Si yo no hubiera nacido...

Opinión
/ 11 octubre 2023

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Orizaba.

Así dije hace días en esa ciudad de Veracruz a la que fui en cumplimiento de mi jubilosa vocación de juglar. Dije:

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Orizaba.

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Claro, cuando hablo en Monterrey digo:

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Monterrey.

También he dicho, según la ocasión:

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Mérida.

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Guadalajara.

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Chetumal.

Y he dicho igualmente:

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Atotonilco.

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Camagüiroa.

-Si yo no hubiera nacido en Saltillo me habría gustado nacer en Ajijic.

No digo eso por adulón, ni para congraciarme con el público de cada lugar. Lo digo porque es un pretexto para decir que nací en Saltillo, circunstancia de la cual me jacto en todo tiempo y lugar y a la menor provocación.

Dicen que el lugar donde uno nace es accidente. Por circunstancia accidental don Fernando Soler nació en Saltillo; por accidente doña María Grever nació en alta mar.

En mi caso tengo la certidumbre de que mi nacimiento en Saltillo no fue cosa de azar, sino alto designio de la Providencia. El buen Dios, en su sabiduría infinita, se dijo algo como esto:

-Desdichada criatura ésta. No va a tener nada de qué jactarse: ningún mérito, ninguna virtud, ninguna cualidad. Voy a hacer que el pobre nazca en Saltillo, para que tenga algo de qué presumir.

Así se explica mi nacimiento aquí, bendito sea el Señor.

Solía decir Santa Teresa, sabia mujer que comía muy bien a la hora de comer:

-Cuando Cristo, Cristo; y cuando pisto, pisto.

El pisto era un guiso muy sabroso hecho con huevos, cebolla y tomate, pimientos, jamón, tocino y otros aderezos que se freían juntos.

Lo mismo digo yo en mi andar por los gozosos caminos de la legua: cuando hay que trabajar, a trabajar; y cuando hay que disfrutar, a disfrutar.

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Mis disfrutes consisten en ver lugares; hablar con gente; comprar cosas de artesanía regional; buscar libros que hablen de la historia, leyendas, tradiciones, costumbres y modos de hablar de la localidad... Y comer y beber. No necesariamente en ese orden.

En cuestión de comidas tengo un principio inalterable: de lo bueno, poco, y de lo poco, mucho. Quiero decir que no me mido en gustos, y en gastos menos, pues desde el tiempo de micer Gonzalo de Berceo el juglar tiene derecho a cambiar sus palabras por un plato de condumio y un vaso de buen vino.

Soy siempre invitado, y como mis anfitriones saben que gusto de la buena mesa entonces se esmeran por ofrecerme las mejores galas de la cocina comarcana. Y yo me dejo querer, naturalmente. El abad de lo que canta yanta.

Además hay que aprender a comer bien, porque el pecado de gula es el último pecado de la carne que podremos cometer.

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