Los valores, costumbres y tradiciones son elementos que definen la identidad de un pueblo. Cuando desaparecen, se corre el riesgo de perder parte de la riqueza cultural que ha sido transmitida de generación en generación y de erosionar el sentido de pertenencia y la mexicanidad.
México es un país con una gran diversidad étnica y cultural. Cada región tiene sus propias costumbres y tradiciones, lo que contribuye a la riqueza y la diversidad cultural del país, cuando éstas desaparecen se genera una homogeneización donde las tradiciones locales son suplantadas por prácticas culturales más ampliamente aceptadas o comercializadas perdiéndose así la diversidad y la cohesión social de las comunidades.
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La globalización y la importación de costumbres, particularmente de los Estados Unidos, tienen un impacto significativo en la pérdida de las tradiciones en México.
Las celebraciones y festividades a menudo son reemplazadas o modificadas por costumbres y festivales ajenos, perdiéndose las prácticas autóctonas que, desde tiempos inmemoriales, se han celebrado.
En este contexto, los medios de comunicación, las redes sociales y el Internet, cotidianamente exponen a las personas a formas de vida y costumbres de otras partes del mundo. La adopción de estas influencias extranjeras a menudo resulta en la disminución de la práctica de las tradiciones locales.
La importación de productos y modas extranjeras afectan los hábitos de consumo locales, afectando las tradiciones asociadas con la producción y consumo de esos productos.
Para abordar estos desafíos, es importante encontrar un equilibrio entre la apertura a influencias externas y la preservación de las tradiciones locales. La educación y la promoción de la conciencia cultural pueden desempeñar un papel crucial en la preservación de las tradiciones, permitiendo a las comunidades apreciar y valorar su patrimonio cultural mientras participan en un mundo cada vez más interconectado. Además, el fomento de iniciativas locales y sostenibles puede contribuir a fortalecer las tradiciones y a resistir la homogeneización cultural impulsada por la globalización.
BREVE CRÓNICA
En otros tiempos celebrábamos en el mes de septiembre, con furor patriótico, la independencia de México. Cuando las arterias principales de la ciudad manifestaban una elocuente metamorfosis: convertirse en una inmensa bandera tricolor. La gente esperaba el grito de independencia; así, el 16, era un día netamente mexicano, tal vez el más nuestro de todos.
El mes de noviembre iniciaba con la mexicanísima costumbre de conmemorar el día de muertos, fecha en que se revivía con gran fiesta -pero con respeto- la memoria de los seres queridos que se adelantaron en el camino
Después el gran 20 de noviembre. Días antes a esta conmemoración la ciudad, de nueva cuenta, se vestía con matices verdes, blancos y rojos; entonces los anuncios de los comercios atraían a la clientela con una misma idea: las ofertas de la revolución (abatidas hoy por la mercadotecnia de “El Buen Fin”).
Entrando diciembre los motivos de la “Morena del Tepeyac” solían llenar el alma del pueblo hasta llegar el 12 del mes, día de fiesta nacional, en que la mayoría de los mexicanos se convertían en Guadalupanos completos, por lo menos externamente.
Solo después de esta fecha y de la tumultuosa verbena popular, iniciaban los preparativos para la navidad. A partir de ese día el tiempo se media de posada en posada. La ciudad y su gente se dejaban invadir por el espíritu de la época tradicionalmente reconciliadora, y todo esto continuaba hasta el 6 de reyes (bueno, esto continúa vigente, pero con otro sentido).
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OBSESIONES
Un fenómeno mercantilista silenciosamente conquistó nuestra cultura. En estos tiempos desde el verano, en la mayoría de las tiendas departamentales de origen extranjero, empiezan los motivos navideños: los comercios se observan atestados de gordísimos “Santa Claus”, de innovadoras luminosidades navideñas, de esferas multicolores.
Nos hemos rendido, sin saberlo, a una práctica comercial extranjera. Parte de la esencia de nuestra cultura como es la Independencia, el día de muertos, la Revolución y la tradicional fiesta Guadalupana, han sido usurpadas por la más pura y manipuladora mercadotecnia norteamericana (y con empresas como Amazon, que ponen el mundo de las compras a un “click” de distancia).
