Recuperar lo perdido: la figura de la autoridad moral
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El futuro de México anida en el corazón y la mente de cada uno de sus ciudadanos, de ahí la necesidad de poner manos a la obra, de traducir las ideas en realidades
Es evidente que, en estos tiempos, el concepto de autoridad se encuentra comprometido; por doquier desprestigiado, inclusive despreciado en infinidad de ámbitos, debido a la falta de responsabilidad y ética por parte de aquellas personas que ocupan esas potestades en cualquiera que sea su espacio de acción, ya sea público o privado.
Esta realidad constantemente se alimenta por alguno de las siguientes variables: el abuso de poder, la falta de transparencia, la corrupción, la inconsistencia entre palabras y acciones, la hipocresía, la falta de integridad, la ausencia de empatía, la incapacidad solucionar problemas, la cobardía, el abuso, la prepotencia y la soberbia.
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AQUELLOS...
Estoy convencido que la única autoridad genuina es “la autoridad moral”; me refiero al ejemplo de las personas que detentan la autoridad, cuyo comportamiento se fundamenta en la integridad, la ética y el respeto en el ejercicio de su liderazgo.
En un mundo donde la confianza y la legitimidad son fundamentales para el funcionamiento de la sociedad, aquellos que actúan con autoridad moral son vistos como los verdaderos modelos a seguir.
Recuperar la confianza y el respeto de la sociedad requiere un compromiso genuino con la integridad, la transparencia y el servicio al bien común. Las autoridades que actúen moralmente serán las más propensas a ganarse el apoyo y la confianza de aquellos a quienes sirven.
BIEN COMÚN
Ángelo Giuseppe Roncalli así lo dijo: “La autoridad que se funda tan sólo o principalmente en la amenaza o en el temor de las penas o en la promesa de premios, no mueve eficazmente al hombre en la prosecución del bien común; y aún cuando lo hiciere, no sería ello conforme a la dignidad de la persona humana, es decir de seres libres y racionales. La autoridad es sobre todo una fuerza moral; por eso los gobernantes deben de apelar, en primer lugar, a la conciencia, o sea, al deber que cada cual tiene de aportar voluntariamente su contribución al bien común de todos”. Ciertísimo.
Esta realidad no es exclusiva de los gobernantes, sino que aplica a todos por igual. Entonces, si analizamos un trozo de las cotidianas realidades veremos que, generalmente, tendemos a querer enseñar o enmendar a los demás, antes de hacerlo con nosotros mismos: mil veces intentamos “enderezar” a “los otros” a pesar de que, en el ámbito privado, probablemente exista una abismal incongruencia entre nuestros pensamientos, palabras y acciones.
PARADOJA
Insisto, la autoridad genuina, la sostenible, es precisamente, la autoridad moral que se adquiere y se gana mediante el ejercicio continuo del testimonio; es la que nace del ejemplo y del paso del tiempo.
Autoridad genuina porque es imposible conquistarla por decretos o investiduras externas, tampoco por votación; ni mucho menos por imposiciones o castigos; solo se conquista por la coherencia entre el decir y el hacer, entre el ser y el hacer.
La autoridad moral es auténtica, jamás ficticia, pues emana de las profundidades del alma, de las convicciones personales, que son irrenunciables e invendibles.
Esta autoridad es pujante porque la persona que la posee encarna excelsos ideales y, consecuentemente, emprende las acciones necesarias para alcanzarlos.
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La esencia de la autoridad moral, paradójicamente, se encuentra en una actitud de servicio desinteresado hacia los demás y el derecho a la libertad de obedecer, con buena voluntad, a la brújula ética que poseemos y que se llama consciencia.
Por tanto, si “la autoridad interior se basa en el servicio desinteresado a la vida ajena, entonces la autoridad exterior sin la correspondiente autoridad interior jamás educará ni podrá formar verdaderas comunidades”.
Hoy, que es común lamentarse por la ausencia del respeto y el desorden que impera en nuestras comunidades, es sencillo decir que la gente no esta muy dispuesta a dar, a convivir o a mostrar interés por el bien común. Y creo que es tiempo de preguntarnos si personalmente somos ese modelo de comportamiento del cual decimos que socialmente carecemos.
INCUESTIONABLE...
