La ciudad que habitamos

Opinión
/ 6 noviembre 2023

Mucha razón tenía el filósofo argentino José Ingenieros (1877-1925) al decir: “Cuando las miserias morales asolan a un país, culpa es de todos los que por falta de cultura y de ideal no han sabido amarlo como patria: de todos los que vivieron de ella sin trabajar para ella”. Y esto mismo pudiese aplicarse a las ciudades que habitamos.

ESPLENDOROSA

Los antiguos griegos se destacan no solo como los creadores de los Juegos Olímpicos y por su contribución a la cultura mundial, sino también por su enfoque en la educación de los jóvenes.

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Por ejemplo, cuando los jóvenes de Atenas cumplían los diecisiete años hacían el siguiente juramento a su ciudad:

“Nunca traeremos vergüenza sobre nuestra ciudad mediante actos de deshonestidad o cobardía. Lucharemos por los ideales y las cosas sagradas de la ciudad, tanto individualmente como en grupo. Reverenciaremos y obedeceremos las leyes de la ciudad, y haremos todo lo posible para alentar la reverencia y el respeto en quienes estén por encima de nosotros y sean propensos a soslayarlas o desobedecerlas. Lucharemos sin cesar para agudizar el sentido del deber cívico del pueblo. De esta manera legaremos una ciudad aún más grande y esplendorosa que la que hemos recibido”.

VIGENCIA

Este voto se fundamentaba en el compromiso que cada joven debía mantener hacia el lugar en el que vivía, hacia su entorno vital. Invitaba a cada ateniense a descubrir su calidad de vida personal a través del bienestar colectivo, es decir, el bienestar de los demás.

Este juramento representa un llamado a la convivencia pacífica; era una invitación a valorar los más elevados principios heredados, a apreciar la solidaridad social y respetar las normas que hacen posible la vida en comunidad.

Indudablemente, los problemas morales o sociales que enfrenta la comunidad son el resultado de la falta de cultura cívica, la ausencia de valores y compromiso de los ciudadanos, razón por la cual es indispensable fomentar el civismo y las responsabilidades y obligaciones que cada persona invariablemente tiene hacia la ciudad que habita.

Por estas razones, considero que esta costumbre griega actualmente tiene una vigencia excepcional, no solo en el contexto en el que originalmente se pronunciaba, sino que también en el hogar, la escuela, el club social o deportivo y, desde luego, en el lugar de trabajo.

UNIVERSALIDAD

En muchas de las ciudades del país prevalece la cultura del tener sobre la del ser, la del desorden sobre la del orden, la del descuido sobre la del cuidado, la del ruido sobre la de la moderación y la de la basura sobre la de limpieza. En este entorno, a menudo se aplaude lo inmoral en detrimento de lo virtuoso, y es común intentar hacer el mal para lograr el bien.

Equivocadamente se ha arraigado la creencia de que se pueden “autofabricar” principios en base a la conveniencia personal, generalmente desdeñando el bien común.

Es oportuno, entonces, recordar que el ser humano es un ser racional, social y libre, con la capacidad de trascender, aprender y mejorar tanto a nivel personal como social. Estas razones, por sí solas, destacan que a través de nuestra inteligencia podemos descubrir los principios que guían la vida, tanto individual como colectiva.

Estos principios son los que guían el comportamiento de las personas; son fundamentos del fuero interno de cada ser humano que impulsan el respeto y la posibilidad de vivir socialmente en armonía.

El compromiso ateniense nos recuerda el valor de la responsabilidad y resalta que los principios en los que los seres humanos basamos nuestra convivencia son universales, válidos y aplicables en todas partes y en todos los tiempos. Por su naturaleza, son objetivos y autoevidentes, es decir, no envejecen ni cambian con el tiempo. Por lo tanto, las personas responsables, por definición, aprecian y se esfuerzan por preservar y mejorar su ciudad y el bienestar de la comunidad.

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CIUDADANOS

Además, permite ver que la responsabilidad implica prevenir y responder de manera activa y positiva a los valores que una persona se ha propuesto alcanzar, así como a todas las consecuencias que sus respuestas y acciones conllevan.

