¡Shhhhhheinbaum...!

Opinión
/ 16 octubre 2025

Hoy, gracias a que tenemos un gobierno 200 por ciento humanista y a la primera mujer Presidenta... los gestos de desdén e impaciencia han sido atenuados hasta ser apenas el leve murmullo de un discreto ‘¡shhhhhhhh...!’

No sé si usted sea un obsesivo de los recuerdos como aquí, su amigable columnista, pero yo me acabo de pasar un par de horas de intensa búsqueda tratando de precisar en tiempo y lugar una desafortunadísima cita del Presidente de la República justo en el umbral de la era digital, en los albores del nuevo milenio y en el ocaso de su sexenio:

El año es 1999 y el presidente es el doctor Ernesto Zedillo Ponce de León (¡qué chinga nos acomodan los doctores cada vez que llegan al poder, ahora que lo pienso!).

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Y como telón de fondo tenemos uno tan habitual y ordinario que al día de hoy lo seguimos utilizando: el mandatario de gira, tomándose la foto con las cuadrillas de rescate y con los damnificados luego de las intensas lluvias de... ¡septiembre y octubre, desde luego!

¡Exacto! Sucede que en todos estos años al parecer no hemos aprendido absolutamente nada. Quiero decir, podemos anticipar cuándo van a caer las lluvias más intensas y qué entidades van a resultar más castigadas (Guerrero, Veracruz, Tabasco... los sospechosos comunes). Y siempre resulta la misma tragedia: dolorosas pérdidas humanas e incalculables daños materiales.

México ya experimentó “el cambio” con la alternancia, y luego viró de regreso al “Nuevo PRI” antes de dar paso a la tan celebrada Transformación. Mucho cambio de régimen, pero las lluvias siempre terminan chamaqueándonos “‘quesque’ por ‘atípicas’”... ¡Ah chingá! ¿Y desde cuándo es atípico que llueva?

Fiel a la tradición presidencial, el doctor Zedillo dejó de hacer lo que estaba haciendo para ir a “coordinar las maniobras” y escuchar a las víctimas de las lluvias de la temporada.

Las crónicas hablan de 350 mil damnificados en 180 municipios y casi 400 muertos entre los estados de Puebla, Hidalgo, Tabasco y Veracruz.

En Veracruz se perdieron viviendas, cosechas e infraestructura, por no mencionar las afectaciones a comunidades indígenas. En el municipio de Gutiérrez Zamora, el doctor del “Bienestar para tu Familia” intentaba dialogar con los damnificados.

Ya usted sabe, es cuando el Presidente asume la dura tarea de servir de coach motivacional para los afectados: hay que animarlos para que apechuguen, asegurarles que la ayuda ya viene en camino, que se atenderá a todos (uno por uno, ajá) y recordarles lo afortunados que son de haber nacido mexicanos, ejemplo de resiliencia en el mundo entero. (¡Ah, y que a la hora de votar no se olviden quién fue hasta allá a echarles porras!).

Pero el dolor, la impotencia y la frustración de los damnificados no dejaron que el bello discurso de Zedillo fluyera y surtiera su efecto como bálsamo de alivio.

El Presidente era constantemente interrumpido por los pobladores, especialmente por un pobre maestro jubilado que terminó por tocarle los cojones al doctor en Economía, quien de por sí era de pocas pulgas.

Y es que también, pinches damnificados. El Presidente les quiere infundir ánimos, pero ahí están con su monserga: “¡Ayúdenos, por favor! ¡Los apoyos no están llegando! ¡Ay, tenemos tres días sin comer! ¡Ñe, ñe, ñe...!”. (¡Pos coman algo, carajo! ¿Así cómo van a aguantar la chinga que les espera? ¡Hambreados no me sirven!).

Zedillo reventó (tampoco era raro en él) y le dijo al pobre maestro hasta de lo que se iba a morir:

“¡Cállese! ¡Le exijo respeto! Soy el Presidente de la República. ¡Si vuelve usted a hablar me las paga!”.

Ya pasaron 30 años y me sigo preguntando qué puede significar debérselas y eventualmente pagárselas a un Presidente de la República: ¿Será que ahí mismo nos levanta el Estado Mayor y nos desaparece para siempre, o nos declara persona non grata?

Sea como fuere, no era tan común que tuviéramos registro noticioso de un presidente perdiendo los estribos en público. Le recuerdo que hablamos de una época previa a las redes sociales, en la que los hechos se “viralizaban” con una lentitud que hoy simplemente no admitiríamos.

Aun así, diversos medios reprodujeron el intercambio. E incluso recuerdo que los moneros de El Chamuco (antes de comer tres veces al día) ridiculizaron a Zedillo como el personaje de Armando Hoyos, cuya frase icónica es el consabido “¡Cállese! ¡No me interrumpa!”. Hoy en día sería impensable que los moneruchos se atreviesen a señalar las fallas del poder que les da para tragar caliente y algunos millones más (pero aseguran que jamás se gozó de una libertad de expresión como la de hoy).

¡Cállese! ¡No me interrumpa! Tal era la torpeza, la ineficacia, la insensibilidad, la falta de empatía y de conexión humana de la figura presidencial para con los hijos menos afortunados de la Patria en un día aciago de hace 26 años.

Hoy, gracias a que tenemos un gobierno 200 por ciento humanista y a la primera mujer Presidenta... (¡Qué digo “presidenta”!: ¡PRASADANTA DA LA RAPÁBLACA!) los gestos de desdén e impaciencia han sido atenuados hasta ser apenas el leve murmullo de un discreto “¡shhhhhhhh...!”, acompañado del respectivo mohín (el dedazo índice cruzando perpendicularmente los labios, y que lo mismo puede significar “por favor, guarda silencio para que todos puedan escuchar lo que trato de decirles” o bien: “¡cállese ya, hijodesututamadre o ahorita lo mandamos callar a punta de chingazos!” (cada quien, de acuerdo a su filiación política, escogerá una versión más o menos compasiva de este hecho).

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Yo sólo creo que, luego de cinco sexenios, el Gobierno no es más competente en la prevención y atención de estos desastres naturales, como tampoco es el presidente o presidenta en turno una persona mejor capacitada o sensibilizada en el dolor ajeno.

Lo único que quizás le podemos agradecer a la Doctora, a nuestra científica chamana, Claudia Sheinbaum Pardo, es el no haberse dejado fotografiar inmovilizada, paralizada por el lodo, atascada en el fango mientras los minions de la Guardia Nacional y el Ejército (que son lo mismo) intentaban torpemente volver a poner en marcha el anegado vehículo presidencial, como se permitió fotografiar el menso del Mesías de Macuspan tras la tragedia de Guerrero, regalándonos una lamentable imagen que bien podría quedar en los libros de Historia como estampa de su administración.

Pero fuera de no permitirse estos desfiguros (para decoro del resto de sus connacionales), la doctora con P nada puede presumir con respecto al doctor con Z, pues en su inútil y consabido recorrido presidencial por las zonas afectadas de sendos desastres, y con sus cada vez más insufribles ínfulas de maestra, ha demostrado que al poder llegan siempre los mismos intolerantes y desalmados remedos de seres humanos.

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