Semillas, el misterio que regala la existencia
Para mi hijo Carlos
¡Felicidades!
“La vida es hermosa, pero no fácil, es alegre, pero cuesta arriba; es apasionante, pero no acaramelada. La alegría tiene detrás el sudor o el dolor. Sobran en el mundo llorones, faltan trabajadores. Las lágrimas son malas si solo sirven para enturbiar los ojos y maniatar las manos”, estas palabras de Martin Descalzo resuenan en un mundo en que infinidad de personas piensan en la felicidad barata, en esa que es de puro oropel.
TRAGEDIA
Es cierto, la vida es brevísima, a veces dolorosa y cuesta arriba, pero satisfactoria si realmente hay afán por hacer lo que estamos llamados a emprender, alegre si en verdad encontramos el significado de nuestra existencia, y compensatoria si entendemos que estamos aquí para dar el fruto de los dones gratuitamente recibidos, eso que verdaderamente nos pertenece: lo que podemos labrar y compartir.
Sin embargo, en muchas ocasiones, ni siquiera conocemos el sentido del camino y menos el trabajo a promover en la vida, me temo que hay personas que una vez durmieron y vivieron sin haber despertado de ese fatídico sueño.
Posiblemente hay gusto por permanecer cabeceando para no enfrentar de lleno uno de los mayores temores existenciales, me refiero al miedo a vivir totalmente; o quizás dormimos porque no deseamos estar en el aquí y el ahora, o andamos narcotizados para evitar descubrirnos imperfectos, o porque nos confesamos huérfanos; o, bien, decidimos cerrar los ojos y caer en el influjo del espejismo por las decepciones pasadas, o las metas malogradas; o por intentar vivir en el futuro, dimensión en la que no se puede hacer nada.
Dormitamos, porque el vértigo nos invade, porque se prefiere recibir o pedir los frutos y no las semillas que pudieran servir para estar bien despiertos creando, construyendo, conviviendo, emprendiendo. Amando.
Gran tragedia es eso de permanecer dormidos, de persistir soñando sin poner el alma en el ruedo, porque luego se llega a confundir “el desencanto con la verdad”, porque después simplemente no se existe.
UNA GRIETA A LA VEZ
El amor, la pasión por el trabajo, la integridad, la congruencia, la responsabilidad hacia la familia y la entrega para cumplir la palabra empeñada, son siempre labores cuesta arriba, semejantes a las emprendidas por el alpinista que, por conquistar la cima, ha de dejar su piel en las rocas, el aliento en las grietas y su corazón en cada atrevimiento, pero lo hace porque, dentro de sí, lleva brotando la semilla del entusiasmo y la voluntad férrea por remontar y vencer.
El alpinista sabe que lo esencial no es dar el último esfuerzo, sino mantener el ritmo durante la parte final del ascenso, por eso no pide ver claramente la cima, sino aclama a su fuerza interna para poner su mano en la grieta siguiente, se fortalece con un breve aliento para extender el brazo al sucesivo punto de apoyo, pues sabe que de “grieta en grieta” es como se consigue la cima y comprende que finalmente la meta -llegar- se escapa de su responsabilidad, pero no así el esfuerzo -subir- que ha decido poner para alcanzarla. El escalador entiende eso de Camus que refiere “el éxito es fácil de obtener. Lo difícil es merecerlo”.
Los que se afanan con su sudor hacia las alturas saben que “caer no es descender físicamente, ni es padecer hambre y sed; caer es penetrar en la órbita de lo inútil” y en ese espacio habitan los que gustan de los frutos que proporcionan las tierras que otros labran y cosechan.
“El hombre creador está motivado por un deseo de realización, no por el deseo de vencer a los demás”, así Ayn Rand describe al sembrador, al entusiasta que, como el escalador, usa las semillas de su talento para trastocar el mundo, su tierra, mediante sus creaciones. Sus resultados.
NO VENDEMOS...
Estos pensamientos llegan a mi precisamente cuando leo una fábula en la cual Martín Descalzo cuenta que “un joven caminaba por una calle desconocida, cuando, de pronto, se encontró con un comercio sobre cuya marquesina se leía un extraño rótulo: ‘La Felicidad’. Al entrar descubrió que, tras los mostradores, quienes despachaban eran ángeles. Y, medio asuntado, se acercó a uno de ellos y le preguntó:
—Por favor, ¿qué venden aquí ustedes?