Este deber sugiere que una persona responsable toma el control de su vida, se adapta con entusiasmo a la realidad y comprende su sentido, alcance, desafíos, éxitos y fracasos. De esta manera, puede cumplir con las normas de conducta que son socialmente convenientes sin renunciar a su libertad. Por lo tanto, la responsabilidad se convierte en una fuente de dignidad y madurez personal, y en el arte de ser un buen ciudadano.

ASUMIR

Ciertamente, para ser ciudadanos responsables, no es suficiente hacer juramentos, ya que nuestros ideales, convicciones y esfuerzos enfrentan desafíos y obstáculos que acechan a nuestro alrededor. Por tanto, además de establecer relaciones con personas y grupos que compartan nuestros valores, es necesario comprometernos a obedecer las leyes, permanecer alerta y estar dispuestos a cumplir las promesas que hacemos a nosotros mismos y a los demás.

Contribuir al bienestar de nuestra ciudad, mostrar respeto hacia su población y sus tradiciones conlleva una recompensa intrínseca: el orgullo de ser parte activa de nuestras propias comunidades, de sentirnos conectados, de pertenecer en el presente y en el futuro, y entonces formar parte de su historia.

Es necesario asumir las obligaciones que tenemos hacia el lugar donde vivimos y la importancia de fortalecer los principios y valores éticos para salvaguardar el bienestar social presente y futuro.

¿UTOPÍA?

Sería muy beneficioso para nuestras ciudades si cada persona que las habita, ya sea por nacimiento o elección, trabajara incansablemente en pro de su bienestar y prosperidad, comprometiéndose a respetar sus leyes, cuidar sus calles, parques y jardines, y preservar sus tradiciones.

Sería altamente positivo si cada persona hiciera todo lo que estuviera a su alcance para preservar la belleza de su ciudad, contribuir al orden y la limpieza, y fomentar un ambiente de respeto y solidaridad, siendo siempre leal a su comunidad, actuando como ciudadano fraternal, comprometido, responsable y orgulloso de pertenecer a su ciudad. En ese caso, estaríamos viviendo en ciudades de primer mundo.

Si cada persona no se atreviera a manchar nunca la imagen de su ciudad mediante actos de deshonestidad o cobardía, entonces la realidad de México sería diferente.

VISIÓN COMPARTIDA

Continuando con Ingenieros: “Mientras un país no es patria, sus habitantes no constituyen una nación. El celo de la nacionalidad sólo existe en los que se sienten acompañados para perseguir el mismo ideal. [...] Solo el hombre digno y libre puede tener una patria”; en este contexto, nuestra ciudad es un lugar donde las personas son dignas y libres, donde se respetan los derechos y las libertades individuales, donde se hace comunidad, se posee un sentido sólido de identidad y solidaridad, un propósito común y una visión compartida de futuro.

TAL VEZ...

Qué bueno sería que los lunes, el día en que se rinden honores a la bandera en las escuelas, aprovecháramos la oportunidad para proclamar el amor hacia nuestra ciudad, sus tradiciones y costumbres, de manera que pudiéramos transmitir este aprecio a las generaciones futuras.

Sería positivo que el “Juramento de Atenas” se realizara en cada una de las escuelas del país. Esto podría marcar el inicio de un esfuerzo por detener el grave deterioro que, en general, afecta a nuestras comunidades.

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Quizás, en ese escenario, podríamos tener ciudades dignas de ser visitadas, donde las calles, fachadas y monumentos fueran respetados; en donde la limpieza, el orden y la cortesía fueran cualidades esenciales de los ciudadanos. Tal vez entonces recuperaríamos la tranquilidad y la seguridad en nuestras calles y hogares, y las drogas no encontrarían espacio entre nuestros jóvenes.

Si realmente amáramos a nuestras ciudades y lo hiciéramos evidente mediante actos cotidianos; si asumiéramos con orgullo el vital compromiso de velar, custodiar y darle esplendor a la ciudad que cada uno de nosotros habitamos, entonces en México empezaríamos a vivir en paz, concordia y armonía.

cgutierrez@tec.mx

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