Esta euforia, este desenfreno llegó para no irse jamás. Es triste, pues manifiesta un hondo abandono de nuestros más tradicionales tiempos y costumbres. Es inquietante, pues descubre a una sociedad obsesionada por las apariencias, abocada al consumo, embrujada por un loco afán de sobrevivir a toda prisa, a la sombra del materialismo, ausente de una existencia apaciguada, sencilla; más bien aproximada a las preocupaciones exigidas por no sé qué tantos anhelos y modernas competencias, despojada de lo mejor que solía ser nuestro.
La globalización ha traído obsesiones dramáticas conduciéndonos al absurdo: importar y exagerar otras costumbres. De nueva cuenta hemos sido conquistados, pero ahora sin pólvora y armaduras; y es ahora nuestra propia voracidad e ingenuidad la que nos carcome el alma.
Seguimos modelos de comportamiento creados por una minoría de personas de países extranjeros, hábitos que son ciertamente legales pero cuyos efectos colectivos son moralmente desastrosos, porque irrumpen nuestra historia, tradiciones y costumbres: si hacemos un breve recuento de lo que experimentamos en nuestra ciudad en relación a la avidez por comernos el tiempo y devorar las tiendas, veremos que esta aseveración es cierta.
Lo inmoral radica en que la pobreza y la desigualdad de México es inaceptable, a diferencia del país que exporta tales costumbres y que puede sostener esos niveles de consumos.
La indigencia siempre presente en México, que debería sensibilizar las conciencias para ser prudentes y frugales, no parece preocuparnos, menos en este “El Buen Fin”.
Que locura: mientras se consume absurdamente y se compran bienes muchas veces innecesarios, la problemática social y económica de México continúa agravándose. La indiferencia y la insensibilidad permanecen a flor de piel.
¿LIBERTAD?
La calidad de vida también se fundamenta en el ejercicio pleno de la libertad personal, pero ¿puede haber libertad personal si existe una clara manipulación derivada de muchas de las prácticas comerciales actuales?, ¿puede haber libertad si todo este influjo mercantil se encuentra sutilmente impulsado por una minoría de personas a las que la colectividad, inconsciente o ingenuamente, les siguen creyendo que esta manera de vivir es la correcta y, peor aún, que es la única?
La libertad ha de ser conscientemente practicada por todas las personas, no por unos cuantos que la inventan en nombre de los demás, mediante una mercadotecnia manipuladora e inmoral.
El problema central puede no residir totalmente en el consumismo o en el deseo de abandonar nuestras más hondas tradiciones, sino en el hecho de que muchas personas otorguen su propia libertad a terceros, que irresponsablemente se cedan las decisiones, dimitiendo la condición personal de seres humanos al dejarnos llevar por quienes, sin respetar tradiciones, desde el verano inventan el “gran negocio” del mes de diciembre, un negocio manipulado por la publicidad e impulsado por la irracionalidad.
Posiblemente, los vacíos del corazón que se agrandan vertiginosamente y la ética colectiva extraviada sean algunas de las causas de esta miopía y sin razón.
RECONQUISTA
La globalización tiene una nueva conquista: ha hecho innecesarias nuestras más bellas y genuinas tradiciones, que han sido sustituidas por costumbres importadas. Ahora adornamos nuestras casas con el americanísimo gordo de “Santa Claus” hecho en Taiwán.
Hoy, en nuestros hogares, sustituimos las viejas hechuras de barro -moldeadas por nuestros artesanos mexicanos-, por nacimientos fabricados en la China “comunista” especialmente para un pueblo que ha dejado de valorar lo suyo, para un pueblo que, por unos cuantos dólares y una publicidad masiva, ha renunciado a las más excelsas tradiciones forjadas en su legendario y valioso pasado. Para un país que se ha dejado conquistar de nuevo, ahora por el consumismo y la indiferencia.
La preservación y revitalización de las tradiciones culturales son esenciales para mantener la riqueza y la diversidad de la herencia cultural de México.
Qué desgracia, parece que somos un pueblo fácil de conquistar, nos hemos convertido en un cómodo botín para costumbres extrañas, para mentes manipuladoras y empresas “globalizadas” que, sin el menor remordimiento, aniquilan nuestras tradiciones ancestrales ante nuestra total indiferencia.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
Campus Saltillo