Suspensión ferroviaria afectará importación de trigo y maíz en México

Opinión
/ 22 agosto 2024

Entrañable personaje de mi ciudad fue Adrián Rodríguez. Nadie podrá decir si era un loco muy cuerdo o un cuerdo algo loco. Anublada la razón, daba en peregrinas ocurrencias. Se declaró Presidente de la República, y se hizo retratar, vestido de frac y con sombrero de copa, luciendo al pecho la banda presidencial. Después, olvidado de tan elevado puesto, anunció que ahora era “el economista non”, en un tiempo en que no había en Saltillo ningún practicante de la abstrusa ciencia de la economía. Ignoro si fue tal profesión lo que hizo de él un anarquista. Se convirtió en vehemente opositor del sistema. Redactaba lo que él llamaba “manifiestos”, en los cuales ponía a los poderes establecidos como lazo de cochino, trepadero de mapache o jaula de perico. Luego iba de calle en calle y de café en café distribuyendo sus proclamas a cambio de una pequeña aportación. Con eso se mantenía. “Viene calientito” te decía al oído al tiempo que te entregaba uno de sus manifiestos, impreso toscamente en copias al carbón de máquina de escribir. Sucedió que por causa desconocida Adrián se enemistó con Nixon, Presidente de los Estados Unidos. Lo llenó de epítetos peyorativos a cuyo lado la Incitación al Nixonicidio, de Neruda, era canción de cuna. Luego pasó de las palabras a los hechos. Se dedicó a pintar con lechada y brocha gorda en todos los vagones de ferrocarril que llegaban a Saltillo la consigna “Muera Nixon”. Los tales carros eran alquilados por empresas norteamericanas. Cuando vencido el alquiler fueron devueltos, sus propietarios se negaron a recibirlos por causa de las pintas. Las estaciones fronterizas se atestaron de vagones, con el consecuente caos ferrocarrilero. Intervinieron, se dijo, el FBI y la CIA, pues aquella consigna contraria a la vida del Presidente yanqui fue vista como acto terrorista anunciador de un magnicidio. Las cosas habrían llegado a mayores de no ser porque una investigación del hecho puso en claro que el causante del conflicto era aquel Adrián Rodríguez, incapaz de cometer no ya nixonicidio, sino ni aun mosquitocidio, si es que así puede llamarse a la acción de matar un zancudo. Los dueños de los vagones los recibieron finalmente, no sin antes hacer que se borraran las consignas y tras cobrar a las empresas mexicanas cuantiosas sumas por concepto de daños y perjuicios. Ya se ve que los hombres privados de razón, humildes o poderosos, pueden provocar grandes conflictos. Todo esto viene a cuento por la prohibición de una empresa ferroviaria norteamericana de enviar trenes a México durante 30 días, debido a que interrupciones en el servicio fueron causa de que sus equipos quedaran detenidos. Tal medida afectará el abasto de granos como maíz y trigo, con los consecuentes daños para nuestro país. ¿Quién es el causante de esta situación derivada en buena parte, o mala, de la falta de seguridad? Desde luego en esta ocasión no es Adrián Rodríguez... Lord Greedhead asistió en Londres a la reunión anual del Tercer Regimiento de Escopeteros de Calcuta. Llamó por teléfono a su finca rural y le pidió al mayordomo: “Comunícame con la señora”. Replicó el servidor: “Me apena decírselo, milord, pero está en la cama con un hombre”. El Escopetero de Calcuta montó en cólera. Le dijo al mayordomo: “Toma mi rifle y dale un tiro a cada uno. A mi regreso diré que fui yo quien cometió el crimen en defensa de mi honor”. El mayordomo cumplió la orden y volvió al teléfono. “Ahora –le dijo el Escopetero de Calcuta– arroja los cuerpos a la alberca”. “Milord –vaciló el mayordomo–. No tenemos alberca”. Tras una pausa preguntó lord Greedhead: “¿A dónde hablo?”... FIN.

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