgos identificados como barreras.
Al respecto, algo que se abordó en diferentes charlas fue la necesidad de un sistema de cuidados, en virtud de que históricamente a las mujeres se les asignó el rol de cuidadoras, tanto de los menores como de las personas adultas mayores. Además, la incursión de más mujeres en la vida laboral y pública ha generado que se duplique o triplique la carga mental, emocional y de tiempo de ellas, en relación con el que invierten los hombres en este tipo de tareas.
Ello, en virtud de que la corresponsabilidad que implican las tareas de cuidado requiere de la participación de los varones y del establecimiento de políticas públicas que permitan armonizar la vida laboral con la privada, pues con independencia de los roles estereotipados que existen, también es cierto que casi el 30 por ciento de los hogares en México tienen como jefa de familia a una mujer, quien además realiza estas labores de cuidado y atención de quienes integran el núcleo familiar.
El trabajo que implican dichas tareas, que no es reconocido ni remunerado, impide a las mujeres, en muchas ocasiones, acceder a la educación, a trabajos mejor remunerados o en los que pueden gozar de seguridad social y, por supuesto, a un desarrollo profesional o integral como personas con actividades recreativas y de descanso que mejoran su salud mental.
La importancia de poner el foco en los temas apuntados radica no sólo en hacernos conscientes, sino en invitarnos a trabajar juntas para el establecimiento de una agenda común en la que instituciones y sociedad civil generen acciones para establecer condiciones más igualitarias y equitativas, empezando por cuidar a las personas cuidadoras.