Saltillo: Historia de un fantasma (IV)

Opinión
/ 28 noviembre 2024

Saltillo se conmovió con la historia de Angélica, la infortunada joven cuyo novio fue muerto por bandidos cuando venía a conocer a su prometida. Días después de ese suceso la hermosa muchacha desapareció, y no se le volvió a ver. La gente dijo que el difunto había vuelto de ultratumba para llevarse a su amada y desposarla en el más allá.

Pasó el tiempo. Y una noche de febrero, cuando era ya la medianoche y todos dormían en la casona de la calle de Santiago, esquina con callejón del Caracol, sonaron fuertes toques en la puerta. El jefe de la casa se sobresaltó. ¿Quién podía llamar a hora tan desusada? Fue a abrir. Y lo que vio lo llenó de espanto. En la bruma invernal que llenaba la calle distinguió las sombras de su hija y del difunto que había cenado en su casa aquella noche. Retrocedió el señor, asustado. Y entonces sucedió algo extraordinario: Angélica y el hombre con quien venía se echaron de rodillas a sus pies, y entre lágrimas de ella y suplicantes palabras de él le pidieron perdón.

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El de la casa no podía creer lo que veía. Quienes le hablaban no eran sombras, ni espectros. Eran seres de carne y hueso. Su hija estaba viva, y vivo debía estar también el joven que la acompañaba. Hizo que se pusieran de pie; abrazó a su hija y luego llevó a los dos al comedor de la casona. Ahí le contaron ellos lo que había sucedido.

Le dijeron que el novio de su hija no era el novio de su hija. Era un viajero que acertó a pasar por el camino poco después de que la diligencia en que venía el verdadero novio había sido atacada por bandidos. Vio a un hombre joven gravemente herido, y fue a auxiliarlo. Con el último aliento de la vida el agonizante le rogó que fuera a Saltillo a informar de su muerte a su prometida. Le dio las señas de la casa, y después de besar devotamente la cruz de su rosario entregó el alma.

El viajero quiso cumplir el encargo de aquel infortunado. Llegó ya noche a la casa, y cuando el padre de la joven lo recibió quiso decirle lo que había pasado. Feliz por la llegada de su futuro yerno el señor no lo dejaba hablar. Entonces Angélica se presentó. El recién llegado se enamoró de ella a primera vista, y por las miradas de ella supo que era correspondido. El silencio que el joven guardó en el curso de la cena era muestra de la lucha interior que sostenía entre el deber de decir la verdad y el sentimiento de su corazón.

Con el instinto de los enamorados ideó lo que iba a hacer. Al despedirse del padre de la muchacha le dijo que él era el novio, y que ya estaba muerto. Luego, las siguientes noches, rondó la casa −el espectro que la gente veía−, hasta que un día logró hablar con Angélica. Le contó quién era: un hombre sin fortuna que la amaba. Ella lo había querido también desde el principio. Supo, sin embargo, que su padre no la entregaría a un pretendiente sin caudal. Entonces los dos acordaron aquel rapto que la gente atribuyó al fantasma.

Se fueron los dos al Real del Monte, y se casaron. Al cabo de algún tiempo él encontró una rica veta de plata que vendió a los ingleses en una fortuna. Ahora volvían los dos a pedir perdón por su culpa de amor. El padre vacilaba, pero entonces fue Angélica al carruaje en que habían llegado, y de él hizo bajar a una sirvienta que traía en los brazos a un bebé. El niño era el vivo retrato de su abuelo. Y ¿qué no perdona un abuelo?

Esta historia de fantasmas tuvo, así, un final feliz. Por eso es una historia única. Forma parte de las tradiciones de la casa donde hoy está Radio Concierto, la antigua morada de mis padres, mis abuelos y mis bisabuelos. En ella late aún el vago misterio −y el encanto− que tienen las leyendas... FIN.

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