Saltillenses mandilones

Opinión
/ 20 noviembre 2022

Eso del sexo débil, ya se sabe, es uno de los más grandes mitos con que los hombres −me refiero a los varones− hemos sido engañados desde tiempo inmemorial.

En realidad el sexo débil es el fuerte. Gran parte de la fuerza del sexo débil deriva de la debilidad del llamado sexo fuerte por el llamado sexo débil. Pero los científicos están de acuerdo en afirmar que la mujer es más fuerte que el hombre. La naturaleza, que sabe muy bien lo que hace, encargó a las mujeres el ímprobo trabajo de parir. Si esa labor estuviera encomendada en forma alternativa a los dos sexos, los matrimonios tendrían a lo más tres hijos: después del primer parto que nos tocara los hombres diríamos: “¡Hasta aquí!”, y ni las más urticantes tentaciones de la carne nos harían ponernos por segunda vez en trance de repetir la dramática experiencia.

Incontables chistes se han hecho sobre esta gran pregunta: ¿Quién manda en la casa? Cualquier hombre con dos adarmes de honestidad confesará lisa y llanamente que en su casa manda su señora. Y es bueno que ella mande: la mujer tiene un recio sentido común del que nosotros los hombres carecemos. Yo por mi parte digo que si la tarea de administrar el patrimonio del hogar la realizara yo, mi familia estaría sentada ahora en un hormiguero. Y no de muy buena calidad el hormiguero.

Lo cierto es que la humanidad siempre ha vivido bajo un matriarcado, franco o encubierto. Eso es cosa de la naturaleza que ninguna invención de la cultura puede modificar. No nos damos cuenta, pero todo lo que sucede en el mundo tiene una sola finalidad: la perpetuación de la vida. La lucha de dos osos en un remoto bosque canadiense y la invitación del muchacho de Saltillo a una chica para ir a bailar son acciones movidas por el mismo impulso: preservar la vida y continuarla. Los osos no lo saben. Tampoco lo saben la chica y el muchacho. Pero así es.

Se dice que México es un país de machos. Habría que verlo. Un libro antiguo ya, “Los Hijos de Sánchez”, de Oscar Lewis, mostró que la vida mexicana gira en torno de esa mujer por excelencia que es la madre. Los hombres vamos y venimos; somos como accidentes pasajeros; lo fuerte es el vínculo entre la madre y el hijo. México es un país de mujeres. Todos lo son, supongo, pero México más.

A esa luz me explico muy bien que en Saltillo haya más lideresas que líderes. Forman ejército las señoras que en las colonias populares hacen cabeza y mandan. Por cada líder prominente encontraremos una docena de mujeres que reinan en tal o cual colonia. Y así se dice:

-Esta colonia es de María.

-Esta es de Lidia.

-Aquella es de Ofelia, Juana, Petra, Matilde, Rosa, Cuca, Socorro, Merenciana, Lupe...

Cada lideresa es una Napoleona en su colonia. Ante todas tiembla la autoridad. Campean por sus fueros esas señoras, algunas con un ejército de pandilleros a su mando, todas con una corte incondicional que les pide favores y les paga tributos en numerario o en especie. Si yo fuera cineasta filmaría en alguna colonia de la periferia una película que se llamaría “La Madrina”. Ese filme dejaría a “El Padrino” en calidad de silabario para niños, y a Marlon Brando en el papel de un aprendiz.

Y ya no digo más: la lideresa de mi hogar me está llamando. Perdonen que me retire.

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