‘Te veo’: el corazón de la humanidad compartida

Opinión
/ 4 noviembre 2025

Vivimos rodeados de luces que ciegan más de lo que iluminan. Pantallas que prometen conexión, pero que solo reparten ausencia y distancia. Una sociedad que confunde movimiento con progreso, mentira con verdad, ruido con diálogo y velocidad con sentido.

Hemos dejado que la atención -ese acto sagrado de estar presentes- sea saqueada por un sistema que nos quiere manipulados, cansados, fragmentados y permanentemente distraídos.

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El periodista británico Johann Hari, en su libro “El valor de la atención: Por qué la perdimos y cómo recuperarla”, lo advirtió con claridad: “No hemos perdido la atención, nos la han robado”.

Esa afirmación encierra una doble verdad: nos la arrebataron, sí, pero también la entregamos dócilmente, como quien ofrece su alma a cambio de un destello fugaz de dopamina.

Hemos permitido que la vida se convierta en un hilo de notificaciones, que la mirada se vuelva ansiosa y que la mente ya no encuentre reposo ni en el silencio ni en sí misma. Estamos invadidos por técnicas que maximizan el tiempo de permanencia en aplicaciones, como el scroll infinito.

DISPERSIÓN

Lo que antes era contemplación hoy es consumo. Cada gesto, cada pausa, cada instante de quietud parece exigir un reemplazo inmediato: una pantalla, una imagen, una historia ajena.

Hari habla de una “epidemia de distracción”, pero en realidad lo que enfrentamos es una crisis espiritual: la incapacidad de permanecer en nosotros mismos.

El filósofo Byung-Chul Han, recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, lo dijo con exactitud: “Vivimos en una sociedad donde el individuo no sufre una explotación externa, sino que se auto explota por una exigencia de rendimiento y productividad constantes. Nos aferrarnos a lo que le da contrasentido a un tiempo signado por el aislamiento, las crisis múltiples, y el miedo, empezando por el miedo al fracaso y al futuro”.

Y, quizás, el diagnóstico más profundo es este: ya no sabemos mirar. No escuchamos, no observamos, no sentimos. Habitamos la superficie de las cosas, y en esa superficie todo se vuelve líquido y trivial.

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La atención era antes un puente entre el mundo y el alma. Hoy es un campo de batalla. Cada aplicación, cada algoritmo, cada estímulo compite por ella como si fuera un botín de guerra. Y nosotros, prisioneros de la inmediatez, confundimos la información con el conocimiento, el entretenimiento con el descanso y la distracción con la felicidad.

AMOR

Atender también es una manera de amar lo que nos rodea. Un árbol, un libro, una conversación, un silencio. Todo florece bajo la mirada atenta, todo se marchita bajo la indiferencia.

¿Cuántas veces pasamos frente a lo esencial sin advertirlo, simplemente porque nuestra mente está ocupada en otra parte?

Lo sabía la filósofa y mística francesa Simone Weil cuando escribió: “La atención, al más alto grado, es la forma más rara y más pura de generosidad”. Y tenía razón: atender exige desprenderse del yo para abrir espacio al otro... al prójimo.

MORAL

No es casual que la pérdida de atención coincida con una era de manipulación emocional y política. Hari muestra cómo las grandes plataformas tecnológicas han aprendido, ahora desde niños, a explotar nuestra biología, convirtiendo la distracción en un negocio millonario. Nos quieren mirando sin ver, reaccionando sin pensar, opinando sin comprender. Como consecuencia, el “juicio crítico” se encuentra en peligro de extinción.

Sin exagerar, cada clic, cada “me gusta”, cada desplazamiento del dedo es un grano de arena en el reloj que mide nuestra desconexión. Hemos construido un ecosistema donde la atención humana es el nuevo petróleo. Y lo extraen sin pudor, perforando nuestras emociones con asombrosa precisión.

Pero el costo no es solo psicológico. Es moral. Porque quien no puede sostener su atención, tampoco puede sostener su palabra, su fe ni su compromiso.

La dispersión es el germen de la irresponsabilidad. Sin atención, no hay memoria; sin memoria, no hay identidad; y sin identidad, no hay libertad, porque ésta requiere un yo coherente y consciente que pueda tomar decisiones significativas y ser responsable de ellas.

