Réquiem por la muerte de Blanca Isabel Martínez
COMPARTIR
Empiezo aclarando que en latín réquiem significa descanso. Y titulé así este artículo no aplicándoselo a Blanca Isabel quien, por muchos años, desde los 16 hasta los 62, nunca descansó trabajando por los demás. Pensé en que los que ahora descansan son los que la combatieron. Deseo adelantar que, ante su muerte, hubo una andanada de expresiones de dolor, desde la ONU hasta la Comisión de Derechos Humanos, la Secretaría de Gobernación, Derechos Humanos de Coahuila (José Ángel Rodríguez Canales), cartas dolientes desde Italia, Francia, España, Argentina, Estados Unidos, Polonia, Brasil y otros.
Una vez más, a nuestros siempre olvidadizos gobiernos del Estado y municipal, se les escapó, por razón de incapacidad, de apatía o de incultura uno de los grandes personajes que tuvimos la suerte de que fuera una ciudadana ejemplar de este mezquino Estado. Se les fue Pedro Pantoja, galardonado en tres países y en sesión pública por el rector de la UNAM: aquí nada. Lo mismo sucede con Blanca Isabel, una de las mujeres más grandes que ha dado Coahuila. Nacida en Torreón, pero comprometida en donde viese una necesidad, una injusticia, una lucha. Trabajó en Guanajuato, luego en Chiapas y sus últimos años en Coahuila. Ella recibió un premio internacional por la defensa de las familias por nuestros desaparecidos, luego un premio análogo por el Comité Sergio Méndez Arceo.
TE PUEDE INTERESAR: Libertad de expresión, libertad de prensa
Tomo aquí expresiones que están en algunos mensajes virtuales. No es plagio, se encuentran con facilidad:
A lo largo de su vida, Blanca ha sido testigo de distintas formas de violencia contra diferentes sectores sociales del país. Sus ojos vieron la represión en la década de 1980 cuando trabajaba en organizaciones que defendían los derechos de obreros y campesinos, luego la matanza de indígenas en Chiapas y desde hace algunos años la desaparición de personas en Coahuila.
“México vivía una época de represión contra movimientos de izquierda y se representaba en las desapariciones y en ejecuciones extrajudiciales contra líderes campesinos y obreros. Era el pan nuestro de cada día, incluso yo me acuerdo que un tiempo, cuando nos hablábamos o nos veíamos los compañeros, alguien decía: ‘¿Ya supiste?’, y eso significaba que a alguien habían matado”.
Murió la defensora de los indefensos. Fue directora del Centro de Derechos Humanos Fray Juan de Larios. Discípula del obispo de Chiapas, Samuel Ruiz y el obispo emérito de Saltillo, Raúl Vera López. Acompañante de familias de personas desaparecidas, integró Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila, pionero en la movilización nacional para visibilizar la problemática que hoy representan más de 133 mil casos de desaparecidos.
Como los lectores pueden buscar en diversos espacios de la red mejores textos que el mío, quiero recordar con ustedes mis experiencias junto a Blanca y las mujeres que conformaban la organización FUUNDEC. Ellas me nombraron asesor, lo que me permitió estar presente en muchas de sus reuniones tanto independientes como frente a los poderes, en especial de los Moreira y de Riquelme.
Primera experiencia: apenas nombrado López Obrador presidente, nos envió a su empleado Durazo a que convenciera a las familias a declarar que perdonaban a los secuestradores y olvidaban el asunto. Esto se realizó en el gran centro de la UAdeC Campo Redondo. Por casualidad me dieron el micrófono los delegados del enviado advirtiéndome: “Solo tres minutos”. Respondí que con uno bastaba, y dije: “Ni perdón ni olvido, justicia” y de inmediato subieron no menos de cuarenta mujeres gritando: “¿Qué queremos? ¡Justicia!, ¿Cuándo?, ¡Ahora!, ¡Se hace indispensable, presentación con vida y castigo a los culpables!”. Aquello era impresionante. Un grito de rechazo al delegado del Presidente.
Segunda: primera reunión de las familias con el gobernador Riquelme. Llegó la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero. Muy atenta escuchó a los varios grupos de lucha: los de Torreón (varios), Piedras Negras, Saltillo, Allende y Monclova. Se comprometió a denunciar y atrapar a los criminales. No cumplió.
Tercera reunión: con el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, y Riquelme. Venía bien preparado, tenía datos concretos sobre la cárcel de Piedras Negras, sobre el dominio de dos grupos de narcotraficantes a los que se había repartido Torreón por mitad. Conocía las denuncias que hicieran el padre Pedro Pantoja y don Raúl Vera ante la Organización de Estados Americanos y la Organización Mundial de la Haya por crímenes contra la humanidad. En esta reunión habló muy poco don Raúl y mucho Blanca Martínez. Desplegó una información de ninguna manera general ni ofensiva, sino con datos. Narró casos en que policías del Gobierno del Estado habían secuestrado personas para entregarlas a los delincuentes: fecha, número de patrulla, placas... Así continuó. Riquelme y su fiscal estaban que tronaban. Ofrecieron hacer lo imposible por castigar a los culpables. Alejandro Encinas declaró ahí mismo: “Castigaremos a los secuestradores y sus colegas caiga quien caiga”; conocía los documentos elaborados por Blanca, Pantoja y el obispo. Riquelme me miró y declaró: “Lo que aquí se dijo no debe salir al exterior” (porque yo escribía en VANGUARDIA). Terminó la reunión.
TE PUEDE INTERESAR: Mi silencio culpable
Cuarta: ahí mismo, Blanca invitó a Encinas a platicar en un lugar más adecuado. Nos fuimos todas y todos a la sede del Fray Juan de Larios. Encinas dijo que tomaría el ejemplo Coahuila para implementarlo a nivel nacional. Le creímos. Luego se involucró en la búsqueda de desaparecidos, pero no volvió a Coahuila, se centró en Veracruz. También inició las investigaciones en torno al caso Ayotzinapa y, según se sabe, llegó hasta lo más profundo y peligroso, la participación de militares en el asesinato de los 43 estudiantes. Desde ahí, el Peje lo dio de baja. Lo recuperó Claudia Sheinbaum.
Estoy dichoso de haber servido a las familias por nuestros desaparecidos y participado en la lucha de Blanca Isabel Martínez. ¡Gran mujer! ¡Orgullo para Coahuila! Una suerte haberla encontrado en la vida.