Segunda vuelta, alianzas, VOP

Opinión
/ 11 septiembre 2022
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En democracias como México, mucho se comenta acerca de si las elecciones son un instrumento para elegir representantes con suficiente respaldo popular (gracias a ideas y propuestas) o sólo una forma de hacernos del “menos peor”. Ha sido común, en elecciones de gobernadores y de presidente, con tantos partidos y pseudopartidos, que existan ganadores con menos de un 50 por ciento de los votos. Por ejemplo, en 2012, Peña Nieto se convirtió en presidente con un 38 por ciento de los votos emitidos, con sólo un 63 por ciento del padrón votando. Es decir, obtuvo alrededor del 24 por ciento de los votos que eran posibles del universo del padrón y eso fue suficiente para ser electo presidente. Sus rivales más cercanos tuvieron 31 por ciento (AMLO) y 25 por ciento (Josefina Vázquez Mota) de los votos, equivalentes a un 19.5 y 15.8 por ciento del padrón elegible para votar ese año.

AMLO, por su parte, logró obtener 53 por ciento del total de votos emitidos en 2018, pero lejos de tener una mayoría del padrón, ya que la participación fue del 63 por ciento, lo que se traduciría en poco más de 33 por ciento del padrón y 11 millones más de votos que los de Peña Nieto en 2012 (30 millones contra 19 millones). El segundo y tercer lugar fueron para Anaya y Meade, con 22 y 16 por ciento de la votación, respectivamente, que si se suman equivaldría a casi 22 millones de votos, unos 8 millones de votos menos que los obtenidos por el actual presidente. Si nos remontamos a 2006, vemos que Felipe Calderón ganó con un 35.89 por ciento de los votos emitidos contra 35.31 por ciento de AMLO, y entre los dos sumaron menos votos del total obtenido por AMLO en 2018. En 2006, solamente un 58 por ciento del padrón votó, es decir, Calderón se hizo presidente con un apoyo del 21 por ciento del padrón. Roberto Madrazo fue tercer lugar ese año, ni cortando camino ganaba. En el 2000, Vicente Fox ganó la presidencia con poco más del 42 por ciento de los votos, en una elección con una participación de casi 64 por ciento, es decir, obtuvo 27 por ciento del padrón. En 1994, Ernesto Zedillo ganó con 49 por ciento de los votos en una elección con 77 por ciento del padrón participando, es decir, Zedillo ha sido el presidente con mayor porcentaje del padrón votando por él (casi 38 por ciento comparado con 33 por ciento de AMLO, aunque AMLO obtuvo casi el doble de los votos que Zedillo).

Y es aquí donde podemos empezar a pensar en formas de que los candidatos convenzan y que los ciudadanos estén convencidos de quién debe ser el siguiente gobernador o presidente. Para muchos, la segunda vuelta electoral es una forma de desempatar que permite tener mayorías absolutas o lograr una proporción mínima establecida, y en ella participan solamente los dos candidatos que tuvieron más votos si es que ninguno llegó a la mayoría o al porcentaje mínimo definido para ganar. Este tipo de ejercicio tiene sus orígenes en Francia a finales del siglo 18 y que eventualmente se ha considerado como una forma de favorecer el voto estratégico del ciudadano y apuntalar la gobernabilidad cuando el ganador tiene mayor legitimidad al lograr contar con un porcentaje mayor de votos, generalmente más del 50 por ciento.

La segunda vuelta existe en países como Brasil, Chile, Perú, Argentina, Colombia, Uruguay y Guatemala. A propósito de si habrá o no alianzas de partidos para 2024 (la cual considero sería un fracaso), pudiera ser buen momento para evaluar en México la conveniencia de una segunda vuelta o bien, tal vez más práctico y menos costoso, un sistema de Votación por Orden de Preferencia (llamémosle VOP; también conocido en inglés como Ranked Choice Voting). El VOP consiste en que los votantes ranquean a sus candidatos de mayor a menor preferencia. Si nadie gana con sus votos de primera preferencia, se elimina al que tiene el menor número de votos de primera preferencia y los votos de segunda preferencia de quien lo puso como primera opción se convierten en primera; se vuelve a calcular hasta que alguien tenga una mayoría de los votos emitidos o cumpla el umbral preestablecido.

Es decir, si hubiera un requerimiento de que el ganador necesite un 50 por ciento del padrón, entonces ninguno de los últimos seis presidentes (Salinas tuvo 50 por ciento con participación del 52 por ciento del padrón) hubiera podido ganar en primera vuelta. Si el requisito fuera 50 por ciento más un voto de los emitidos el día de la elección, sólo CSG y AMLO habrían ganado en primera vuelta. Sería interesante plantearnos qué hubiera pasado en segunda vuelta o con VOP en las últimas seis elecciones presidenciales. Tal vez CSG nunca hubiera sido presidente, porque probablemente quien votó por Clouthier no tenía a Salinas como segunda preferencia o tal vez en 2018 quien votó por el PRI se identificaba más con AMLO que con el PAN de Anaya. ¿Valdrá la pena hacer el ejercicio? ¿Serán las alianzas convenientes? ¿A quién le convienen, a los ciudadanos o a los partidos? ¿Será la famosa alianza la “bala de plata” que quieren vendernos? Vamos a pedirles que nos muestren cómo son y busquemos formas de llamarlos a rendir cuentas.

@josedenigris

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