Soñar, imaginar, volar, crear...

Opinión
/ 19 abril 2025

Es por esta maravilla llamada imaginación que podemos vislumbrar el futuro que soñamos, y que por supuesto nos toca construir con voluntad, con inteligencia, con entereza y con mucha fe en nosotros mismos

Siempre, y desde que tengo conciencia, he sido una persona −y lo soy− con mucha imaginación. Y si a esto le sumo la maravillosa camaradería que tengo con la lectura desde los 4 años de edad, pues es un hecho que pertenezco a un grupo humano que no sabe aburrirse, simplemente mi espíritu, mi cabeza, no digieren el tedio. Bendito sea Dios.

Es de Einstein una frase increíblemente maravillosa, y le pongo el increíble porque así es: “La imaginación es más importante que el conocimiento”. Que lo diga un genio como él, UN GENIO, sí, un maestro que revolucionó la ciencia teórica, rompiendo con las concepciones de Isaac Newton y de James Clerk Maxwell, al respecto. Semejante afirmación es simple y llanamente inspiradora, cautivadora. Es algo que te permite mirar el universo con otros ojos, no crear otro universo, es el mismo, pero lo que se modifica es la percepción. Esta frase la vierte en su libro “Religión Cósmica con Opiniones y Aforismos”, publicado en 1930.

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Albert Einstein, lo apuntan sus biógrafos, nunca fue un estudiante brillante, pero desde muy pequeño mostró su inclinación por la música y la ciencia. Fue su tío Jacob Einstein quien le alimentó el gusto por ambas a través de los libros. Albert venía de una familia de ingenieros; su padre y su tío lo eran. Pero es Jacob quien le incentivó la vocación que le valió obtener el Premio Nobel de Física en 1921, y convertirse en una de las personas más reconocidas y admiradas de la historia.

La imaginación es la que hace que las personas se atrevan a ir más allá de lo que el conocimiento afirma. ¿Por qué? Pues porque el conocimiento tiene límites y la imaginación NO, esta abarca el universo entero. La infancia es una etapa preciosa en la que la imaginación se da vuelo; cuando se es niño no se tienen prejuicios, ni ideas preconcebidas, esas van a ir llegando después, y entonces ya sabrá uno si les permite que le inmovilicen las alas.

Yo volaba sobre la tierra, se lo juro: a los 7 años, desde arriba veía el mar azul confundirse con el cielo pintado del mismo color, conviví con las águilas, estuve entre ellas, conocí sus nidos, ellas me enseñaron a equilibrarme, a no caerme, cuando el aire soplaba con más fuerza. Y también bajé a las entrañas de la tierra, al magma mismo, y no me quemé, lo que sí me deslumbró fue el rojo intenso y el calor que de ahí emanaba. Mi guía era un niño muy rubio y muy sonriente que me explicaba lo que veía. Hasta le puse un nombre, se llamaba Damián. Cierro los ojos y ahí está, con su melena dorada y sus ojos brillantes de ternura. Y llegué antes que los gringos y sus naves, a la luna. Que cosa más linda, no ocupé zapatos especiales, ni cascos, ni oxígeno para recorrerla. Mi madre soltaba las carcajadas cuando le contaba mis aventuras y me removía el pelo con sus dedos... “estás bien chiflada”... Y no se me ha quitado, ya me acostumbré a soñar con los ojos abiertos y a mirar al mundo con el lente de la imaginación.

A la imaginación innata se sumó el precioso hábito de la lectura; son una combinación extraordinaria, un maridaje formidable. Bendita sea mi madre por empeñarse en que yo leyera desde muy pequeña, y bendito sea don Daniel Tapia Colman, quien me hizo amar los libros, gozarlos, embeberme en ellos y nunca dejar de abrazarme a ellos.

Y vuelvo a la imaginación y a Einstein. 1905 fue un año especialmente relevante para él. ¿Por qué? Porque redefinió los conceptos de espacio y tiempo. En su teoría sobre la relatividad se atrevió a sostener que el tiempo no es absoluto. Predijo fenómenos antes de recurrir al experimento confirmatorio. Le comparto lo expresado en una entrevista que le hizo el Saturday Evening Post en 1929:

“Creo en las intuiciones y en las inspiraciones. A veces siento que tengo razón, pero no sé si la tengo. Cuando dos expediciones de científicos, financiadas por la Royal Academy, partieron para comprobar mi teoría de la relatividad, estaba convencido de que sus conclusiones coincidirían con mi hipótesis. No me sorprendió que el eclipse del 29 de mayo de 1919 confirmara mis intuiciones. Me habría sorprendido equivocarme”. Y remata: “Soy lo bastante artista para poder recurrir libremente a mi imaginación. Esta es más importante que el conocimiento limitado. La imaginación envuelve al mundo”.

Y en la misma tesitura, lea usted lo que expresó el escritor inglés de ciencia ficción James Graham Ballard: “Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para liberar la verdad que hay en nosotros, para contener la noche, para trascender la muerte, para encantar las autopistas, para congraciarnos con los pájaros, para conseguir confidencias de los locos”.

Para Einstein, una imaginación activa es clave para resolver CUALQUIER problema. Aquilatemos lo espléndido de esta afirmación, la pronunció un hombre experto en resolver problemas. Los seres humanos tenemos esa capacidad, no usarla o mal usarla es otro cantar. Nuestro cerebro es un órgano increíble. En él se almacenan información, vivencias, experiencias y sensaciones que generamos cuando interactuamos con otras personas o con la naturaleza. Y podemos hacer uso de todo esto cuando lo requerimos.

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A partir de ese acopio estamos en posibilidad REAL de crear, de mejorar lo que tenemos, de imaginar lo que deseemos. Es por esta maravilla llamada imaginación que podemos vislumbrar el futuro que soñamos, y que por supuesto nos toca construir con voluntad, con inteligencia, con entereza y con mucha fe en nosotros mismos. No se trata nada más de acumular conocimientos, el desafío es ponerlos a nuestra disposición para ser personas felices, no frustradas.

Usemos la imaginación para volar a donde nos venga en gana. Esa es la clave, el uso que le demos a esa imaginación. No seamos, como decía mi madre, “ratón de un agujero”. Hay que explorar nuevos escenarios. El problema, parte sustantiva del problema, estriba, y es tendencia en este siglo, centrarnos en un área de conocimiento, eso nos come. Que bueno ser una eminencia médica, un jurista de renombre, etc., pero ¿eso te imposibilita para ser un conocedor de música, una experta en cocina, un cultivador de orquídeas...?

Hay que reinventarse todos los días. Libere su imaginación, no la contenga más.

Columna: Dómina. Nacida en Acapulco, Guerrero, Licenciada en Derecho por la UNAM. Representante ante el Consejo Local del Instituto Federal Electoral en Coahuila para los procesos electorales.

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