—¿Aquí? —respondió el ángel—. Aquí vendemos absolutamente de todo.
—¡Ah! —dijo asombrado el joven—. Sírvanme entonces el fin de las guerrasel mundo; un gran bidón de compasión entre las familias; más tiempo de los padres para jugar con los hijos...
Y así prosiguió hasta que el ángel, muy respetuoso, le cortó la palabra y le dijo:
—Perdone usted, señor. Creo que no me he explicado bien. Aquí no vendemos frutos sino semillas”.
Este pasaje me parece ciertísimo. Jamás podremos comprar lo que el espíritu humano debe forjar por sí mismo. Sin duda, hay personas que tienen el dinero para comprar una cama, pero el recurso no compra el sueño reconfortante; que pueden pagar compañía, pero no auténtica amistad; que pueden conseguir algún título universitario, pero no necesariamente el conocimiento y menos la sabiduría que significa poner lo aprendido al servicio de los demás; que pueden tener poder, pero no necesariamente respeto y admiración.
Estamos en un error cuando, por ejemplo, a los niños les damos todo hecho, digerido; cuando a los jóvenes les impedimos que piensen por sí mismos al darles recetas para el “éxito”, cuando les resolvemos sus quehaceres y responsabilidades y les damos premios por aquello que debieran hacer por gusto, responsabilidad o simple necesidad. También, damos frutos en lugar de semillas, en los momentos que en las escuelas los maestros, por no “cansar” al estudiante, optamos por favorecerles atajos y encomiendas sin sacrificios. Es decir, cuando trocamos el amor auténtico por la complacencia y el populismo.
OBVIAR ESFUERZOS
Esta situación es muy común, ahora las personas preferimos los frutos y no siempre estamos dispuestos a sembrar las semillas para, desde ahí, cuidar, cultivar y crear con nuestras propias manos el destino personal. Preferimos lo fácil, lo únicamente “posible”, como si la vida fuera un mercado de compra y venta: “amores” prefabricados; fe sin oración; justicia sin solidaridad; calificaciones sin sudor; hijos hechos y derechos, sin el esfuerzo que implica darles tiempo sin límites y las reglas del juego; la paz, sin el sudor de la tolerancia; el bienestar y la religión sin sacrificio; los derechos sin los deberes; el perdón sin reconciliación; el matrimonio sin sus cuestas para arriba; la calidad sin padecer los procesos; la hermandad sin comprensión; el placer sin la ética; la libertad sin la responsabilidad.
Al preferir los frutos de las semillas caemos en una miopía que genera actitudes terribles para nuestras vidas, así: “si a mi pareja no la entiendo o no me comprende, pues al diablo con la relación”, “que si el negocio empieza a dar lata, a la basura con él”, que “si los hijos requieren mucho tiempo, pues que se las arreglen solos”, que “si voy mal en clase, pues es culpa de los demás”, que “si papá o mamá me piden algo, pues ya están ‘chocheando’”, que “si el jefe me llama la atención o pide que me quede tiempo extra, pues mañana no trabajo... y ni siquiera avisaré”, que “si no voy a ganar nada tangible, pues que no cuenten conmigo”, que “si cuesta trabajo, pues prefiero lo ‘light’”.
RECOMENZAR
La vida que brinda plenitud, no es así. Gozar los frutos sin el esfuerzo y las agallas para ganarlos, hace al ser humano desgraciado al privarlo del misterio que regala la existencia a quienes la viven a partir de las semillas sembradas, del riego, del esfuerzo y el cuidado constante, a partir de lo que se resguarda y cultiva en la profundidad del alma.
Sería prudente recomenzar una nueva forma de vivir, donde busquemos -como el alpinista- grietas para ascender, en donde la luz de las semillas sean la aurora que advierta el fin de la noche, de esa incómoda oscuridad, que nos impide ser lo mejor de nosotros mismos.
Así, nuestro espíritu no moriría de inanición y desencanto en medio de tierras fecundas que aún están sin labrar.
Programa Emprendedor Tec de Monterrey Campus Saltillo
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