Veamos: si pensamos que priva la impuntualidad, preguntémonos si nosotros somos puntuales; si nos quejamos que no hay democracia, primero hay que cuestionarnos si acaso, individualmente, somos tolerantes y respetuosos con las ideas y creencias de los demás; si juzgamos que al país lo esta carcomiendo la corrupción, pensemos en nuestra propia honestidad, convoquemos a nuestra conciencia y preguntémosle si acaso trabajamos con ahínco, indaguemos si acaso no le robamos tiempo al tiempo, si en verdad cumplimos con lo prometido, si realmente hacemos nuestro mejor esfuerzo en las tareas encomendadas. Si acaso, al exigir una ciudad limpia, somos nosotros quienes levantamos los papales de nuestra banqueta.
Sigamos: si percibimos que existe injusticia en el pago que recibimos del trabajo que desempeñamos, reflexionemos si acaso, personalmente, somos justos con el esfuerzo de los demás; si nos quejamos de la ausencia de calidad en algún servicio que demandamos, pensemos si el servicio que nosotros brindamos es entregado con calidad.
INTEGRIDAD
Las personas con autoridad moral son manantiales de humildad: no buscan medallas, ni reverencias, ni mucho menos éxito –por lo menos como la mayoría lo entendemos-, sino solamente hacen lo propio, emprenden sus sueños, conviven, comprenden intensamente las vidas de sus semejantes y, obviamente, aman las suyas.
Estas personas enseñan que la excelencia consiste en realizar actos continuos de humildad e integridad, muestran que el mejoramiento se encuentra en saber callar, en escuchar con el corazón y la mente, emprendiendo lo pensado en la realidad. Silenciosamente profesan que la fuente de la excelencia de sus actos se encuentra en sus propias almas, muestran que es ahí, en sus zonas luminosas y oscuras, donde habita el motor de las potencialidades, pero también de sus propias limitaciones.
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Estos tiempos, que abundan cascadas de promesas de todos tipos y colores (la mayoría luego frustradas), que existe la polémica y el desencanto, que se desea obtener seguridad (la mayoría de las ocasiones infructuosamente), precisan no esperar nada de nadie, solamente hacer lo que, guiados por el corazón, debemos hacer.
CONVERSIÓN
Interactuamos en un mundo líquido donde los valores fundamentales de la convivencia humana se ven constantemente amenazados, habitamos en una época ansiosa por la paz en donde la ciencia, la vida y la espiritualidad están en conflicto y, consecuentemente, el tiempo de mejorar socialmente se antoja insuficiente. Pero por lo mismo no sería prudente esperar que las transformaciones cardinales y radicales requeridas para ser más humanos se den en los demás, es más conveniente empezar individualmente ese proceso de esperanza y conversión.
Que provechoso sería edificar, en nuestros pequeños ambientes de vida, trincheras que permitan ser testimonios del bien ser y hacer, pues ahí radica la cruzada para lograr una sociedad de vida y esperanza. Una comunidad más humana.
HACIA ADENTRO
Si queremos familias unidades, mejores escuelas, comunidades solidarias y un país en donde prevalezca la paz y la seguridad, empecemos a ser justos individualmente haciendo a un lado la tentación de intentar cambiar a los demás. Más bien, corrijamos nuestra individual forma de ser. Forjémonos, desde la intimidad de nuestra alma, una mejor persona. Miremos hacia nuestro interior y enmendémonos desde adentro, ya que ahí, en estas diminutas cruzadas personales, reside la esperanza de hacer un México más humano.
Tengamos presente que para desarrollar esta fortaleza es indispensable una decisión personal. Es inevitable que cada uno seamos autoridad moral, ante aquello que exigimos. Es necesario enseñaros a nosotros mismos, antes de querer mostrar el camino a otros. Es imprescindible comprender que, en nuestro interior, existe la fuerza necesaria para hacerle frente a los retos.
PRIMERO
El futuro de México anida en el corazón y la mente de cada uno de sus ciudadanos, de ahí la necesidad de poner manos a la obra, de traducir las ideas en realidades, cada uno desde nuestro particular ámbito de acción; hay que hacer bien lo que debemos hacer; desde ser puntuales hasta honrar la palabra dada, siempre buscando, voluntariamente, el bien común.
Coincido con Thoreau: ¡Hay que ser primero personas y ciudadanos después! Esto implica ser personas de primera, comprometidas con la responsabilidad, la integridad y la congruencia para que cada mexicano, seamos mediante nuestros actos, autoridad moral, responsables de nuestra periferia: ejemplo del bien hacer y del deber cumplido; solo de esta manera podremos, en mucho, recuperar lo perdido.
cgutierrez@tec.mx
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