LO ESENCIAL

Hari no se limita a denunciar, sugiere tomar medidas personales para proteger la atención. Es decir, propone un regreso. Un retorno al ritmo humano, al tiempo interior, a los espacios sin ruido donde la mente puede respirar. Reconectar con la naturaleza, con la lectura profunda, con la conversación pausada.

Sería bueno saber que es en la pausa donde germina la idea, donde se decanta la emoción, donde la conciencia se encuentra consigo misma.

La atención no se recupera con trucos ni aplicaciones que prometen “focus” mientras mantienen el mismo entorno de distracción. Se recupera con conciencia y decisión moral. Con la valentía de decir “basta” a la invasión del tiempo y los espacios propios. Con la voluntad de volver a mirar lo pequeño, lo invisible, lo que no grita, pero sostiene la vida.

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También sostiene que la solución requiere acción a nivel social y sistémico para contrarrestar las fuerzas que roban nuestra atención, como lo son las plataformas que están diseñadas con algoritmos adictivos que se aprovechan de psicología humana.

RESISTENCIA

En estos tiempos cada acto de atención equivale a una revolución silenciosa. Leer un libro sin mirar el teléfono. Comer en familia, sin celulares. Escuchar sin interrumpir. Caminar sin auriculares.

En una cultura que premia la hiperactividad, atender es rebelarse. En un mundo que mide el valor en likes, concentrarse es un gesto subversivo. La atención es el nuevo nombre del alma en un tiempo que la ha olvidado.

Y si, como escribió Hari, “la atención es nuestra superpotencia perdida”, entonces recuperarla es una urgencia ética: el gesto más humano frente al desorden moral que amenaza con devorarlo todo.

REENCONTRAR

Quizás la atención sea eso: el hilo invisible que une el caos con el sentido. Cuando atendemos, el mundo recupera su forma, los rostros vuelven a tener historia y las palabras recuperan peso. Es imposible amar sin atender, comprender sin detenerse, crear sin silencio.

Hari, tras años de investigar el deterioro de nuestra concentración, llegó a una conclusión simple pero luminosa: no se trata solo de enfocarse, sino de reencontrar el propósito. La atención es la puerta hacia la intención. Sin ella, la vida se fragmenta en instantes sin raíz; con ella, todo cobra profundidad.

UBUNTU

Aquí surge la sabiduría africana de Ubuntu, que dice: “Yo soy porque nosotros somos”. En muchas comunidades del sur de África, cuando una persona se aproxima a otra, no dice “hola” ni “buenos días”, sino “Sawubona”, que significa “Te veo”. Y la respuesta es “Ngikhona”: “Aquí estoy”.

No existo plenamente hasta que soy visto; no estoy aquí del todo hasta que alguien me mira con atención. Esa reciprocidad -te veo, aquí estoy- es el corazón de la humanidad compartida.

Atender no es mirar con los ojos, sino con el alma. Es ofrecer presencia total en una época que nos exige estar en todas partes menos aquí. Es elegir lo esencial cuando el mundo nos ofrece mil espejos que reflejan nada.

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Inmensa enseñanza: en un mundo donde la mirada se desliza sin detenerse, mirar de verdad se convierte en una forma de humanidad y de ternura radical.

MIRAR

Recuperar la atención no es un ejercicio técnico, sino espiritual. Implica recuperar la capacidad de asombro, la gratitud por lo cotidiano y la humildad de mirar el mundo sin querer poseerlo.

En última instancia, la atención es una forma de oración laica: un silencio interior que se abre al misterio de lo que es.

Cuando uno presta verdadera atención, deja de consumir el mundo para comenzar a contemplarlo. Solo entonces el tiempo -ese fugitivo incorruptible- se vuelve nuestro aliado, porque, después de todo, no se necesita tanto para vivir.

Hoy, lo verdaderamente escaso no es el tiempo, sino la atención. Porque no hay esperanza sin presencia, ni humanidad posible sin esa forma silenciosa de gentileza y amor que el alma pronuncia cuando dice: “te veo”, y entonces la otra persona responde: “aquí estoy”.

cgutierrez_a@outlook.com

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