Reforma política: las razones del Presidente
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¿Cuál es el propósito del presidente Andrés Manuel López Obrador de enviar una propuesta de reforma política condenada a ser rechazada en la Cámara? Hace unos días su iniciativa en materia energética quedó lejos de conseguir los dos tercios necesarios para ser aprobada en el Congreso; esta nueva propuesta, que afecta el interés mismo de los diputados y las finanzas de los partidos que habrán de calificarla, tendrá aún menos posibilidades de ser aprobada. ¿Cuál es la intención del Presidente al someter a discusión una iniciativa cuya derrota está asegurada?
Lo que parece ilógico podría no serlo tanto desde la perspectiva de los siguientes cuatro motivos:
1. El juicio histórico. Como sabemos, el Presidente es un hombre obsesionado con la historia; una parte de él brega con el presente y su coyuntura diaria, pero otra parte sustantiva de su espíritu tiene puesta la mirada en la manera en que este presente se relaciona con el pasado y con el futuro. Las mañaneras constituyen claramente una mezcla de estas dos miradas. El juicio de la historia sobre su presidencia constituye una dimensión que permite entender muchas de las acciones que realiza hoy el ejecutivo. El mandatario está convencido de que el balance de su gobierno será la suma de los logros concretos, pero también de las intenciones no materializadas debido a la fuerza o a la bajeza de sus adversarios. Al final de su sexenio el Presidente exhibirá casi con el mismo orgullo la lista de las metas conseguidas con otras que no cuajaron porque fueron obstaculizadas. “Lo intenté, pero no me dejaron”. La reforma energética, la reforma política y las medidas para militarizar la Guardia Nacional de cara a la inseguridad (esto último aún no presentado) formarán parte de las transformaciones propuestas y luego impedidas por los enemigos del cambio. AMLO dirá con hechos en la mano: “era mi deber ético presentarlas, incluso sabiendo que la mafia en el poder defendería sus privilegios”.
2. Agenda postsexenal. López Obrador apuesta a que la movilización de Morena en torno a estas iniciativas de alguna forma termine incorporándolas al programa aún no escrito de próximas administraciones obradoristas. Estoy convencido de que el Presidente está decidido a no convertirse en el poder tras el trono una vez que deje Palacio Nacional, para dedicarse a escribir sus libros de historia, como él ha dicho. Pero eso no significa que le dé lo mismo lo que haga su sucesor. De allí su insistente deseo de hacer irreversibles los cambios concretados. Pero otra manera de asegurar la continuidad consiste, justamente, en inocular objetivos puntuales en el movimiento. La batalla por convencer, conseguir los votos, polemizar en torno
a la necesidad de estos cambios, hacen de estas demandas reivindicaciones permanentes del obradorismo y, en esa medida, mandatos populares inevitables para el próximo presidente. O por lo menos, esa sería la intención.
3. Desprestigio de la oposición. Que estas y otras iniciativas sean rechazadas en el plano jurídico no necesariamente significan una derrota política. López Obrador entiende que puede ganar aun perdiendo. La denuncia ante la opinión pública de los excesos y prácticas viciadas que la reforma política busca enmendar, deja en situación incómoda a la oposición que rechazaría tales enmiendas. Diputados, senadores y partidos políticos son los protagonistas de la vida pública con las cotas más bajas en las encuestas de legitimidad. Una reforma que se presenta como destinada a disminuir el número de diputados y senadores, reducir el oneroso costo que representan partidos y legisladores, y simplificar los procesos electorales va a gozar, de entrada, de una simpatía popular nada despreciable. Particularmente porque el grueso de la opinión pública no entrará en los detalles puntuales de los pros y contras de las medidas sugeridas. El epíteto “traidores a la patria”, excesivo por donde se le mire, endilgado a los legisladores que votaron en contra de la reforma energética, es un anticipo de los que recibirán los que ahora rechacen la iniciativa presidencial. Una factura política que Morena intentaría convertir en cheque en blanco en los comicios por venir: “¿por qué van a votar por un partido que defiende privilegios y canonjías de dirigentes y parásitos políticos con cargo al dinero de todos?”. En ese sentido, insisto, AMLO confía en salir ganando aun perdiendo.
4. Modificar paradigmas. Que 500 diputados son demasiados se ha dicho siempre, pero usualmente en el mismo ánimo con el que uno se queja de la temporada de calores; lamentable, pero inevitable. El hecho de que ahora se ponga sobre la mesa de discusión una acción concreta para modificar ese estado de cosas lo convierte a ojos de la población en una bandera exigible. Y eso constituirá una presión sobre la clase política. La propia oposición ya ha adelantado que no aprobará la propuesta del Presidente, pero que responderán con su propia reforma. En cierta manera tienen que hacerlo, para disminuir la factura política que habrán de endosarles si simplemente la rechazan. Eso significa que, incluso si no hay condiciones para generar consensos para una nueva ley al respecto (tampoco veo a Morena votando a favor de un proyecto presentado por el PAN o el PRI), el hecho de que las distintas fuerzas políticas asuman que hay un problema y se sientan obligadas a proponer una solución es ya un avance. Muy probablemente los candidatos en campaña y los programas electorales se vean presionados a recoger esta reivindicación y convertirla en propuesta de gobierno.
En suma, lo que parece un soberano contrasentido, hacer una propuesta destinada a fracasar en las cámaras, puede ser un triunfo para López Obrador en muchos otros terrenos. Puede ser acusado de atrabancado, rústico o provinciano, pero lo cierto es que en materia de estrategia López Obrador parecería ir dos pasos adelante del resto de la clase política, y que cuando los demás van él ya viene de regreso. Veremos si esta operación también le resulta.
@jorgezepedap