Ser mujer en las artes escénicas en México

Con el inicio de marzo comienza un mes de reflexión para las mujeres. Sea que se participe en la marcha del 8M, en alguna de las actividades alternas que se realizan antes o después de ese día, o que simplemente se lea sobre los acontecimientos en medios de comunicación y redes sociales; si se es mujer, es un mes para pensar.
Una mujer, como cualquier otro ser humano, tiene múltiples facetas; puede ser hija, madre, amiga, pareja, profesionista, y también artista. Mucho se habla de las problemáticas que existen en general en el sector cultural en México, pero, ¿cuál es la situación de las artistas escénicas hoy en nuestro país?, ¿cómo se perciben las artistas escénicas mexicanas a sí mismas?
Como en muchos casos, las dificultades no son particulares al género femenino, sin embargo, sí podemos hablar de una mayor dificultad o mayor incidencia frente algunas cuestiones, como por ejemplo el acoso. Si bien éste se daba y – desgraciadamente – continúa dándose en el ambiente teatral desde y hacia todos los géneros, la figura ya vulnerable de la mujer, que es vista como objeto para placer y entretenimiento del otro en muchos otros ámbitos de su vida, parece no sólo perdurar, sino proliferar en los ambientes académicos y profesionales del teatro.
La educación que reciben algunas mujeres influye en su capacidad para reconocer y denunciar los abusos, lo que potencia aún más las probabilidades de algún suceso de violencia de índole sexual, física o psicológica a lo largo de su formación o carrera en un arte en el que, hasta hace pocos años, se fomentaba la sumisión disfrazada de obediencia hacia “figuras de autoridad” como lo son maestros, directores, dramaturgos o actores de larga trayectoria. Tal es la incidencia de casos al interior del arte teatral, que a partir del surgimiento del movimiento #metoo y otros movimientos de denuncia, se llegaron a crear cuentas para hablar particularmente de los casos en el área. La mayoría de las artistas hemos vivido algún tipo de violencia sexual durante el ejercicio de nuestro medio de expresión. Solamente pregunte y se dará cuenta de que tan común resulta y, peor, cuántos de esos casos han sido normalizados, inclusive por la propia víctima.
La lucha por ganar presencia y respeto en áreas de acción que antiguamente eran tradicionalmente masculinas como la dirección, la dramaturgia y la producción es también constante. Afortunadamente, año con año aumentan los números de artistas creadoras que se aventuran a hablar y actuar desde su propia trinchera, siendo quizás el área que se mantiene más desigual la de la escenografía e iluminación, pues en esos casos no solamente se lucha por la equidad y el derecho a emitir una opinión, sino que implica desmontar la creencia de que existen algunos trabajos “rudos” que necesariamente tienen que ser realizados por un hombre.
Por cierto, la cantidad de creadoras femeninas incide directamente en la representatividad. Y es que, si siempre ha habido personajes femeninos en el teatro, no siempre estos son y actúan en la forma en que las mujeres consideramos que realmente lo haríamos. Casos de mujeres escritas desde la óptica masculina hay cientos, aún más irónico resultan los casos de directores pidiendo a una actriz que se tome el tiempo de analizar como actuaría una mujer en tal o cual situación de su personaje, porque lo que ella opina no corresponde. Aplaudo a las compañeras que se atreven a cuestionar si una obra representa adecuadamente a la mujer, aún más aquellas que se preguntan si tal o cuál obra aún vale la pena ser representada en absoluto.
Cada año aumentan las voces femeninas que se atreven a denunciar, a cuestionar, a crear, a luchar por un lugar que hable de ellas desde la dignidad. Tristemente, también veo callar a muchas voces por miedo a no tener con quien trabajar, a perder apoyos, al desprestigio. A algunos de esos miedos vale la pena enfrentarse, porque del otro lado se encuentra la libertad verdadera, esa que realmente nos permite expresarnos. Otros, son meramente una ilusión. ¿El mayor de todos? pensar que se está sola. No estamos solas compañeras, siempre nos hemos tenido a todas.