¿Quién soy yo para juzgar? Francisco, un papa humilde

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No tuvo que cambiar ni un ápice la doctrina para recordar la esencia del cristianismo a los católicos
El legado de Jorge Mario Bergoglio, papa Francisco, sin duda será el de la humildad, la misericordia y la apertura o reapertura de una Iglesia que, debiendo ser universal, como su nombre lo indica, parecía para muchos estar cerrada, juzgando y condenando. Vimos la humildad de Francisco desde el momento mismo en que se anunció su elección.
En un Sumo Pontífice las formas que adopte tienen un impacto enorme. Pedir al pueblo reunido en la plaza de San Pedro que rezara por él, aparecer ante ese pueblo sin más ropaje que su sotana y sus muy usados zapatos, y elegir Francisco, “el poverello de Asís”, como su nombre papal, fueron señales muy claras del lugar central que ocuparían los pobres y vulnerables durante su pontificado.
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Muchos se quedarán con el revuelo que causó su respuesta al tema de la homosexualidad: “¿Quién soy yo para juzgar?”. No tuvo que cambiar ni un ápice la doctrina para recordar la esencia del cristianismo a los católicos, en ese y en todos los temas. Histórica fue la conversación pública y sin filtros que sostuvo con un grupo de jóvenes de diversa orientación sexual. Los escuchó y no los condenó. Los acogió y no los expulsó de la grey.
Más tarde, su primera exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, la Alegría del Evangelio, recordó precisamente que Dios es amor, la vida es alegría y el Evangelio el anuncio de la buena nueva. No una receta de acciones prohibidas para condenar y asustar. Después cimbró al mundo con su primera encíclica, “Laudato Si’”. De nuevo, fiel a la doctrina y al magisterio de la Iglesia, cuestionó con firmeza, pero con cariño, el errático camino que lleva la humanidad. El consumo desbordado, la obsesión por el acaparamiento de bienes, cueste lo que cueste y a costa de quien sea. La cultura del descarte, desde la acumulación de basura hasta el descarte de los pobres, los ancianos, los no nacidos y el planeta entero.
Si Benedicto XVI destapó la cloaca de la gran tragedia humana que constituyen los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes contra menores de edad, correspondió a Francisco establecer políticas y protocolos para que la Iglesia, como institución, nunca más sea un instrumento que encubra ese crimen y proteja a los criminales. Estos delitos corresponden al fuero civil y las autoridades civiles deben investigar y procesar. Todo encubridor debe afrontar consecuencias legales.
Los migrantes fueron prioridad en su pontificado. Realizó su primer viaje a la isla de Lampedusa, escala de miles de migrantes provenientes de África con destino en Europa. En Ciudad Juárez oró frente al muro fronterizo. La elegante contestación a Trump, recordando que el cristianismo construye puentes y no muros, queda para la historia.
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En su misma línea de acogida y misericordia, causó mucha polémica su gesto de bienvenida a los católicos divorciados y casados por segunda vez. Sin mucho éxito, reaccionaron los sectores más conservadores de la Iglesia. Precisamente porque el Papa llevó las cosas al extremo de una apertura posible, pero dentro de la norma, no sin dejar en claro que éste, como muchos otros temas, deben discutirse.
La Iglesia católica suma más de 2 mil años de historia. Tiene mucho de bien, de ahí su permanencia. Pero también hay o hubo cosas malas, producto de los humanos que la integran. Los cambios para bien son lentos en la única institución milenaria que queda en el mundo, pero cuando suceden son resultado del impulso de pontífices como Francisco, Juan XXIII, León XIII o los primeros cristianos.
Facebook: Chuy Ramírez